El fracaso del Papa en Chile
Lo que nos dejó la visita del Papa a nuestro país manifiesta el acelerado desprestigio que la Iglesia Católica Apostólica Romana enfrenta con lxs chilenxs. Las diversas polémicas, los abusos y encubrimientos marcaron el paso de Francisco, antes Jorge Bergoglio, en un truncado intento por parte de la Iglesia por reimpulsar la credibilidad en su institución, objetivo que iba de la mano de fomentar la reconciliación social en un período en donde las principales contradicciones del neoliberalismo han salido a flote de forma masiva.
Baja respuesta entre feligreses, alto gasto estatal y, nuevamente, el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por los obispos y curas marcaron la agenda de Francisco por Chile.
Abusos, encubrimientos e impunidad
“El Papa Francisco ha defendido a un obispo chileno acusado de encubrir crímenes sexuales”. Así tituló la revista norteamericana Time una nota que repasa el principal posicionamiento que tuvieron la Iglesia y Bergoglio en los tres días de la visita papal a Chile.
El cura Fernando Karadima, vinculado al pinochetismo y la elite chilena, fue expulsado en 2010 del sacerdocio luego de que un grupo de jóvenes lo acusara de diversos abusos sexuales que cometió en contra de ellos. Este hecho significó un alto rechazo a la Iglesia Católica, ya que Karadima mantenía una red de encubrimiento que lo ligaba directamente con otros personeros religiosos y contaba con protección del círculo empresarial y político.
El caso Karadima fue la apertura de una verdadera Caja de Pandora para la Iglesia en Chile, mostrando la punta de un iceberg que bajo el agua escondía una oscura red de encubrimiento, entre ellos el obispo Juan Barros, de la ciudad de Osorno. Rápidamente Barros encontró un fuerte repudio por la comunidad, que salió a manifestar la exigencia de su destitución.
Ante ese escándalo, y en repuesta a las movilizaciones populares en Osorno, que tuvieron eco nacional, en octubre del 2015 el Papa Bergoglio expresó: “Piensen con la cabeza y no se dejen llevar de las narices de todos los zurdos, que son los que armaron la cosa. Osorno sufre sí, pero por tonta, porque no abre su corazón a lo que Dios dice y se deja llevar por las macanas que dice toda esa gente…”
Esas declaraciones que ya desde la distancia había dado el Papa sobre el caso Karadima, resurgieron a su reciente paso por Chile. Mientras pedía “perdón” por los abusos que involucran a unos 80 miembros de la Iglesia en nuestro país, el correlato de aquellas palabras era la presencia provocadora del mismísimo encubridor Juan Barros en el recibimiento papal y su acompañamiento en todos sus actos.
Estos hitos retrógrados marcaron y marcan la política del Vaticano. El Papa Francisco los sostuvo y los sigue defendiendo. En la última actividad de la agenda papal en Chile, ante una pregunta de la prensa sobre el rol encubridor del obispo, el Papa respondió: “No hay una sola prueba contra el obispo Barros, todo es calumnia. ¿Está claro?”
La apuesta del régimen y el Estado… ¿laico?
Un controversial debate tuvo lugar también por el alto costo de la visita del mandamás de la Iglesia Católica. El Estado chileno invirtió 10 mil millones de pesos (unos 16,4 millones de dólares) en cubrir logística, seguridad y costos fronterizos, entre otros gastos. Por su parte, la Iglesia local aportó 4 mil millones, o sea menos de la mitad del aporte del Estado, que supuestamente está declarado como laico desde 1925.
El excesivo presupuesto expresaba una profunda unidad entre los representantes del régimen en acudir a la Iglesia para que ayude a echar paños fríos al ascenso de las protestas populares en el último período.
El reto que se planteaban era descomprimir las tensiones sociales, marcando un símil con la visita de Juan Pablo II hace 31 años atrás, quien visitó Chile en medio de las jornadas de protesta contra la dictadura de Pinochet y tuvo un protagonismo clave en el pacto transicional a un régimen de democracia ultra condicionada.
Pero en cambio hoy el Papa y la Iglesia Católica, en un contexto político y cultural diferente, no pasaron la prueba y evidenciaron el cuestionamiento generalizado que pesa sobre ellos y las demás instituciones tradicionales que actúan en nuestro país.
La realidad es más fuerte: ni masividad ni entusiasmo
Al día siguiente de la partida de Francisco de nuestro país, las voces de alarma se encendieron en la Iglesia Católica. Tuvieron que reocnocer que Chile fue el lugar más complejo y en donde menos entusiasmo generó entre sus peregrinos. El editor de Vatican Insider, Andrea Tornielli, quien es cercano a Bergoglio, planteó: “Se ve que en este país la Iglesia tiene un problema”. Muchos otros analistas y vaticanistas coincidieron en su preocupación por el fuerte desprestigio de la Iglesia en Chile y de su máximo jefe internacional, el Papa.
Lo que expresó el caso Karadima y las consecuencias que trae consigo la defensa del obispo Barros separó a muchos feligreses de la jerarquía de una institución elitista como la Iglesia. El esfuerzo oficial y oficioso por construir la figura de un supuesto “Papa progresista” choca con los intereses de las y los creyentes honestos que, al igual que la mayoría del pueblo chileno, no queremos más impunidad ni encubrimientos.
La encuestadora Latinobarómetro ubica a Chile encabezando la evaluación negativa hacia la Iglesia en los países latinoamericanos, con un 5,3 sobre un puntaje de 10. El mismo dato se corroboró en la realidad, vista la poca masividad de todas las misas y actos que el Papa celebró en el país, con asistencia muy menor a la esperada.
En concreto, el rotundo fracaso de la visita papal a Chile confirma el proceso de cambios positivos que nuestro país comienza a construir al calor de las movilizaciones masivas de trabajadores, pobladores, mujeres, de la comunidad LGBT y de las exigencias democráticas en general. El “Papa progresista” no pasó la prueba. Al contrario: fue reprobado por la mayoría de la sociedad chilena.
Maura Gálvez-Bernabé
BAM / Juntas y a la Izquierda – Chile