Debates hacia el 8M: Somos feministas anticapitalistas
En las reuniones preparatorias de las acciones del 8 de Marzo surgen diversos debates ideológicos y políticos. ¿Las mujeres somos todas trabajadoras? ¿Cuál es el enemigo y qué tipo de feminismo llevamos adelante? ¿Qué rol deben ocupar los varones en las luchas de género? Aquí van algunas respuestas.
En las reuniones del colectivo Ni Una Menos de Buenos Aires y en otras provincias, al ir construyendo en común el programa de consignas, algunos grupos feministas plantearon la consigna “trabajadoras somos todas”.
Quizás esta definición tan absoluta provenga del afán de resaltar la existencia del trabajo doméstico de las mujeres. Es cierto que esa tarea, que además en promedio insume cuatro horas y media al día, es cotidiana, aburrida y casi vitalicia, pero casi siempre olvidada y nunca valorada económicamente ni remunerada. Por eso sostenemos que no sólo debería ser compartida por los varones sino, sobre todo, asumida socialmente a través de la escolaridad de doble turno y la apertura de guarderías durante las 24 horas, comedores y lavaderos públicos y de calidad. Pero considerar que la mayoría de las mujeres trabaja en el hogar, o si trabaja en el hogar y también afuera trabaja doblemente, no nos debe hacer caer en la generalización equivocada de que “trabajadoras somos todas”.
La sociedad capitalista se divide en clases sociales, muy distintas. Y las mujeres no somos ajenas a esa división tajante. De un lado estamos las asalariadas o trabajadoras en relación de dependencia, sólo dueñas de nuestra fuerza de trabajo y por ende explotadas, y del lado opuesto las burguesas. Las desocupadas, jubiladas y compañeras de empleados u obreros forman parte de la clase trabajadora.
En el medio de ambas clases están las mujeres de clase media y de sectores populares, sean urbanas o campesinas, profesionales, cooperativistas o cuentapropistas, muchas de ellas aliadas de la clase obrera y todas ellas oprimidas por el patriarcado como las trabajadoras. Esas mujeres también son trabajadoras en un sentido amplio, ya que trabajan dentro y/o fuera de su hogar.
Pero las mujeres burguesas o de alta clase media, capitalistas ellas mismas o esposas de capitalistas o de gerentes, no trabajan. No lo hacen en su hogar, porque tienen empleadas domésticas, ni menos aún fuera de él. Al contrario: como dueñas o esposas de dueños de los medios de producción -empresas, bancos, tierras- nos explotan a nosotras y a nuestros compañeros, los trabajadores varones.
Por esta razón objetiva, desde Juntas y a la Izquierda y el MST nos parece un error la consigna “trabajadoras somos todas”, que diluye en el policlasismo la división real de clases existente. Así lo planteamos en la reunión de Buenos Aires y se sacó del documento conjunto que se leerá en la Plaza de Mayo el 8M.
El enemigo es el sistema patriarcal y capitalista.
Si bien bajo distintas formas la opresión machista o patriarcal, es decir la dominación del género masculino sobre el género femenino, es muy anterior al surgimiento del capitalismo, hace varios siglos que es inseparable de este sistema y sus instituciones.
La razón también es muy objetiva y concreta: la opresión de la mujer es altamente beneficiosa para la clase capitalista en términos económicos. En el caso de las mujeres asalariadas, tenemos mayores índices de desempleo, subempleo y precarización laboral que los varones. Por eso y por las mayores dificultades para acceder a cargos jerárquicos, nuestro ingreso promedio es un 27% menor al de los varones. Además, al ser gratuita, la tarea doméstica de las mujeres al cuidar a su compañero e hijos -que trabaja hoy o trabajarán mañana- redunda directamente en favor de quienes obtienen ganancias al explotar esa mano de obra: la clase capitalista. La burguesía gasta en combustible y repuestos para mantener sus máquinas, pero en cambio no pone ni un peso para la atención, compras y alimentación, vestimenta, limpieza y reproducción de la fuerza de trabajo, tareas de “cuidado” que en su gran mayoría recaen sobre las mujeres. El valor económico de todo ese trabajo femenino no remunerado ronda el 25% del PBI del país, o sea unos 135.000 millones de dólares al año. ¡Ni un minuto podría funcionar el capitalismo si los burgueses tuvieran que restituir semejante cifra!
Es por esta profunda razón de interés económico que el capitalismo y todas sus instituciones -gobierno, Estado, justicia, policía y fuerzas armadas, Iglesia, sistema educativo, parlamento, partidos políticos del sistema- reproducen y sostienen la opresión patriarcal. Más allá de las intenciones, “combatir” al patriarcado ignorando que es intrínseco al sistema dominante, es funcional a la continuidad del capitalismo.
Por eso a nuestro modo de ver se equivocan aquellos grupos feministas que sólo cuestionan la dominación patriarcal. La lucha por terminar con esa opresión no se puede separar de la lucha global contra el sistema capitalista, que aparte de explotador es el padre de todas las violencias y opresiones, siendo la principal de ellas la opresión a las mujeres, que son más de media humanidad. Por eso somos feministas anticapitalistas.
En sintonía con nuestro criterio, en esta nueva oleada feminista internacional que estamos atravesando avanza la conciencia de muchas mujeres de que la raíz de nuestra desigualdad y opresión es el sistema capitalista y patriarcal.
La mujer protagoniza, el hombre acompaña.
Desde nuestra agrupación de mujeres Juntas y a la Izquierda y desde nuestro partido el MST nosotras no consideramos enemigo al “hombre”, sea como individuo o como género. Una cosa es que la mayoría de los hombres de alguna manera se beneficie de la opresión a la mujer y otra muy distinta es que nuestra lucha se deba dirigir contra ellos, como lo hacen algunas feministas sectarias, como si la propia existencia del género masculino fuera la causa determinante de nuestros problemas.
El machismo no está inscripto en los genes ni en las hormonas: se trata de conductas, comportamientos y prejuicios aprendidos e incorporados desde que nacemos a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad en la que vivimos, desigual e injusta. Dicho sea de paso, muchas mujeres también son correa de transmisión del mismo modelo familiar y cultural patriarcal que nos niega derechos. La pelea es entonces contra las conductas machistas y a la vez contra el sistema social, económico y político que las sostiene, no contra “los hombres”.
Desde ya, en todas las movilizaciones y luchas feministas el protagonismo central es y debe seguir siendo nuestro, de las propias mujeres. Somos nosotras el sujeto en acción y conciencia. Los varones que quieran, antipatriarcales, que se sumen y acompañen nuestras marchas y nuestras reivindicaciones feministas.
Pero justamente porque el enemigo presente y fundamental de todos los derechos sociales en general y de todos los derechos de las mujeres en particular es el sistema capitalista y patriarcal, la batalla contra él es una misma. Por eso nosotras entendemos y damos esa batalla en forma compartida, codo a codo, mujeres y varones.
Juntas y a la Izquierda – MST