Soberanías alimentarias que no, alianzas con Bill Gates que sí
Queremos contar una historia para presentar varias ideas. El relato conecta a Vicentín, con la meneada soberanía alimentaria y la Fundación de Melinda y Bill Gates en Argentina. También la historia alude a los recursos de la política tradicional para producir ficciones. Todo en clave ecosocialista.
Escribe: Mariano Rosa
Es 30 de junio de 2020, 19 hs. Encuentro Virtual: “El impacto científico-tecnológico en el desarrollo del sector agropecuario”. Bien hasta ahí. ¿Quiénes participan? Bueno, el ministro de agricultura, Basterra; el director del Instituto Interamericano para la Cooperación en Agricultura (IICA) y altos ejecutivos de Microsoft para Latinoamérica. ¿De qué se habló en este evento de tanta jerarquía y poca difusión mediática? De carne sintética ultraprocesada; de material celular con sabor a pollo o pescado; de huevos artificiales y semillas de maíz, soja, girasol y también todas las frutas, hortalizas y verduras sometidas a la edición genética mediante la conocida técnica CRISPR (manipulación de ADN para generar mecanismo anti-bacteriales de forma artificial). También se debatió sobre campos sin personas, sin comunidades, controlados por drones teledirigidos y programables para sembrar, medir variables y seguir fumigando con nuevos combinados de agrotóxicos y fertilizantes sintéticos con la incorporación de software de precisión para mapear y recolectar toda la información de los recursos biológicos y genéticos. Obvio, se incorporó como nudo temático la automatización de procesos físicos de cosecha y todas las etapas de la agricultura intensiva, en las cuales se emplea “inteligencia artificial”, digamos que las máquinas deciden por ellas. No faltó debatir sobre mega-vacas y cerdos (como en la sátira de “Okda”), sobre superpolllitos resultantes de la biotecnología aplicada solo para incrementar la producción. Estos fueron algunos del “tópicos” abordados en la reunión, que en definitiva se presentan como las coordenadas de “la agricultura del futuro”. Repasemos, para sintetizar: el Ministerio de Agricultura nacional, preside un encuentro en el que, con bastante sigilo mediático, se trazan líneas estratégicas del desarrollo agro-alimentario del país, bajo los parámetros que fijan el IICA (un organismo internacional financiado por el Estados y que da “pautas” para el desarrollo de la agricultura) y con el lobby de la Fundación Gates, que proyecta una inversión estratégica en biotecnología en toda la región. Estamos frente al lanzamiento de un nuevo Programa Estratégico Agro-alimentario (PEA) 1, pero recontramilsuperior. El nombre de la criatura es “AGtech: El Nuevo Paquete Tecnológico del Sector Agropecuario”. Volviendo al principio: esta sería la dimensión real de nuestra historia. Ahora ingresamos en el capítulo de la ficción política.
Las fuerzas ficticias del poder (extractivista)
Un escritor, creo que francés, creo que Paul Valery en un textito que se llama “Ensayos casi políticos”, hace sin serlo un marxismo impecable. Él dice que el poder para controlar a las personas, dividirlas o distraerlas apela a “fuerzas ficticias”, crea “ilusiones”, “relatos”. Bueno, este fue el caso de toda la trama de Vicentin y de la expropiación que no fue, de la intervención que tampoco, y de la soberanía alimentaria que menos. Se instaló mediáticamente esa orientación, personalidades y organizaciones a izquierda de la coalición gobernante, e incluso simpatizantes de “lo positivo” del gobierno nacional se embalaron con todo, se entusiasmaron a full. Y entonces adhirieron a la causa que significaba (decían) un paso en el camino de la soberanía alimentaria, del control del mercado de granos, de la intervención pública en el circuito agro-alimentario. Esto fue noticia, debate, agitación mediática durante semanas. Después, la derecha más rancia, y raquítica la verdad, tuvo mucha iniciativa amplificada por las grandes empresas mediáticas. Pero la derecha definió un programa (la defensa de la propiedad privada), y lo respaldó con movilización, y una intensa acción política sobre millones. Se la jugó, fue consecuente. El oficialismo expropiador, interventor… se derritió. Y entonces, empezamos a escuchar que “no era el momento”, que “no convenía profundizar la grieta”, “que las relaciones de fuerza”, que el COVID, que la pandemia… que la unidad nacional y bla. No queremos caer en pedanterías, ni nada de eso. Ni en facturar que “teníamos razón”. Sobre todo, porque hay gente y colectivos amigos personal y políticamente, que acompañaron la campaña oficialista por Vicentin. Pero, queremos dejar una reflexión: los socialistas, levantamos un programa de transición socio-ambiental, difícil de aplicar porque implica una lucha anti-imperialista y anti-capitalista. En esto, estamos claros. Pero, en política pensamos que es fundamental actuar con el principio de la “carga invertida de la prueba”, que sería algo así como: un gobierno extractivista, no va a enfrentar consecuentemente intereses capitalistas… salvo, que demuestre positivamente lo contrario. Nunca pasó. Una segunda, sería: un gobierno con ese contenido de clase, le tiene pánico a la movilización social y no la utiliza en la polarización contra otras fracciones capitalistas porque sabe que hoy es contra ese enemigo circunstancial, pero mañana puede ser contra él mismo. Claro, esto es regla salvo que se demuestre lo opuesto. Nunca ocurrió, que tengamos registro por lo menos. En fin: completamos así el tramo de realidad de nuestra historia.
Cabezaduras con lo que hace falta: ecosocialismo en Argentina
Es cierto que expropiar Vicentin plantea un punto de inflexión que puede ser una ventana de oportunidad. Pero eso implica expropiar sin indemnizar e iniciar un camino hacia la reconversión tecnológica de esa empresa, que hoy es un eslabón importante, pero de la matriz que procesa commodities de exportación, no comida saludable, suficiente y accesible. Y entonces, la polarización con la derecha más reaccionaria, se va intensificar. Porque no puede ser medidas de contragolpe y aisladas, sino transicionales hacia la expropiación global de todos los grandes resortes de la producción y comercialización agro-alimentaria del país. Esto implica avanzar sobre Cargill y Dreyfus en la misma tónica que con Vicentin: el Estado monopolizando bajo condiciones de interés social, todo lo que se produce en el campo y comercializa con otros países. Para que el interés social prevalezca, además de voluntad política de un poder independiente de corporaciones y capitalistas de todo tipo, se requiere control social de todo. También hace falta, para optimizar mucho más que con la “mano invisible del mercado” todos los recursos, planificar democráticamente lo que se produce y consume. Reforma agraria, repoblamiento del campo, innovación tecnológica sin violentar la naturaleza, ni la salud de las personas. Para gestionar el comercio exterior, otra vez: estatizarlo. Y para contar con recursos para un plan que vincule campo e industria, declarar de utilidad social todo el sistema financiero empezando por ahorrar la montaña de dólares de la deuda externa, con bonistas y FMI. Nos dicen “bueno, pero ustedes al final quieren hacer una revolución”. Sí, no se trata de querer por vocación “idealista”. Se trata de orientación realista, práctica, para resolver las urgencias más elementales como, por ejemplo: asegurar comida, como en el principio de la civilización. Por eso, ecosocialistas cabezaduras, inclaudicables, realistas y escépticos, no de la revolución, sino de los progresismos que al final siempre actúan según su clase. Colorín colorado.
1. Recordemos el PEA fue la orientación impulsada por el gobierno de CFK en 2010 para multiplicar en 10 años la superficie sojizada del país.