Economía (capitalista) de plataforma. Nueva tecnología, vieja explotación
Rappi, Glovo, Amazon, Uber, Airbnb son las aplicaciones más conocidas y que se vuelven cada vez muy cotidianas. Por uso, publicidad, conflictos o porque todos tenemos algún conocido trabajando en las mismas, es un hecho que crecen en gravitación. Presentadas como novedad por sus apologistas, nos queremos detener a analizar qué significan como modalidad capitalista, su historia, perspectiva y nuestro programa frente a las mismas.
Algunos datos primarios, para entrar en tema. En Argentina 7 de cada 10 personas, usa teléfonos inteligentes, smartphones. Y el 80 % tiene acceso a Internet. En los menores de 25 años, esas cifras crecen incluso. El uso de aplicaciones se está generalizando. La literatura especializada, la denomina economía de plataforma, y la define como “asociación colaborativa” a partir del uso de software para conectar a proveedores de bienes y servicios, con sus consumidores. Rappi y Glovo, son las que más crecieron en el país. Ambas, superan en valor los 1000 millones de dólares y facturan millones mensualmente. Tienen relación con alrededor de 4500 establecimientos cada una en Argentina, y superan ya los 15 mil distribuidores cada una. El componente fundamental es de jóvenes, e inmigrantes. Esto no es casual: la forma de acceder es bajando la aplicación, mandando foto del DNI e incluso, para el caso de los inmigrantes, se acepta la llamada residencia “precaria”. No hay contrato, ya que supuestamente los “rapitenderos”, son personal independiente. Así, las empresas se desentienden de toda responsabilidad patronal, cargas impositivas y a la vez, se garantizan márgenes de plusvalía muy grandes, sin riesgos. Las comisiones por los envíos que Rappi y Glovo cobran a las empresas ronda el 20 %, pero la liquidación de la parte que le toque a los repartidores, a veces demora tres semanas. Tiempo suficiente para inyectar en el circuito de la especulación financiera, dinero de los “rapitenderos”, para ampliar los rangos de rentabilidad empresaria. Por otra parte, los estándares de precarización son espantosos. En definitiva, el uso de una nueva tecnología bajo la matriz del capitalismo, para una vieja costumbre: la explotación laboral.
Rastreando su génesis
El origen del uso capitalista de las aplicaciones, para flexibilizar trabajo y ampliar plusvalía, reconoce por lo menos tres puntos de referencia históricos: la intervención ofensiva del capital frente al ciclo recesivo de la década del 70 del siglo pasado; el salto concentrado y el estallido de la burbuja generada por las empresas punto-com en la década de 1990; y la hoja de ruta, pos-crisis de 2008. Precisemos.
En el plano del patrón de acumulación capitalista, la década de 1970 fue testigo de una transición: el paso del “fordismo” como forma de organización del trabajo, al más precarizado, flexible y con menos derechos para la clase obrera del “toyotismo”. El trasfondo fue la caída de tasa media de ganancia en las ramas industriales en EEUU y sobre esa base se impuso una contraofensiva brutal de la burguesía de ese país para suprimir derechos laborales, erradicar sindicatos y despedir personal. Fue una medida de ajuste de rentabilidad, por aumento de productividad y baja en los costos de producción. Acá tendríamos una primera clave, como génesis: la precarización como modalidad de aumento de plusvalía obrera.
En la década del 90 hubo un nuevo declive de la rentabilidad media en las ramas fundamentales de la industria capitalista. Así, el capital financiero se tendió a concentrar en una apuesta: las telecomunicaciones. Se multiplicó la inversión en empresas de internet y la infraestructura de fibra óptica y cables submarinos creció de forma exponencial. Hubo progresos enormes en desarrollo de software, diseño de red, servidores y bases de datos. Finalmente, aunque la sobreacumulación de capital en esta rama sobrepasó expectativas de rentabilidad incumplibles y hubo crisis en 2000, la inversión en capital fijo realizada, dejó un piso de tecnología digital clave.
Dos variables finales a tener en cuenta para rastrear el origen del fenómeno de las plataformas: por un lado, la crisis de 2008 golpeó la credibilidad del sistema financiero, se redujeron las tasas de interés (para tratar de promover cierto estímulo a la inversión productiva), y eso promovió cierto grado de desplazamiento de capital hacia las denominadas “empresas emergentes de tecnología” o “startups”. Se trata de empresas sin rentabilidad probada, de alto riesgo, pero con perspectiva ya que concurre un segundo elemento: la fuerza laboral disponible. El impacto social de la crisis capitalista de 2008 hizo resignar condiciones laborales a un gran sector de la clase obrera. Eso y el fenómeno de la inmigración, hicieron el resto: precarización laboral a full como Uber o Rappi.
En resumen: precarización rastreable hasta el ya lejano toyotismo; la inversión en capital fijo que acumuló infraestructura 2.0 y finalmente, capital disponible y ejército industrial de reserva actuales, completan la radiografía.
El socialismo y la innovación
Esta rama del capitalismo, las aplicaciones, tienen un límite en su progresión: la organización obrera y la lucha de clases. En la medida en que utiliza fuerza laboral joven de forma concentrada, así como explota y oprime, también se expone a tener que confrontar con un sector social que pelea, se rebela. En Argentina ya hubo huelga en Rappi y se conformó un sindicato. A la vez, esa medida de fuerza planteó un programa básico: o somos independientes, y no se nos controla, ni regimenta, ni sanciona; o bien somos trabajadores y entonces, reclamamos todos los derechos de la clase. Ante esa disyuntiva, la empresa hizo concesiones, siempre para evitar, el reconocimiento laboral y reducir sus márgenes. El Estado, claro, no interviene y libera este campo de explotación al capital. Y la burocracia sindical, también se desentiende. Vamos seguramente, a nuevos episodios de conflicto en el sector por la gradual organización independiente de la juventud precarizada.
A la vez, hay un debate más de fondo, que hace al enfoque socialista y la innovación tecnológica. Hay voceros del capital que en la actualidad divulgan la falsa ideología del “fin del trabajo humano” reemplazado por la automatización, o bien variantes de ese estilo. Por derecha, implica preventivamente, sembrar terror laboral para que se acepte cualquier condición de trabajo; y por izquierda, se levantan planteos retrógrados, anti-innovación. Nuestra perspectiva es distinta a ambas. Para empezar, nuestro propósito es asegurar derechos sociales básicos de forma permanente. Uno de ellos es el trabajo para todos, otro es el tiempo libre social. Para concretar ambos, hace falta oponer a la anarquía económica del capital, que desorganiza la producción ya que se desplaza de una rama a otra en función exclusiva de la ganancia; la planificación democrática con intervención directa de la clase obrera. Esto implica, por ejemplo, producir en función de lo socialmente necesario para los trabajadores, no para la acumulación privada de la burguesía. Por esta razón, una medida clave es el reparto de las horas de trabajo entre toda la mano de obra disponible, con reducción de la jornada y salarios equivalentes al costo de vida. Pero hay más: las innovaciones tecnológicas con esta orientación tienen que servir para alivianar la carga social del trabajo y producir con menos horas de fuerza laboral humana. Es antagónico al uso del capital, que reemplaza personas por máquinas, para bajar costos de producción y tener más ganancia. Otra vez, en este punto, el de la precarización y el uso de la tecnología, lo decimos claramente: sin un modelo de economía socialista, no hay solución ni salida positiva.
Mariano Rosa