8 de Marzo: historia y actualidad
El sistema capitalista siempre buscó desnaturalizar el sentido de lucha con el que nació el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El paro internacional de mujeres este 8 de Marzo recupera con creces ese significado combativo. Como feministas socialistas, aquí reflexionamos sobre la historia y la actualidad del 8M, algunos aspectos del programa transicional por el que peleamos cotidianamente y nuestros objetivos estratégicos.
La historia nos lleva 109 años atrás, cuando en Nueva York decenas de obreras textiles, 146 para ser exactas, mueren calcinadas adentro de la fábrica que estaban tomando, que fue incendiada por agentes de la patronal. ¿Qué reclamaban aquellas mujeres trabajadoras en 1908? Lo mismo que reclamamos hoy en día quienes además de ser oprimidas somos explotadas por el sistema capitalista: mejores salarios y condiciones laborales e igualdad con los varones. Ese reclamo les costó la vida.
En 1910, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, la revolucionaria alemana Clara Zetkin propuso declarar el 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en homenaje a aquellas trabajadoras que habían dado su vida peleando contra la explotación del sistema capitalista. Se aprobó y a partir de allí la fecha se fue imponiendo en cada vez más países, integrando en la actualidad acciones y movilizaciones en casi todo el mundo.
Reclamos de ayer y de hoy
Este año se cumple el 100º aniversario de la Revolución Rusa. También vale entonces recordar el rol de primera línea que jugaron las trabajadoras en el inicio de aquella revolución. El 8 de marzo de 1917 las obreras textiles salieron a las calles por sus derechos, desatando el proceso revolucionario que llevaría a la toma del poder por los obreros y campesinos, con sus soviets y el Partido Bolchevique a la cabeza. Recordar esos hechos forma parte de reafirmar la pelea estratégica que el movimiento feminista debe asumir para combatir al sistema capitalista y patriarcal, padre de todas las violencias.
La revolución de febrero de 1917 (según el calendario ortodoxo) fue el prólogo de la revolución decisiva de octubre. Y se inició con las masivas marchas de mujeres en Petrogrado contra la miseria provocada por la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial. Esa guerra empujó a las mujeres al mercado de trabajo, ya que los hombres estaban en los frentes de batalla. Para ese entonces, un tercio del proletariado industrial de Petrogrado eran mujeres. En las áreas textiles de la región industrial del centro de Rusia alcanzaban a la mitad o más de la fuerza de trabajo.
Contra esas condiciones de explotación salieron a luchar las mujeres rusas hace cien años. Hoy el movimiento feminista sale a las calles por esos y otros reclamos presentes, a la vez que crece la convicción de la necesidad de dar una batalla de fondo contra el sistema económico-social que genera la desigualdad en desmedro de la mujer.
Patriarcado y capitalismo
Si bien en el mundo rige el sistema capitalista desde hace más de 200 años, a su servicio éste ha adaptado el patriarcado, que proviene desde muy atrás en la historia.
La opresión de la mujer por el sólo hecho de serlo tiene su origen muchos siglos antes de que surgiera el capitalismo. Cuando las tribus primitivas dejan de ser nómades y se asientan a partir del inicio de la agricultura y el riego, las mujeres empiezan a perder derechos y libertades. Las mujeres quedan en el hogar al cuidado de los hijos y los hombres salen a las tareas de agricultura y ganadería, administrando luego los excedentes. Allí se pasa del matriarcado y las familias comunitarias al modelo familiar monogámico, heteronormativo y patriarcal que llega hasta hoy. En paralelo, surge la propiedad privada de los medios de producción, la división social y se va conformando un aparato estatal al servicio de la clase dominante[1].
Cuando muchos siglos después se instaura el capitalismo, ese antiguo modelo de familia patriarcal le servirá de sostén para reproducir la desigualdad social a escala de la familia y de ese modo reforzar su control de conjunto. Así como los capitalistas y sus instituciones necesitan y reproducen la división de clases para explotar a unos sobre otros, a nivel de los géneros sostienen la supremacía del hombre sobre la mujer porque les resulta conveniente y necesario.
El valor del trabajo doméstico
Como señalamos en nuestro periódico Alternativa Socialista, “la opresión de la mujer es altamente beneficiosa para la clase capitalista en términos económicos. En el caso de las mujeres asalariadas, tenemos mayores índices de desempleo, subempleo y precarización laboral que los varones. Por eso y por las mayores dificultades para acceder a cargos jerárquicos, nuestro ingreso promedio es un 27% menor al de los varones. Además, al ser gratuita, la tarea doméstica de las mujeres al cuidar a su compañero e hijos redunda directamente en favor de la clase capitalista. La burguesía gasta en combustible y repuestos para mantener sus máquinas, pero en cambio no pone ni un peso para la atención, compras y alimentación, vestimenta, limpieza y reproducción de la fuerza de trabajo, tareas de ‘cuidado’ que en su gran mayoría recaen sobre las mujeres. Todo ese trabajo doméstico no reconocido, está calculado y en nuestro país ronda el 25% del PBI del país, o sea unos 135.000 millones de dólares al año. ¡Ni un minuto podría funcionar el capitalismo si los burgueses tuvieran que restituir semejante cifra!” (2/3/17)
Acerca de esta problemática, nuestras propuestas toman como antecedente las políticas públicas dispuestas por el gobierno revolucionario bolchevique a partir de 1917 durante sus primeros años en el poder, con miras a integrar socialmente las tareas domésticas de las mujeres. En ese sentido, resulta muy ilustrativa una carta de León Trotsky a una reunión de obreras rusas (ver abajo).
Además de las ganancias concretas que les significa a los capitalistas la opresión de las mujeres, ésta también expresa la descomposición estructural que lo cruza. Por esas razones nuestra batalla estratégica es contra el sistema capitalista y patriarcal. En esa perspectiva, defendemos todos los reclamos de género como parte de un programa para desarrollar la movilización de masas en un sentido anticapitalista.
Algunos reclamos urgentes
Un femicidio cada 18 horas en nuestro país es síntoma claro de la violencia y la descomposición social que se vive. Los hombres creen tener supremacía sobre nosotras, porque el capitalismo patriarcal así los educó. Naturalizar la desigualdad social en todos sus terrenos, tanto de clase como de sexo, ha llevado a desvalorizar la vida de las mujeres, convirtiéndonos en meros objetos. La cara más brutal de esa violencia de género es el femicidio.
Es por ello que debemos exigirles a los gobiernos un presupuesto de emergencia para que haya casas-refugio para las mujeres víctimas de violencia, campañas masivas de prevención, asistencia jurídica y psicológica gratuita, y planes de reinserción laboral y habitacional.
Aparte del machismo cotidiano del gobierno, la justicia y la policía -el último ejemplo fueron las violentas detenciones en Plaza de Mayo al terminar la marcha del 8M-, otro pilar institucional de la desigualdad de género es la Iglesia Católica. Su injerencia a nivel estatal es tan brutal que aun estando ya en el siglo XXI los sucesivos gobiernos se niegan a avanzar en el debate parlamentario sobre el aborto legal, seguro y gratuito. Se oponen a reconocernos a las mujeres nuestro derecho básico a decidir en forma soberana sobre nuestros cuerpos, si queremos o no ser madres, cuándo y en qué condiciones.
Por eso es tan importante pelear por la plena separación de la Iglesia del Estado, para que nadie más que nosotras mismas podamos decidir sobre nuestros cuerpos. Y además para anular todos los subsidios que la Curia se lleva por parte del Estado, o sea de los impuesos de todas y todos, que este año se traducen en 26.000 millones de pesos entre pagos a curas, obispos, seminaristas y colegios católicos.
Hacia una salida colectiva
A la par que damos todas estas peleas cotidianas, no debemos perder de vista que la salida a la opresión sistémica que sufrimos las mujeres debemos pensarla principalmente en forma colectiva. Nuestra emancipación forma parte intrínseca de la liberación de la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares en su conjunto. Así como es imposible obtener avances económicos, sociales, democráticos y políticos significativos sin la participación activa de las mujeres, tampoco es posible lograr la emancipación plena de las mujeres sin luchar por una salida anticapitalista.
Nuestra pelea es entonces contra las conductas machistas y contra el sistema económico, social y político que las sostiene; no contra “los hombres”, sino contra el machismo que hombres -y mujeres- vamos recibiendo desde la infancia a través de todas las instituciones del sistema. No hay forma de terminar con la opresión de la mujer sin derrotar la explotación capitalista, que no puede ni siquiera garantizar un derecho tan elemental de las mujeres como es la vida.
Como bien escribió la revolucionaria rusa Alejandra Kollontai, “cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer la acerca a la meta fijada de su emancipación total…”
La desaparición de la explotación de una clase por otra y el reemplazo de la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad social, colectiva, son la condición para lograr ese cambio e iniciar la construcción del socialismo a nivel nacional e internacional. Es ese camino el que queremos transitar desde Juntas y a la Izquierda y el MST en Izquierda al Frente con cada una de las mujeres y los varones antipatriarcales que nos acompañen. Como diría la dirigente revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo, peleamos “por un mundo en donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Flor Salgueiro,
Juntas y a la Izquierda CABA
Carta de Trotsky a una reunión de trabajadoras en Moscú
(Publicada en el periódico bolchevique Pravda, el 28 de noviembre de 1923)
Siento mucho que un largo resfriado me haya impedido participar en la reunión que celebraba el quinto aniversario de la extensa labor del partido entre las mujeres. Permítanme enviar mis saludos a las participantes de la reunión y a través de ellas a todas las obreras y campesinas a las que ha despertado la labor del partido y asimismo a aquellas a las que despertará mañana.
El problema de la emancipación femenina está íntimamente ligado, material y espiritualmente, al de la transformación de la vida familiar. Es necesario quitar los barrotes de la prisión con que la sociedad actual encierra y sofoca a las mujeres transformándolas si no en esclavas, al menos en bestias de carga. Esto solo se puede lograr a través de la organización de métodos comunales para la educación y cuidado de los niños.
El camino a esta meta no es corto: se necesitan recursos económicos, mucha voluntad, conocimiento y esfuerzo.
Hay dos sendas que llevan a la transformación de la vida cotidiana: la de arriba y la de abajo. “La de abajo” comprende el esfuerzo de las familias individuales: formación en común de unidades familiares, cocinas, lavanderías, etc. “La de arriba” es la iniciativa del Estado y de los soviets locales para la construcción de viviendas, restaurantes, lavanderías, enfermerías, etc. Entre estas dos sendas, en un Estado de obreros y campesinos, no puede haber contradicciones, pues una debe ser complemento de la otra. Los esfuerzos oficiales se anularían sin la lucha independiente de las familias por un nuevo tipo de vida; y no tendría mucho éxito la iniciativa más entusiasta de las familias individuales de los trabajadores sin la ayuda y guía de los soviets locales y autoridades estatales. La labor de arriba y la de abajo deben ser simultáneas.
Un obstáculo en este campo, como en otros, lo constituye la falta de recursos materiales. Pero esto solo significa que el éxito no será tan inmediato como nos gustaría. Sería, sin embargo, inadmisible que bajo la excusa de falta de medios económicos, dejáramos a un lado el asunto de la formación de un nuevo sistema de vida.
Desgraciadamente la inercia y los hábitos ciegos constituyen una fuerza importante. En ninguna parte el hábito ciego y mudo se inserta de tal forma como en el oscuro y aislado interior de la vida familiar. ¿Y quién es el llamado a luchar primera contra esta inhumana situación familiar si no es la mujer? Con esto no quiero decir que los trabajadores conscientes estén libres de la responsabilidad de luchar por una transformación de la estructura económica de la vida familiar, sobre todo en lo que concierne a la alimentación, cuidado y educación de los niños. Pero quienes luchan con más energía y persistencia por lo nuevo son los que más han sufrido con lo viejo. Y en la presente situación familiar la que sufre más es la mujer, esposa y madre.
Esta es la razón por la que la mujer proletaria comunista, y siguiendo sus pasos toda mujer consciente, debe dedicar la mayor parte de su atención y esfuerzo a la labor de transformar la vida cotidiana. A pesar de que nuestro atraso económico y cultural nos crea muchas dificultades y solo nos permite actuar con lentitud en este campo, es necesario presionar con la opinión pública de todas las mujeres, para que todo lo que se pueda hacer dados nuestros actuales recursos se lleve a cabo.
Sólo en esta forma podremos abrir la puerta del socialismo a las obreras menos progresistas y conscientes, así como a las campesinas.
Les deseo mucho éxito en su trabajo.
Con saludos comunistas,
León Trotsky
[1] Este complejo proceso es analizado por Federico Engels en su brillante obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.