Natalia Melmann, sin justicia
Para nosotras la culpa, para ellos la disculpa. Así se podría resumir el indignante fallo judicial en el caso de Natalia. El 3 de julio, el mismo día en que se conoció la condena a perpetua de Nahir Galarza, la justicia absolvió al policía Ricardo Panadero, violador y asesino de Natalia. Aunque en la escena del crimen se encontró un 97% de compatibilidad genética, según la justicia patriarcal la prueba que lo incriminaba “se degradó por el tiempo”.
Panadero, ex sargento de la Bonaerense, fue sobreseído por segunda vez por el Tribunal Oral en lo Criminal 4 de Mar del Plata, integrado por los jueces Jorge Peralta, Fabián Riquert y Juan Manuel Sueyra en el marco del segundo juicio por el femicidio de Natalia Melmann.
Con sólo 15 años, en el 2001 Natalia fue secuestrada, torturada, violada y asesinada en Miramar por cinco hombres. Tres de ellos, también policías, fueron condenados a perpetua en 2002 pero en 2017 obtuvieron el beneficio de salidas transitorias.
Mujeres Sin Miedo en Juntas y a la Izquierda, la agrupación de género del MST, nos hicimos presentes en el juzgado marplatense para acompañar a la familia de Natalia y exigir justicia al canto de “yo sabía, yo sabía, que a Natalia la mató la policía”.
En un día gris y helado, presenciamos la lectura del fallo junto a otros familiares de víctimas de femicidio, como el padre de Lucía Pérez. Escuchamos, y escucharon padre y madre de Natalia nuevamente, en una brutal revictimización, el calvario perpetrado a su hija de 15 años, demostrando que un femicida nunca mata solo: lo hace acompañado por las fuerzas de seguridad, el sistema judicial y demás instituciones de este sistema capitalista patriarcal.
Frente al repudio ante la absolución que manifestamos las personas allí reunidas, se desató la represión policial con balas de goma. Está claro: salvo excepciones, la justicia y la policía defienden a los femicidas.
La justicia patriarcal
La justicia machista deja en libertad a Panadero y les da salidas transitorias a tres de los otros femicidas; condena a 13 escasos años a quien violó y empaló a Lucía Perez; excarcela por buena conducta a Pablo Cuchán que descuartizó y quemó a su novia de 15 años y ahora busca pareja en Tinder; condena a tan solo 13 años de prisión al asesino de Melina Romero…
No es casual que esa misma institución, tan benevolente con los femicidas, sea tan eficaz para condenar a cadena perpetua en tiempo récord a Nahir Galarza, mientras que a Gustavo Melmann y Laura Calampuca los revictimiza, haciéndolos esperar 17 años para, de todas maneras, dejar impune al asesino de su hija.
Los grandes medios también juegan un rol nefasto, por ejemplo al difundir fotos de Nahir en bikini e incluso de espaldas. Jamás hacen con un femicida lo que hicieron con esa joven, dando tanta información detallada, innecesaria y morbosa. No le taparon el rostro, como a otros. Jamás importó la cola de un asesino. No justificamos el homicidio, pero sí cuestionamos ese accionar mediático y judicial.
Cultura de la violación
¿Por qué cuando los hombres violan todos los poderes de la sociedad los amparan y justifican?
Si hablamos de estas situaciones no podemos dejar de nombrar a nuestra cultura imperante: la que se encarga de promocionar la violación, pero claro, sin considerarla como tal. Se trata de hechos cotidianos, de distinta gravedad, que de a poco van gestando las condiciones necesarias para asegurar sus privilegios machistas, tenernos sometidas, violentadas y llegar al femicidio.
Desde internet, el cine, las propagandas, videos, libros y demás medios se promueve la masculinidad hegemónica, que secuestra, viola y mata, minimizando o poniéndole eufemismos como exceso, accidente o crimen pasional. Propagan la tradicional dualidad de roles: hombre fuerte, dominante y mujer vulnerable y sumisa.
En forma cotidiana, y más o menos explícita, se nos dice que las mujeres debemos estar disponibles sexualmente para los hombres, convirtiéndonos a su vez en objetos, deshumanizándonos y despojándonos de deseos, sentimientos, derechos y racionalidad. Como en el porno, muchas veces única “educación sexual” que reciben les adolescentes, donde directamente nos muestran como pedazos de carne con múltiples agujeros. O como las representaciones de nosotras en los videos de música, con boca abierta, actitud aniñada, apelando a lo sexual siempre en relación a un pene y como único recurso disponible, asumiendo que lo que nos da valor es ser deseadas y que después, como un plus, debemos hacernos cargo de ese deseo.
Entonces la culpa la tiene la mujer, siempre. Las preguntas de cómo estaba vestida o qué hacía a esa hora en la calle nos remiten a esta cuestión. Y si estamos vulnerables no se nos ayuda: se nos aprovecha.
No alcanza con ponernos anteojos color violeta feminista y criticar el lugar injusto en el que se nos encaja como rompecabezas: necesitamos organización en las calles, en la universidad, en el trabajo, en el barrio y en todos lados. No solo ir a una marcha o a una actividad, sino adquirir un rol más activo para organizar esas luchas. Desde el MST y Juntas a la Izquierda nos proponemos esto, fortalecer la iniciativa y las ganas de luchar de cada une para tirar al patriarcado y al capitalismo, que se retroalimentan para crear privilegios de todo tipo, incluido el machismo.
Sonia Magasinik y Ariadna Mantovani