A organizarse para enfrentar al patriarcado

Hay un femicidio cada 18 horas. Los movimientos de mujeres y la sociedad en general están colmados de bronca con lo que está pasando y crecerá la respuesta. 

El silencio oficial sobre este flagelo es marca en este periodo, a la par que crecen los fenómenos de movilización que anticipan nuevas acciones masivas en todo el país.
La semana pasada el Instituto Wanda Taddei informó que en los 100 días anteriores a su informe, hubo 133 femicidios en el país: uno cada 18 horas; demostrando un aumento significativo de este flagelo. Desde el 2008 hasta la actualidad, la cifra asciende a más 2.340. Desde Juntas y a la Izquierda, participamos activamente en cada lucha, como en la movilización del 4 de enero en Quilmes, cuando nos dimos cita para gritar ¡Ni una menos! ¡Todas somos Gina! Exigiendo justicia para la joven de 20 años que quedó en grave estado luego de ser incinerada por su novio. A ese hecho se sumaron otros con los peores finales. En el portal de Télam, se puede leer: «Detuvieron a un joven acusado de asesinar a su novia» (14/01/2017), «Una joven de 18 años fue asesinada de un balazo en la cabeza» (12,01/2017); «Un hombre mató a su esposa y se suicidó tras una discusión en un campo» (11/01/2017); y las noticias se repiten. Ya van 14 casos en la primera quincena del año.

¿Por qué crecen los femicidios?

Si bien se habla de un aumento general de la violencia machista, siempre existió el debate: ¿obedece a un hecho objetivo o es producto de su mayor visbilización? La pregunta es difícil de responder, pero cuando hablamos estrictamente de femicidios, los datos, aunque opacos, son contundentes. Si bien su visiblización a partir de 2008 contribuyó a su incremento estadístico; una vez producido ese cambio, las cifras fueron en aumento, con un salto en los últimos meses; lo que se relaciona con la coyuntura actual, donde también aumentaron los indicadores de pobreza y el recorte del gasto estatal. Si bien las explicaciones no son lineales, y muchos efectos son a largo plazo, es posible analizar algunas características.
Por un lado, tenemos que el femicidio es el último eslabón de la violencia machista que se monta sobre una desigualdad estructural que el sistema capitalista se compromete a reproducir. Marcela Lagarde sostiene que «sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres». Así, el término Femicidio es mucho más que la feminización del «Homicidio» y obedece a razones de tipo socio-histórico-cultural. Y lo cierto, es que se produce con mayor frecuencia en los países, contextos y sectores sociales cuyos derechos han sido más vulnerados (Botello y Figueroa, 2010), reforzando la desigualación de las mujeres.
Además, los femicidios registrados muestran cambios en algunas características históricas: Los primeros estudios señalaban que solían ser el desenlace fatal de muchos años de violencia, y hoy surgen más casos en vínculos de pocos años o meses; a la par que se amplía el perfil de las víctimas, incluyendo nuevos sectores sociales (Fernández, 2012), cuyas vidas se fueron precarizando en el marco de procesos de desafiliación social de víctimas y victimarios. Ello, obstaculiza la generación de recursos para afrontar los cambios en la vida social, donde las mujeres entraron en nuevas relaciones con la vida pública, tras la expansión de una economía femenina de supervivencia (Sassen, 2003). Así, la violencia machista suele ser la respuesta fallida del patriarcado ante el quiebre de los modelos hegemónicos de feminidad y masculinidad, y pretende lo imposible: restaurar antiguos roles, revertir la transformación de la sexualidad femenina y reducir la capacidad de decisión de las mujeres. A ello se suma que, por un lado, el Estado no promueve cambios suprestructurales para acompañar tales reconfiguraciones, y por otro, no implementa políticas públicas inmediatas.

Obstáculos al movimiento de mujeres

Los femicidios se dan tras numerosas denuncias previas, lo que los convierte en una de las muertes más evitables. Además, las miles de personas que se manifestaron bajo el lema #NiUnaMenos, son un síntoma inequívoco del cambio social. Pero el Estado continúa haciendo caso omiso: el gobierno de Macri destina tan sólo $4,50 pesos por mujer; cifra irrisoria que heredó –y mantuvo- del anterior gobierno, a pesar de que hayan anunciado un nuevo plan contra la violencia de género. A ello se suma el hecho de que la justicia protege a los violentos, garantizándoles diversos grados de impunidad. Así, el Estado es el que reproduce las inequidades de género y propicia el avance de los femicidios. Sin ir más lejos, el gobierno provincial de Chubut, acaba de vetar la Ley de Emergencia en Violencia de Género, recientemente aprobada, en una clara reacción contra la lucha de las mujeres.
Por eso, además de seguir dando la pelea en cada territorio, se está gestando un nuevo gran suceso para el próximo 8 de marzo: el Paro Internacional de Mujeres. El feminismo está cobrando nueva fuerza en todo el mundo, con movilizaciones contra Trump, contra la violencia machista y por la igualdad salarial. En Argentina, mientras el gobierno de Macri y los gobiernos provinciales sigan haciendo oídos sordos, desde Juntas y a la Izquierda seguiremos sosteniendo los reclamos más elementales de las mujeres, que en 2016 se expresaron con nuevas y masivas movilizaciones bajo el grito de «Ni Una Menos. Vivas nos queremos». Este año el desafío es profundizar aún más las luchas por nuestros derechos.

Caro Dome