24 de Marzo Son 30.000 y fue genocidio

La nueva etapa política macrista también se expresa en el campo de los DDHH. Para «normalizar» el capitalismo, quieren restaurar la legitimidad social de las fuerzas represivas. Es una línea preventiva de la burguesía para la dinámica que se viene: reacción obrera, juvenil y popular a la ofensiva reaccionaria del nuevo gobierno.

La interpretación del pasado es un terreno de disputa política, de lucha por la hegemonía del relato oficial. Así la clase dominante construye identidad social y le da sentido a las cosas. Es lo que se llama el sentido común. Después esa minoría social utiliza diversos dispositivos de difusión e institucionalización de ese relato del pasado: las empresas mediáticas, la producción editorial, la educación pública.
El PRO se planteó la tarea de restaurar una versión de la última dictadura militar que la ubique como la consecuencia de una lucha de fracciones extremas -a derecha e izquierda- que por excesos terminaron en una disputa abierta, una guerra donde el Estado se extralimitó un poco. La utilización sobreactuada de los DDHH como recurso de acumulación electoral por parte del gobierno anterior, su manipulación abusiva e interesada incentivó esta orientación en el PRO. Con una batería de editoriales en La Nación y Clarín, con Jorge Lanata como militante de esa causa, con el plumífero de Ceferino Reato -autor de investigaciones alimentadas por los servicios de inteligencia y con mucha publicidad comercial- el gobierno intentó ir homogeneizando base social reaccionaria y desde ahí perforar otras franjas sociales con su influencia. Ministros como Lopérfido, de Cultura, tuvo que irse por sus declaraciones cuestionando el número de 30 mil o el ex carapintada ahora titular de Aduana Gómez Centurión que negó el carácter genocida de la última dictadura y fue blanco del repudio social. Otras iniciativas como la Ley Antipiquetes -que nunca pudieron aplicar-, la baja en la edad de imputabilidad o el endurecimiento de leyes contra los inmigrantes, van todas en la misma línea de hacer base a derecha para atacar a la izquierda y los que luchan. En este tema también la relación de fuerzas sociales le pone límites al PRO. En síntesis: viene fracasando.

1982: bisagra revolucionaria en Argentina

Los capitalistas como clase dominante no ejercen su poder de forma directa, sino con la mediación de instituciones e ideologías. En Argentina durante el siglo XX, a imitación de referencias de otros países, en el nuestro la burguesía controló la situación apelando a dos regímenes dialécticamente relacionados. Es decir: a dos sistemas combinados de instituciones. Por un lado, el bipartidismo entre la UCR y el PJ. La alternancia de uno u otro fue puntal durante décadas de falsas ilusiones entre los trabajadorxs e incluso de la juventud con el radicalismo. Cuando las luchas, revueltas y el ascenso de la movilización era incontrolable antes que las masas barrieran con un gobierno de la alternancia radical-peronista, las fuerzas armadas daban un golpe de estado. El golpe aunque formalmente era contra un gobierno radical o peronista, en realidad era para salvar a unos y otros de la experiencia completa de la población, del movimiento de masas. El gobierno militar que asumía tenía siempre un objetivo económico de recortar derechos y garantizar transferencia de recursos y más rentabilidad capitalista, y políticamente darle tiempo a radicales y peronistas que se rehicieran para volver a iniciar el ciclo de la alternancia, una vez despejado el camino de activismo, izquierda y organización obrera.
Lo distinto que ocurrió en 1982 con la última dictadura argentina es que por primera vez un gobierno militar no se iba cuando pactaba hacerlo con la burguesía, sino corrido por la movilización independiente y revolucionaria de masas. La caída de la dictadura genocida en el país no fue el resultado de una planificación burguesa: fue una imposición forzada por la movilización obrera y popular multitudinaria. El desprestigio, la bancarrota política total de las FFAA como opción o recurso de poder para la burguesía la dejaba a ésta con una sola salida: arreglarse con la alternancia radical-peronista sin poder volver a apelar a un golpe como salida de salvataje.

La larga y traumática experiencia de 35 años de democracia capitalista

El efecto impresionante de la revolución política contra la dictadura fascista fue tan fuerte que incluso obligó a un gobierno como el de Alfonsín, de la reaccionaria UCR, a juzgar a los comandantes de las FFAA responsables de la represión. El informe Nunca Más elaborado por una comisión de “notables” presidida por el escritor Ernesto Sábato fue el relato estatal del genocidio que atribuyó a la existencia de “Dos Demonios” -guerrilla y militares- la tragedia social. Era el primer intento de encubrir, de construir sentido con una falsa ideología. A la vez ese intento fue la manera de procurar cerrar la revolución democrática. Imposible. La lucha siguió. Después vino Semana Santa de 1987, la extorsión carapintada y la claudicación total del alfonsinismo con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Los 24 de Marzo se transformaron de a poco en la acción de masas más concurrida de todo el año. Increíble pero cierto. La fecha de una contrarrevolución, de una derrota, es la más convocante de todo el calendario de luchas. El menemismo fue un salto de calidad en la impunidad: dio el indulto a todos los genocidas dejándolos en libertad. Esta decisión lejos de desmovilizar incentivó el fortalecimiento de los organismos de DDHH y la lucha democrática de otras organizaciones políticas, sociales y estudiantiles.
La crisis social del capitalismo neoliberal en los ’90 arrastró a millones. Son esos los que explotaron en diciembre de 2001, los que echaron 5 presidentes en una semana. ¿Qué había pasado? La imposibilidad de dar un golpe e impedir la desilusión con el bipartidismo terminó ayudando a una experiencia a fondo y una conclusión de masas: se tienen que ir todos, son lo mismo, sin ellos vamos a vivir mejor. Esa simple conclusión motorizó el Argentinazo. Ahora era el bipartidismo el que volaba por el aire, una de las últimas balas de las corporaciones.

El desafío de nuestra generación: activar en política revolucionaria, cambiar el mundo de base

Nosotrxs como corriente marxista en Argentina tenemos un enfoque preciso, claro: hubo dos acontecimientos trascendentales en la historia moderna del país. Por un lado, la caída revolucionaria de la dictadura genocida a diferencia del continuismo pactado en Chile con Pinochet, en Paraguay con Stroessner o en Brasil en los 80 con su propia dictadura. Eso inhabilitó cualquier golpe en nuestro país. A la vez, el proceso de ajuste capitalista y reconversión de los últimos 30 años licuó cualquier ilusión en los partidos tradicionales, todos antipopulares al final. Eso explica el 2001.
El kirchnerismo fue un proyecto que intentó recomponer la normalidad pre 2001 desde un diálogo político inteligente, de un audaz cinismo político o doble discurso. Sin embargo, el kirchnerismo no pudo normalizar casi nada, apenas la institución presidencial. De hecho, aunque las medidas en materia de DDHH fueron más de tipo simbólico, igualmente reafirmaron la causa democrático anti-dictatorial, en especial entre los jóvenes criminalizados por gobiernos CEO-fachos como éste.
A la vez, lo central del planteo que traemos es que hace falta ir hasta el final en la lucha por juicio y castigo. En simultáneo saber que la lucha democrática por libertades individuales y colectivas, es una tarea política. Nosotrxs impugnamos al macrismo y su política restauracionista, y a la vez no queremos cambiarle un poco el maquillaje a las más odiadas instituciones represivas; luchamos por desmantelar todo el aparato policial, judicial y de corrupción política. Para esa pelea dura, pero posible, es crucial fortalecer una organización anticapitalista, feminista y ecosocialista como el MST. Es una tarea de primer orden para que nuestra generación impulse la construcción militante de partido revolucionario. Ahora y siempre. Hasta la Victoria. Hasta el socialismo.

Mariano Rosa