Israel: Un Estado genocida, racista y enclave colonial
El Estado de Israel fue fundado y se mantiene en base a la expulsión masiva, el genocidio y la opresión del pueblo palestino. La única posibilidad de acabar con las décadas de guerra y miseria que genera en la zona es su destrucción y reemplazo por una Palestina única, laica y no racista.
La reciente aprobación en el parlamento israelí de la ley de “Estado-nación” provocó controversia en el mundo entero, ya que confirma de manera explícita el carácter racista y apartheid del Estado de Israel, reservando el derecho de auto-determinación dentro de sus fronteras exclusivamente a los judíos. Sin embargo, Israel porta este rasgo desde su fundación.
El falso mesías sionista
El sionismo surgió como corriente política e ideológica en Europa central y oriental a fines del siglo XIX, como respuesta reaccionaria al antisemitismo de los gobiernos europeos. Y arranca por aceptar la idea racista de que los judíos no pueden convivir con otros pueblos y necesitan su propio Estado. El principal fundador del sionismo Theodor Herzl afirmaba en 1895:
“En París… conseguí una actitud más abierta hacia el antisemitismo, el cual empecé a entender y perdonar históricamente. Sobre todo, reconocí la futilidad de intentar combatir el antisemitismo.”
En 1897 Herzl y otros fundaron la Organización Mundial Sionista para impulsar la creación de una “patria reconocida internacionalmente y legalmente asegurada en Palestina”. El problema que encontraron era que sus ideas eran marginales en la comunidad judía internacional. Los judíos llevaban generaciones viviendo en sus países y no tenían interés alguno en mudarse a una tierra lejana y desconocida.
Las ideas socialistas, por ejemplo, estaban mucho más extendidas en la comunidad judía. Las organizaciones judías socialistas organizaban a decenas de miles de trabajadores para luchar contra el antisemitismo y a favor de la unidad de la clase obrera contra sus explotadores.
Gendarme del imperialismo
Los sionistas tuvieron claridad desde el comienzo que su única esperanza para lograr su objetivo era conseguir el apoyo de uno de los poderes imperialistas que estaban entonces dividiéndose el mundo en una carrera colonialista. Buscaron el apoyo de los monarcas antisemitas de Alemania, Rusia y el Imperio Otomano. Pero el salto cualitativo fue cuando, en 1917, el gobierno británico se interesó en tener un Estado en Medio Oriente que le debiera su existencia a su apoyo militar.
Desde la declaración de Balfour de ese año, el gobierno británico incentivó le emigración y colonización judía en Palestina, entonces un protectorado suyo. Los sionistas no tuvieron ningún prurito en transformarse en el aliado incondicional del imperialismo en la zona, rol que han seguido cumpliendo fielmente, aunque después de la Segunda Guerra pasara Estados Unidos a desplazar al Reino Unido como sponsor y director del enclave imperialista.
Y sin embargo, el apoyo imperial no fue suficiente para provocar una emigración masiva a Palestina. Sólo los horrores del Holocausto nazi lograron esto, con la ayuda de Estados Unidos y otros países que cerraron sus puertas a los millones de inmigrantes judíos que buscaron asilo allí antes de terminar en Palestina.
La colonización de Palestina
Al final de la Segunda Guerra, como parte de los acuerdos de Yalta y Postdam, Estados Unidos, junto al Reino Unido y la Unión Soviética de Stalin, decidieron formar dos estados en Palestina. Aunque los judíos representaban el 31% de la población, se les otorgó el 54% de las tierras fértiles. En 1948 se fundó el Estado de Israel, y pronto se evidenció que incluso esa repartición era poco más que una pantalla para la colonización de Palestina.
El primer jefe de estado de Israel, David Ben-Gurión, no tenía dudas: “no hay espacio para los dos pueblos en este país. No lograremos nuestro objetivo de ser un pueblo independiente con la presencia de los árabes en este pequeño país. La única solución es una Palestina, o como mínimo una Palestina occidental, sin árabes. Y no hay otra forma que traspasarlos desde aquí a los países vecinos, traspasarlos a todos. Ni un pueblo, ni una tribu, debe quedarse”.
Un documento sionista del momento, el “Informe Koening” avizoró de qué manera se llevaría adelante el “traspaso” de palestinos que pretendía Ben-Gurión: “Debemos usar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación de tierras y el bloqueo de todos los servicios sociales para deshacer a Galilea de su población árabe”.
En 1948 esta política se aplicó sin miramientos. Los sionistas ocuparon tres cuartas partes de la tierra -preanunciando desde el día uno que no respetarían los acuerdos internacionales- y expulsaron a punta de fusil a cerca de un millón de palestinos, masacrando pueblos enteros en el camino.
Desde entonces, generaciones de palestinos han vivido en condiciones infrahumanas en campos de refugiados en el Líbano, Jordania y Siria. Muchos aún conservan las llaves de sus casas. Los que quedaron en los territorios palestinos han sido victimas de ataques, ocupación militar, bloqueo económico, bombardeos indiscriminados, segregación y desplazamiento constantes. Y los que han quedado dentro de los límites del Estado de Israel han sido reducidos a ciudadanos de segunda clase, discriminados y oprimidos, ahora incluso legalmente.
Resistencia palestina
La política colonial de Israel ha sido constante. La guerra del Suez de 1956, la guerra de los siete días en 1967 y la invasión del Líbano en 1982 le sirvieron para avanzar más sobre los territorios palestinos y establecer una ocupación militar permanente que perdura hasta hoy. Este avance ha sido impulsado también por una política permanente de establecimiento de colonias ilegales en tierras palestinas que luego son conectadas a Israel por caminos exclusivos para judíos, particionando el territorio palestino en innumerables enclaves aislados, al igual que los pueblos negros en la Sudáfrica del apartheid.
Pero a cada paso han tenido que enfrentar una tenaz y heroica resistencia del pueblo palestino. La primera intifada (levantamiento) estalló en 1987, obligó a Israel a entablar negociaciones y reconocer a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como semi-Estado de una parte de los territorios palestinos. Sin embargo, en las mismas negociaciones, que concluyeron con los Acuerdos de Oslo, la dirección histórica de la Organización por la Liberación de Palestina abandonó su reclamo contra el Estado de Israel, y aceptó la creación de dos Estados. De conjunto, el acuerdo desmovilizó al pueblo palestino permitió que Israel siguiera avanzando.
La segunda intifada estalló en el 2000 y duró cinco años. La vacilación de la OLP permitió que se impusiera nuevamente Israel, aislando definitivamente a Gaza, que es desde entonces una gran prisión a cielo abierto. El desilusionamiento con el nacionalismo árabe de la OLP permitió el ascenso del islamismo, cuya principal organización palestina Hamas, ganó las elecciones de la ANP en 2006. Sin embargo el carácter burgués y reaccionario de la dirección islamista los llevó también a claudicar ante una nueva ofensiva israelí.
En los últimos meses, con un Estado de Israel envalentonado con el traslado de su capital a Jerusalén y la aprobación de la ley de “Estado-nación”, el pueblo palestino está dando una nueva muestra de su inquebrantable valor. Cada viernes, hace 18 semanas miles realizan la Gran Marcha de Retorno desde Gaza hacia la frontera con Israel, enfrentando una feroz represión que se ha cobrado por lo menos 154 vidas hasta el 28 de julio.
Toda la historia del Estado de Israel, así como la de la resistencia palestina, nos lleva a reafirmar nuestra convicción de que no hay salida posible más que la destrucción del Estado genocida, colonial y racista de Israel, y la conformación de una Palestina libre, laica y no racista con iguales derechos para todos.
Federico Moreno