Violencia machista en pandemia. Ni Una Menos, sin más verso
En nuestro país, uno de los epicentros de la ola feminista, venimos exigiendo un presupuesto extraordinario y urgente para efectivizar la Ley 26.485. Son años en las calles al grito de Ni Una Menos. En cuarentena, los femicidios siguen. Por eso el Estado es responsable.
Escribe: Jeanette Cisneros
La creación del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad abrió expectativas. Sin embargo, falta claridad sobre el presupuesto, se excluye a las mujeres de las decisiones de gobierno en medio de la pandemia y el aislamiento social eleva el riesgo de padecer violencia.
Ante esta realidad, las respuestas de la ministra “Eli” Gómez Alcorta dan bastante bronca: “Para marzo de 2019 hubo 33 femicidios y para marzo de 2020 hubo 34 femicidios, el número es idéntico. Hay algo que está dando vueltas sobre que en este período tan particular, se incrementaron enormemente, pero no”.
No hace falta que haya un aumento “enorme”, ministra: la cifra de más de un femicidio cada día ya es enorme de por sí. Es una tasa alarmante e inaceptable y además no es la única violencia sino la máxima expresión.
Primera línea sí, comité de crisis no
Las tareas del cuidado a nivel social y familiar son decisivas para “frenar al virus”. Esta crisis tiene en primera línea de combate, como sector fundamental de la atención, a las mujeres.
En el ámbito social, la salud pública y privada tienen una composición mayor al 70% de mujeres. La continuidad pedagógica, aun sin un plan integral, depende de la docencia, en su mayoría también mujeres. Y asimismo son sobre todo mujeres las que se organizan para garantizar en los barrios los merenderos y comedores populares.
En el ámbito familiar, la pandemia también nos afecta más a nosotras. Uno de cada tres hogares del país tiene de jefa a una mujer. Incluso donde el jefe es varón, las tareas sobrecargan a la mujer. Hacer las compras con poca plata, limpiar, lavar, cocinar y la contención emocional ante la ansiedad y el temor. Todo esto se apoya en mandatos patriarcales: si no respondemos “bien”, nos exponemos a la violencia machista.
A pesar de estar las mujeres en la trinchera social y familiar, el nuevo Ministerio no integra el comité nacional de emergencia por la pandemia. Se ve que ni el presidente ni su ministra lo consideran necesario y la explicación de esta última de que basta con que esté allí el jefe de gabinete es realmente una lamentable confesión de impotencia.
Línea 144, barbijos rojos… ¿y después?
Durante marzo hubo 34 femicidios y en lo que va de cuarentena ya hubo 18, de los cuales el 72% ocurrió en el domicilio de la víctima. Años de lucha y militancia demostraron que las redes de contención y solidaridad son un primer paso, pero no pueden ser el único. Así surgió la iniciativa de los barbijos rojos por parte de algunas organizaciones feministas como otra vía de denuncias, pero el Ministerio la tomó sin ir más allá en la necesaria respuesta tras esas denuncias, que debe ser la asistencia integral, psicológica, jurídica, habitacional y tendiente a la autonomía económica.
El hecho que reconocen las autoridades es que las denuncias por violencia de género aumentaron un 40%. Pero la respuesta oficial se limita a “fortalecer” la línea telefónica 144 y promover los barbijos rojos. Es una especie de “te escucho más” o “denunciá más”, pero de dispositivos concretos cri cri cri…
Además, la línea recibía 5.000 llamados por mes con 122 trabajadoras en condiciones de contratación precaria. Gómez Alcorta contrató sólo 20 trabajadoras más y en la misma condición de precariedad laboral. Cuidar a las compañeras que atajan las denuncias, con la tensión que implica, también es responsabilidad del Ministerio. Exigimos su pase a planta y aumento salarial.
Un “nuevo paradigma” vendehumo
Cuando le preguntan a la ministra cómo se resuelven esas llamadas al 144, dice que “es un trabajo casi artesanal, estamos resolviendo caso por caso” (Página 12, 10/4/20). A las mujeres que necesitan salir del hogar, desde el 144 les aconsejan que vayan a casas de familiares y no a los hogares-refugio. Es que Gómez Alcorta promueve lo que llama un nuevo paradigma”: “Hay que trabajar en la exclusión de los varones violentos y no en el refugio de las mujeres víctimas”.
Lo decimos clarito: es vender humo. Primero, porque a menudo el hombre es el dueño de la propiedad o el titular del alquiler, lo que pone a la mujer víctima de violencia bajo el condicionante económico de no tener otra alternativa. Y segundo, si ya hoy ni la justicia ni la policía garantizan que se respete la mayoría de las restricciones perimetrales e inclusive es sabido que no pocos varones las transgreden para cometer femicidios, ¿cómo van a garantizar excluir todavía a más varones violentos del hogar?
No, ministra. Lo suyo es una mera excusa para no invertir desde el Estado los fondos que requiere la apertura de casas-refugio con equipos interdisciplinarios como transición a rehacer un proyecto de vida libre de violencia. En todo el país hay apenas unos 120/125 refugios, menos del 10% del mínimo que recomienda el Comité de Derechos Humanos de la ONU: uno de 10 plazas cada 30.000 habitantes. ¡No venda más humo! ¡Al menos 1.500 casas-refugio tendría que haber en la Argentina, ministra!
El peor virus es el capitalismo patriarcal
La pandemia nos tiene a las mujeres como protagonistas, de los peligros y de las soluciones. Como siempre el Estado capitalista, con o sin Ministerio de la Mujer, es responsable de la desigualdad que precariza nuestras vidas dentro y fuera del hogar. Y ninguna de las medidas que analizamos garantizan la autonomía social y económica de las mujeres.
Lo que ocurre es que en este sistema la violencia de género juega el rol de garantía del cumplimiento de las tareas sociales y familiares del cuidado. Violencias ejercidas en las familias, por las empresas, por las instituciones y el Estado. Y la manera de enfrentarlas hoy es organizándonos, en los trabajos para garantizar medidas de protección y salarios sin rebajas, en los barrios para garantizar la comida y el cuidado de les niñes, en las redes para enfrentar la violencia de género. Todo a pulmón.
La opresión patriarcal a las mujeres y a las disidencias sexo-genéricas es inseparable de la explotación capitalista a la clase trabajadora. Esto es así porque la burguesía se beneficia económicamente del trabajo doméstico femenino no remunerado. Por eso no habrá fin de la violencia machista si no derrotamos el basamento capitalista que la sustenta. Las feministas socialistas opinamos que así no va mas, que hay que dar vuelta todo porque el cambio debe ser cultural, social, económico y también político. Entonces, desde Juntas y a la Izquierda, Libre Diversidad y el MST te proponemos que te organices con nosotres para darle más fuerza a esa batalla política por conquistar una sociedad distinta, realmente igualitaria: el socialismo.