Venezuela: la revolución en su laberinto
Como en toda revolución, la política revolucionaria camina por el filo de la navaja.
Desde el gobierno, el comandante Chávez llama al pueblo y a los trabajadores a hacerse cargo del poder en las empresas y comunidades, pero sus ministros intentan frenar y muchas veces lo logran, o en el mejor de los casos desvían las iniciativas populares que buscan conquistar espacios de poder. El escenario es de lucha. Mientras el discurso oficial habla de acelerar el tránsito al socialismo, a veces con el apellido del siglo XXI y otras a secas, el sector privado de la economía sigue haciendo ganancias gigantescas y el patrono Estado posterga decisiones favorables a los trabajadores y actúa violando las propias leyes impuestas por la revolución y muchas veces persiguiéndolos. La reducción a la mitad de la pobreza en apenas seis años y en dos tercios de la pobreza extrema en el mismo periodo no puede ocultar, detrás de esas estadísticas u otras, la crisis espectacular que estalló en el sector público de la salud y al mismo tiempo en la niña de los ojos del presidente Chávez: la Misión Barrio Adentro.
La agresión imperialista y el hostigamiento externo han tomado cuerpo con la instalación de tropas yanquis en siete bases colombianas que apuntan a la Venezuela Bolivariana y al ALBA, y un pacto político entre Uribe y Obama que se asemeja mucho a una nueva colonización. Al mismo tiempo que se acrecienta la «invasión» silenciosa, pero notable, de paramilitares colombianos que se instalan en territorios fronterizos pero también en el resto del país, en el propio Distrito Capital, Caracas, es testigo mudo de esta «invasión» y su consecuencia en asesinatos impunes y control territorial. Por su parte, la oligarquía criolla y sus partidos parecen haber decidido apostar al desgaste del gobierno en la perspectiva de las elecciones legislativas del año próximo.
Este escenario de literatura caribeña en tono de realismo mágico, muestra la lucha entre un «socialismo» que se propugna desde el poder y desde la mayoría de los dirigentes del PSUV y una mezcla de rabia, decepción e iniciativas políticas y de lucha del movimiento popular revolucionario en la búsqueda de ser tenidos en cuenta en las decisiones y que sean satisfechos en sus necesidades. Como ellos mismos lo dicen: «Sin trabajadores no hay socialismo».
Mientras tanto, la intervención de sectores de la banca privada y la detención y prisión de sus dueños y gerentes, boliburgueses por cierto, es una muestra más de las contradicciones del proceso. O la convocatoria a construir una «Quinta Internacional» como heredera de las cuatro anteriores de tradición marxista, hecha por Chávez, deja boquiabiertos a los dirigentes que organizaron el evento donde esta convocatoria fue planteada. Los revolucionarios no podemos menos que tomar en cuenta esta convocatoria, evaluarla y debatir en cuales condiciones sería viable y verdaderamente progresiva la propuesta. El escenario en que se planteó, una reunión internacional de supuestos partidos de izquierda que estuvo plagado de partidos de gobierno que en su gran mayoría aplican planes neoliberales, hace que se deba ser muy prudentes sin dejar de ser realistas y participar mientras se ve cómo evoluciona la convocatoria.
Debatiéndose en todos estos claroscuros la revolución está en una encrucijada, como advierten importantes intelectuales, dirigentes obreros y sociales y corrientes político-sociales del campo de la Revolución. Si la Revolución Bolivariana va a tener su año clave, ése será el 2010.
Se levanta la voz de los trabajadores
Todo este proceso de acumulación de contradicciones y profundización de la lucha de clases se viene acelerando desde la primera «nacionalización en caliente», producida en abril de 2008. Entonces los trabajadores de la acería Sidor, arrancaron, enfrentando inclusive la represión ejecutada por la Guardia Nacional, la nacionalización-compra de esa siderúrgica, al mismo tiempo que su contratación colectiva, luego de quince meses de lucha continua.
Desde entonces se ha venido desarrollando en el país una serie de nacionalizaciones, generosamente pagadas, es cierto, lo que no sería necesario hacer, y un movimiento que naciendo en la propia Ciudad Guayana sede de las industrias Básicas, se extiende por todo el país: la lucha por el control y la gestión de los trabajadores de las empresas nacionalizadas o recuperadas por sus trabajadores. Ese movimiento toma fuerza también en otros sectores estratégicos, como el sector eléctrico.
Este proceso de nacionalización se viene dando en ramas importantes para el desarrollo y la infraestructura del país. Lo mismo para sectores altamente críticos por el tipo de economía rentista venezolana, como lo es el sector de la alimentación.
Fueron compradas todas las cementeras pertenecientes a distintas transnacionales. Las empresas del hierro y de producción de briquetas para la fabricación del acero. Empresas de café, de procesamientos de sardinas, fueron intervenidas empacadoras de arroz, una de las bases de la alimentación en el país, y una larga lista de medianas empresas fueron primero ocupadas por sus trabajadores o con medidas de ocupación temporal dadas por el gobierno y luego expropiadas. El último caso es la procesadora y empacadora de café Fama de América como antes habían sido Cafea y otras de distintos ramos. Y la intervención de los bancos antes señalada. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar el crecimiento del endeudamiento para cumplir gastos corrientes a que se vio obligado el gobierno directamente a través de la emisión de los llamados «Bonos Soberanos» y con la emisión de bonos de deuda de la propia PDVSA.
Mientras, en el sector de los trabajadores privados se están librando importantes luchas de varios tipos. Por las convenciones colectivas o democráticas en defensa de sus dirigentes como Mitsubishi, o por el castigo de los responsables de dirigentes asesinados como fue el caso de Richard Gallardo y otros compañeros del Estado Aragua, Argenis Vázquez de Toyota, en el Estado Sucre, o los dos camaradas asesinados durante el conflicto de la Mitsubishi, Estado Anzoátegui, entre muchos otros camaradas de lucha. O para garantizar la continuidad del empleo, como sucedió en General Motors, Valencia, Estado Carabobo.
Pero en todas las luchas, las ocupaciones o donde se desarrollan peleas de tipo económico o reivindicativo no deja de plantearse o al menos debatirse el tema de la nacionalización y el de las relaciones de producción capitalistas.
En estos momentos la pelea de los trabajadores eléctricos por lograr conducir la Corporación del sector ha coincidido y dado impulso la pelea que se da por el control obrero y la gestión obrera en las industrias básicas, en Guayana, Estado Bolívar.
Ese proceso fue iniciado por Chávez el 21 de mayo de 2009, en un taller con más de cuatrocientos trabajadores quienes laborando después durante dos meses presentaron un plan completo de gestión, y al que la burocracia estatal quiere frenar o desviar. Esos trabajadores están dando una gran pelea para imponer lo que se les ha prometido: ser protagonistas del Plan Socialista Guayana 2009-2019.
El planteo de esos trabajadores altamente calificados con enorme experiencia y amor por el trabajo que realizan, y por la revolución misma, atenta contra el principal de todos los enemigos del proceso…
El enemigo interno
La voluntad del pueblo revolucionario y de sus movimientos de enfrentar intentos contrarrevolucionarios de la derecha y del exterior esta suficientemente probada. No es necesario, por lo tanto, insistir en ella en este trabajo. Lo que entendemos imprescindible debatir con ese movimiento popular y con los sectores que a nivel internacional luchan por el socialismo y ven con simpatía el proceso en la Venezuela Bolivariana, son las dificultades interiores del proceso, sus contradicciones y sus crisis. De otra manera sería, según nuestro punto de vista, imposible encontrar el rumbo que defienda las conquistas obtenidas y vaya por más.
El peligro real que enfrenta hoy la Revolución Bolivariana viene desde adentro mismo del proceso. Se ha desarrollado una burocracia que apoderándose del aparato del viejo Estado burgués actúa como gerentes de éste, asociada a una naciente burguesía local que hace negocios con el Estado y a transnacionales de diverso origen. En diez años de proceso revolucionario se ha instalado y empieza a consolidarse una burocracia que ha conquistado enormes privilegios materiales. Que los defiende con uñas y dientes y que dan al traste con el declarado discurso de tránsito al socialismo. Esta burocracia usufructúa la renta petrolera haciendo una distribución regresiva de la misma y en repetidas oportunidades, por no decir casi siempre, hace fracasar los planes, al menos «desarrollistas» de uno de los gobiernos distintos que han surgido al calor de la revolución latinoamericana.
Este sector está en pelea y pretende derrotar a los trabajadores más avanzados que se plantean ser ellos, junto a las comunidades, quienes controlen y gestionen el proceso productivo. Los trabajadores quieren ser los actores de la construcción de un verdadero plan que apunte a solucionar los grandes problemas que sufre el pueblo venezolano. Son ellos también quienes tienen planes para desarrollar tecnología propia, comprar mejor y lo necesario, eliminar la intermediación, combatir el contrabando horroroso que provoca enormes pérdidas, el despilfarro burocrático orientado a la corrupción y garantizar un financiamiento transparente con cuentas públicas de los presupuestos de las empresas.
Esos trabajadores están enfrentando a la burocracia del Estado en una pelea desigual, donde un paso adelante logrado con mucha lucha muchas veces se paga con dos pasos hacia atrás. Para dar un solo ejemplo, a la instalación de las mesas de trabajadores para elaborar el Plan Guayana Socialista le siguió la designación de cinco ministros en la Junta Directiva de SIDOR con funciones de vicepresidentes. De todas formas el movimiento por controlar y gestionar se extiende. Y va construyendo bases teóricas y modelos democráticos donde son los trabajadores junto al pueblo quienes puden proponer, encontrar y ejecutar las mejores soluciones a los agudos problemas que se presentan.
La batalla toma cuerpo en centenares de cuadros obreros que la diseñan, buscan apoyo teórico en los clásicos, debaten, chocan posiciones y hacen propuestas. Ellos ponen por delante el cambio de las relaciones de producción capitalista que domina en esas empresas para poder sacarlas de las crisis y para derrotar al enemigo que se encontraron luego de eliminar al patrono privado de ellas: la burocracia estatal y su modelo de capitalismo de Estado. Este movimiento sin forma ni dirección unificada, excepto en las ilusiones que tienen aún en el presidente Chávez, expresa la acumulación de una masa crítica necesaria aunque todavía no suficiente, sobre la cual construir una verdadera base política del poder obrero revolucionario.
Pero la burocracia no es homogénea, presenta fisuras y funciona en camarillas. La mayoría de ella no tiene ideología más allá de defender sus privilegios. Hay un sector sin embargo que ha elaborado una posición ideológica, es un sector que apoyándose en las experiencias del «socialismo real», es decir en el peor de todos los modelos «socialistas» impulsan y defienden un modelo de capitalismo de Estado. Sostienen que la clase obrera venezolana no está suficientemente preparada para ser la protagonista principal del socialismo. En una mezcla de estalinismo tardío, pero no por eso menos peligroso, con falsificaciones guevaristas, oponen a las necesidades de los trabajadores y el pueblo pobre y a sus reclamos -a lo que denominan reivindicativismo- el llamado a «la conciencia del deber social», es decir a que sean los explotados y oprimidos los que asuman nuevamente los sacrificios.
Todos estos sectores o camarillas disputan y pelean entre ellos por espacios de control dentro de un Estado que por eso mismo está feudalizado y en crisis aguda y sobre todo por el manejo de la distribución de la renta petrolera. Sólo los unen dos cosas: la primera es que tienen un odio visceral y un enorme temor por la clase obrera y el pueblo revolucionario; la segunda, es que se disciplinan al arbitraje inapelable que para ellos desempeña Chávez. Eso sí: lo hacen «por ahora»…
La «conspiración» de los intelectuales o la defensa de la crítica
Es una coincidencia de los clásicos que toda revolución política o social se anuncia previamente con un enorme movimiento de las ideas, una batalla de ideas que van construyendo y debatiendo los proyectos para llevar adelante. Así, el debate sobre el carácter de la Revolución Rusa luego de la Revolución de 1905 fue el preludio que configuró la estructura ideológica que llevó la Revolución de Octubre del ’17.
Parafraseando estas afirmaciones, se podría decir también que durante el propio desarrollo de los procesos revolucionarios los momentos de mayor tensión y crisis son preanunciados por grandes debates políticos y teóricos. En los primeros años de la Revolución Rusa, cuando todavía era posible la discusión y el debate abierto de las posiciones y diferencias en el partido de cara a la sociedad de conjunto, es decir cuando todavía no se había impuesto el estalinismo, fueron varios estos debates. Sólo por mencionar algunos se pueden señalar el debate por la autonomía o la sumisión de los sindicatos al Estado y al partido; el que se desarrolló frente a la inminente Guerra Civil y durante su inicio, entre quienes sostenían solo la milicia obrera como válida contra la formación de un Ejército revolucionario moderno; o el debate sobre cómo encarar la catrástofe económica que desembocó en la llamada NEP (Nueva Política Económica). Estos debates fundamentales se hicieron de manera pública en los periódicos, en condiciones de aislamiento y amenaza exterior y de crisis interna.
Sin pretender comparar el proceso Bolivariano con la Revolución Rusa, lo que sería un enorme e imperdonable error, durante junio de 2009 en Caracas se dio un hecho de gran importancia desde este punto de vista. Fue un hecho que tuvo repercusión nacional y llegó a algunos sectores que apoyan a la revolución bolivariana internacionalmente.
En un evento protagonizado por varias decenas de los intelectuales orgánicos más renombrados de la Revolución Bolivariana y organizado por el Centro Internacional Miranda (CIM), se discutió durante dos días, transmitido por la televisión estatal y recogida por gran parte de la prensa de circulación nacional y la gran mayoría de los medios alternativos, varios de los temas que más crítica merecen dentro del proceso.
Se cuestionó el papel del Estado y la necesidad de un nuevo Estado revolucionario, y el papel del PSUV como una simple máquina electorera, al contrario de lo que se necesita: un verdadero partido de la revolución. Se criticó que el PSUV intenta cooptar o aplastar la iniciativa y la autonomía de los movimientos sociales. Se planteó con fuerza la necesidad de la construcción de una dirección colectiva para el proceso que sustituyera el «hiperliderazgo» de Chávez, entre otros muchos puntos.
La reacción del alto gobierno y del propio Chávez -que luego corrigió- fue de una dureza tal frente a las críticas, que lo que había sido un encuentro de intelectuales para discutir las luces y las sombras del proceso revolucionario, se transformó en un debate nacional sobre el derecho a la crítica. Y más que sobre el derecho, sobre la necesidad del respeto irrestricto a la crítica como forma de corregir errores y avanzar en la revolución. Este debate se desarrolló a través de la página web aporrea.org y se puede revisar en la misma. Y dio origen a la revista Comuna, que lo contiene casi en su totalidad. Fue un debate en defensa del pensamiento crítico como motor de la revolución, que se demostró correcto y oportuno. Y que dejó una huella que habrá que profundizar y seguir. Este es uno de los desafíos que enfrentan los sectores que luchan por una verdadera transición al socialismo con democracia obrera y popular.
Crisis en la «originalidad» de la Revolución Bolivariana
Toda revolución es original. No obstante, también obedece a leyes sociales e históricas. La supervivencia del poder del viejo Estado burgués es una contradicción aguda e irreconciliable en un proceso revolucionario que pretende iniciar el tránsito al socialismo. El desarrollo evolutivo en el reemplazo de un modo de producción y unas relaciones de producción por otras, es de la misma manera, contradictorio con la esencia del proceso revolucionario. Lo mismo que la convivencia como sistema, de un régimen de propiedad de los medios de producción capitalista con otros pretendi-damente socialistas. Y es así también, el intento de desarrollar un proceso de cambio de matriz socialista aislado en un país, que por más que sea «rico» desde el punto de vista de sus recursos naturales no deja de ser un país cuyas fuerzas productivas están extremadamente rezagadas. En el mundo de hoy solo la explosión de revoluciones socialistas en los cuatro o cinco principales países del planeta abrirían la puerta a la posibilidad teórica de una transición pacifica.
La Revolución Bolivariana consiste en un proceso en que se desarrollan tres revoluciones de manera simultánea. Una revolución democrática en el régimen político; una revolución antiimperialista en lo que hace a la búsqueda de una relativa independencia del país del imperialismo dominante a nivel mundial; y subterráneamente por la propia lógica del proceso, una revolución socialista cuyos principales sujetos sociales, chocan repetidamente en una lucha de clases con avances y retrocesos, y que plantea la necesidad de sacar ese proceso a la superficie y hacerlo conciente. Su supuesta originalidad está dada por considerarla desde el poder como una Revolución Bonita. Es decir pacifica y armónica, que pretende reemplazar el viejo Estado burgués por un «poder popular» que se ocupe territorialmente de organizar sus pequeños espacios de dominación.
Se pretende abrir al cambio de la relaciones de producción y de propiedad de manera gradual y dirigida desde ese mismo Estado burgués y sus instituciones. Esto lleva a la falsa conciencia de que una vez superado ese Estado burgués por las nuevas «formas de organización del poder popular» y de una supuesta propiedad social o socialista de los medios de producción, éste dejaría su lugar a un nuevo tipo de Estado, sin ofrecer ninguna resistencia.
Esta expresión está inclusive acuñada en una formula que sectores de la burocracia estatal intentaron convertir en consigna para seducir y hasta crear un sector de burgueses o «empresarios socialistas». «Ser capitalista es un mal negocio», rezaba el slogan que tuvo éxito, si se quiere un éxito miserable, desde el punto de vista de la revolución, pero logró conquistar a aquellos sectores boliburgueses con sus asociaciones de «empresarios socialistas» que consiguieron que sus ganancias crecieran geométricamente gracias a sus negocios con el Estado y a su asociación con la burocracia. Para ellos si, ser «socialistas» se convirtió en un gran negocio…
Si el proceso pudo mostrar algunos avances en un mundo que supuestamente estaba en crecimiento, con altísimos precios del petróleo y otros recursos naturales, la crisis actual del capital, la más aguda en un siglo, puso de manifiesto que no alcanza con un simple mecanismo de «distribución de la riqueza» más equitativo, o con la superación de algunos de los grandes problemas estructurales de la sociedad venezolana como la pobreza extrema, la ausencia de todo sistema de salud y hasta altísimos niveles de analfabetismo.
Estos éxitos están hoy cuestionados. Los cuestiona la crisis desatada en las misiones, en especial Barrio Adentro, que obligó al reemplazo del ministro de Salud venezolano y del viceministro cubano residente en Venezuela responsable de esa misión. Esta situación venía siendo advertida por verdaderos trabajadores de la Salud, que en su momento denunciaban la proximidad de un colapso funcional en el sistema. O la crisis eléctrica, también anunciada por los trabajadores del sector al menos dos años antes de que ésta se expresara en los racionamientos actuales de energía y en apagones y una propuesta de reforma en la organización de la Corporación estatal de electricidad. Son sólo dos ejemplos sensibles de la actualidad.
La base de la crisis se encuentra en la defensa de una utopía reaccionaria: suponer o propagandizar que la construcción del socialismo o de la transición a él, para ser más precisos, se hace por acumulación de avances parciales. Algunas veces el propio presidente Chávez lo reconoce. Así ocurrió en la plenaria de la Asamblea Nacional cuando se conmemoraban los diez años de aprobación de la Elección a la Asamblea Constituyente. En esa oportunidad dijo: «Es hora de demoler el Estado burgués y comenzar la construcción de un nuevo Estado proletario». Sin embargo no se trata sólo de discursos. La historia de las revoluciones y la lógica misma de la lucha de clases indica que si no se avanza concientemente hacia esa demolición del Estado burgués, ese Estado aplastará a la revolución.
Pero entonces, ¿cómo es qué el pueblo gobierna y cómo se puede avanzar en la transición?
La revolución socialista tiene como precondición la demolición del Estado burgués y plantea en primer lugar la liquidación de las fuerzas armadas tradicionales que sostienen a ese Estado. Pero no estamos frente a un Estado burgués normal. La Revolución Bolivariana enfrenta un Estado feudalizado y en crisis profunda. La vieja clase dominante no lo controla y la nueva burguesía bolivariana no se ha consolidado aún. Por otra parte, los elementos de independencia relativa del imperialismo se mantienen y se han producido una serie de reformas progresivas en las Fuerzas Armadas, en especial la creación de las milicias bolivarianas autónomas y los batallones obreros y populares de esas milicias. La definición de «pueblo en armas» es un elemento importante que fomenta la crisis del Estado burgués.
En relación con este tema hay un debate importante entre sectores revolucionarios del proceso. Nuestra opinión es que, siendo progresivas, esas reformas no significan un salto de cualidad. Las fuerzas armadas siguen actuando como la parte de la burocracia del Estado que monopoliza las armas. Y en muchos casos ocupan la dirección de sectores económicos fundamentales. Aun así, el principal obstáculo hoy no está en la institución fuerza frmada, sino en el conjunto de régimen político apropiado por la burocracia que impide la profundización.
Todas las transformaciones que proponemos parten del principio de la defensa armada de la revolución de ataques exteriores e internos. Y en eso la principal fuerza con la que contamos es con llevar lo más rápidamente a la práctica la consigna del pueblo revolucionario en armas.
La primera transformación necesaria es revolucionar el funcionamiento del gobierno. La demolición del Estado burgués pasa en la actualidad por la liquidación de un sistema institucional no revolucionario o en algunos casos directamente contrarrevolucionario. Tomando el ejemplo de los concejos obreros, de los sindicatos revolucionarios del conjunto de movimientos sociales que hacen vida en la revolución, es necesario reemplazar el actual modelo de ministerios, vertical y jerárquico, por un consejo nacional de organizaciones sociales y políticas que gobiernen con Chávez. Un nuevo régimen político que sea a la vez ejecutivo y centralizador del plan nacional de desarrollo. Que debería tener funciones legislativas, con elección y revocabilidad inmediata de sus participantes. Las Fuerzas Armadas deben estar subordinadas a este Consejo y al mismo tiempo deben participar de él democráticamente, con elección de sus vocerías por parte de todos sus componentes. Lo mismo para las milicias populares.
La segunda transformación necesaria es revolucionar el partido. La mezcla de funciones entre dirigentes del partido y del gobierno o el Estado debe ser una excepción, no la regla como lo es actualmente. Del mismo modo en que no pueden ser aceptados sectores empresariales por más que se reclamen socialistas, la explotación burguesa o boliburguesa va en contra de la revolución socialista. El partido debe hacer un principio del respeto por la autonomía del movimiento popular revolucionario y sus iniciativas. Un partido que impulse las medidas de gobierno que evalúe como un avance hacia el socialismo y que tenga libertad de crítica, de debates públicos, que participe al igual que los otros partidos que dicen defender el proceso del consejo de gobierno.
La tercera transformación necesaria es revolucionar la dinámica de la política económica. Toda la economía nacional -tanto el sector estatal, el denominado social, como el privado- debe ser controlada y con participación en la gestión por parte de los trabajadores y las comunidades, con las organizaciones que ellos decidan y esas organizaciones deben ser garantes de la aplicación de unas nuevas relaciones de producción que rompan con la división capitalista del trabajo. El sector privado que subsista no podrá tener el beneficio del secreto comercial ni bancario, sus cuentas deben ser públicas y también controladas por los trabajadores, las comunidades y el órgano central de gobierno.
La cuarta transformación necesaria es revolucionar la política exterior de la revolución. Es correcto mantener relaciones comerciales con todos los países con los que debamos comerciar, apuntando a romper lo más rápidamente posible con la dependencia comercial del imperialismo yanqui y profundizando y extendiendo los lazos con el ALBA. Pero eso no debe significar apoyo político incondicional hacia los gobiernos de los países con los que comerciamos, ni la China en la que se ha restaurado el capitalismo, ni el Lula de Brasil, ni el gobierno de los Kirchner, que aplican planes neoliberales contra sus propios pueblos, pueden recibir el apoyo político de un proceso que se pretende socialista. La convocatoria a una V Internacional debe ser en el marco no excluyente que planteó el presidente Chávez. Deben participar para hacer la experiencia todas aquellas organizaciones políticas verdaderamente de izquierda y sociales que estén por impulsar lucha por el socialismo a nivel internacional como alternativa al capitalismo agonizante.
Pero sobre todo la Revolución Bolivariana tiene que tener una política internacional activa de defensa de las luchas de los pueblos del mundo contra sus propios gobiernos imperialistas o capitalistas, apoyando el recurso verdadero del pueblo trabajador para su emancipación: la movilización revolucionaria de los explotados y los oprimidos.
Estas son las propuestas que según nuestra opinión son necesarias para que la revolución salga de su laberinto actual por la puerta que conduce a la transición revolucionaria al socialismo.