Bolsonaro / Trump. Contaminadores y reaccionarios: las marcas del capital en esta etapa
Dos de los personajes de mayor relieve político de la Cumbre del G 20 serán el presidente de EEUU y el flamante primer mandatario de Brasil. Más allá de matices y diferencias, ambos tienen dos rasgos identitarios de política en común: la orientación en materia socioambiental y la concepción autoritaria del sistema político. Un análisis más allá de los sujetos individuales. Una plataforma alternativa.
Fue de las primeras medidas que adoptó al ganar las elecciones el año pasado. Ya en campaña había anticipado que el cambio climático era “un fraude”, una especie de “relato ideológico” para perjudicar al capitalismo yanqui. Por eso, consecuente, retiró a su país de los Acuerdos de París, que son un compromiso muy mínimo –e insuficiente- para mitigar la emisión de gases de efecto invernadero para reducir el aumento de la temperatura media del planeta. Insiste hasta hoy, que esos compromisos requieren un nivel de inversión económica, de gasto, que finalmente perjudica la industria de EEUU. Bolsonaro, por su parte, tomó una decisión indicativa de política socioambiental: designó a Tereza Cristina, lobbysta del agronegocio y dirigente del Frente Parlamentario Ruralista, como ministra de Agricultura. Todas sus posiciones son categóricas: a favor de desregular totalmente los agrotóxicos; promover los transgénicos y avanzar con liberar de “restricciones” la inversión de la zona de la Amazonía. Además de reserva de bienes comunes de valor social inestimable, esa región del mundo opera como un gigantesco regulador climático que en la medida que es más y más devastado, libera todo el dióxido de carbono contenido y profundiza la alteración del clima. Bolsonaro y su flamante ministra, visualizan el Amazonas como una fuente limitada, pero riquísima de commodities. Hasta acá, lo más saliente de la agenda ambiental de Trump y Bolsonaro. Las razones, ahora.
La hipótesis verde de Marx: vigencia de una tesis
Marx explica en El Capital que el sistema “se sobrepone a las crisis recurrentes destruyendo sus dos fuerzas productivas fundamentales: la fuerza laboral y la naturaleza”. Esta afirmación de hace casi 200 años permite explicar hoy la dinámica del capitalismo en la actual etapa. Nuestra corriente marxista militante, acuñó hace tiempo dos categorías muy prolíficas para el análisis político y la acción de lucha:
- Crisis crónica del capitalismo (CCC)
- Contrarrevolución económica permanente (CEP)
Concretamente, hacemos referencia con CCC por un lado a una dinámica de caída tendencial de la tasa de ganancia de largo aliento para el capitalismo –hay autores que cuantifican que la economía-mundo no logró recuperar niveles de rentabilidad anteriores a la década del 60 del siglo pasado; y por otro, con CEP, queremos significar la orientación desplegada por las fuerzas del capital para tratar de revertir esa caída tendencial crónica que supone una escalada sostenida de ataque a derechos sociales y de la naturaleza. Y a este punto queríamos llegar.
Existe una presión objetiva de las leyes generales de la economía capitalista, que presiona para intentar recuperar tasa de ganancia, ampliar volúmenes de plusvalía, a partir de los dos mecanismos directos que tiene el sistema para hacerlo: más superexplotación obrera y más superproducción de valores de cambio, lo cual implica un sobrepasamiento de los límites físicos del planeta. Es decir: toda la explicación de la ofensiva mundial por las “reformas laboral y previsional”, está asentada en legalizar más derechos de explotación a los patrones; y la presión por más soja o más petróleo, se explica por la necesidad de tener más cantidad de energía barata y alimento, para bajar los costos de reproducción del sistema. Entonces: en un mundo que requiere salir del modelo energético basado en hidrocarburos, causa clave del calentamiento global, Trump sale del ultra-mínimo Acuerdo de París (continuidad de Kyoto); promueve el fracking y desprecia las renovables y limpias. O Bolsonaro, en un país con depresión y crisis alimentaria, promueve la desforestación del Amazonas para producir soja de exportación a China y biodiesel, también a ese destino. A esto se refería Marx en El Capital con “destruye sus dos fuerzas productivas fundamentales”. Son Trump y Bolsonaro, sí. Pero es el sistema, todo.
Autoritarismo: contracara política del capitalismo contaminador
El capital está movilizado por una sola ley: la ganancia sostenida. Para garantizarlo tiene que explotar fuerza de trabajo y depredar naturaleza. Es decir: tiene que ejecutar una guerra permanente, anti-derechos contra las masas. Pero éstas, reaccionan, luchan, pelean, repudian, impugnan, exigen. Así se desenvuelve la lucha de clases, y las masas acumulan experiencia y conciencia con las fuerzas políticas y sindicales tradicionales, que operan en roles distintos para el capitalismo. Radicales, peronistas; petistas y tucanos; burócratas de los sindicatos; todos van desilusionando a las masas, que no paran de luchar en defensa propia. En ese devenir, desigual y contradictorio, en esta etapa colisionan dos dinámicas rivales: el capital que requiere confiscar derechos y los pueblos que resisten. Con el paso del tiempo, más requiere el capital profundizar explotación y depredación, y más rápido realizar ciclos de rotación y plusvalía. Eso implica, que las luchas y toda forma de mediación democrática, supone para la economía burguesa, una ralentización del proceso y, por lo tanto, un escollo. Esa es la explicación final, para entender por qué el capitalismo tiende a formas políticas autoritarias, proto-fascistas incluso como Bolsonaro. Porque necesita regímenes y gobiernos que garanticen liberar el camino de la realización de plusvalía y la ganancia, de todo obstáculo democrático o de lucha. Para eso, requiere Trumps o Bolsonaros. Los Obama o los Lulas, siendo pro-capitalistas, son emergentes de relaciones de fuerzas que los condiciona por la base para ir contra las masas tan rápido como necesita el capital. Por eso, la burguesía ni bien puede, los descarta.
Ecosocialistas en defensa propia
Nuestro punto vista implica ir a la raíz del problema sistémico. Para garantizar la supervivencia planetaria, no como alarmismo catastrófico, sino como pronóstico científico, se necesita tomar medidas urgentes. Para garantizar la mitigación del calentamiento, hay que salir de los hidrocarburos y eso es transición energética a renovables y limpias, y es reconversión productiva y laboral. Todo eso supone una reorganización de la economía. Pero también, se trata de cambiar la lógica de la producción: pasar de la anarquía de producir todos los valores de cambio posibles para tener rentabilidad, a planificar con la racionalidad de la participación democrática de mayoría, la producción de cosas necesarias socialmente, es decir, de valores de uso. Eso aliviana la tensión sobre los límites físicos del planeta como orientación social general, no como moral individual voluntaria. Para eso hay que expropiar los resortes de la producción, de la propiedad y empoderar al 99%. Nada de esto es compatible con el capitalismo. La democracia que demanda esta opción es con revocatoria, control social y material de la política. Es anti-patriarcal, para liberar esa fuerza revolucionaria doblemente oprimida que son las mujeres y eso supone socializar las tareas de cuidado, desmantelar la superestructura del machismo ideológico separando Iglesia de Estado y reorganizando una educación con perspectiva de género y disidencia. Es democratizar en serio la comunicación, expropiando a los capitalistas el negocio de la información como mercancía, es promover la movilización y por lo tanto, desmantelar el aparato represivo. Es, en definitiva, provocando de forma consciente y organizada una revolución social profunda. Se trata de una opción en defensa propia, por derechos básicos. Esta es nuestra plataforma.
Mariano Rosa