Solidaridad: a 40 años del nacimiento del gigante polaco
Escribe: Nicolás Zuttión
Este 31 de agosto se cumplen 40 años de la fundación de Solidaridad, un sindicato independiente creado al calor de la lucha. Con una huelga de 18 días en los astilleros Lenin, en la ciudad portuaria de Gdansk, se obligó al gobierno burocrático totalitario de Eduard Gierek a aceptar una dosis de democracia obrera y la vuelta de algunas libertades democráticas. El sindicato que se creó al calor de las luchas, integrado por más de diez millones de afiliados, entre ellos la totalidad de la clase obrera y el campesinado, buscó revolucionar un Estado Obrero secuestrado por el aparato contrarrevolucionario del PC local controlado desde Moscú.
Momento fundante
Los acuerdos de Yalta y Postdam fueron los que sentenciaron la repartición del mundo entre el imperialismo y la URSS, post segunda guerra mundial. Así fue que Europa oriental quedó bajo la influencia del mando stalinista, produciéndose en la mayoría de los países “expropiaciones desde arriba”. La propiedad privada capitalista había desaparecido, sin embargo, lo que tomó carácter estatal no fue administrado por las grandes mayorías si no por la burocracia estalinista, el cáncer obrero de los partidos comunistas de la región, comandados por el Kremlin. Polonia fue uno de los países que vivenció experiencias como la mencionada, sufriendo la corrupción de un régimen que se identificaba por sintetizarse “…en una minoría privilegiada que tiene asegurado el porvenir y en una mayoría que vegeta en la miseria…” (1).
El nacimiento de Solidaridad, aquel 31 de agosto de 1980, sólo se lo puede entender como la síntesis de un proceso de lucha que llevó la clase obrera polaca durante largos años contra la burocracia del Partido Comunista que gobernaba el país. Primero durante la década del ‘50 y posteriormente durante la década del ‘70, bajo la dirección del gobierno de Wladyslaw Gomulka, donde grandes manifestaciones se habían presentado contra una dirección política que en el discurso gobernaba para los trabajadores, pero no hacía más que empobrecerlos. Como causa de la crisis económica que golpeaba al país del este europeo, es que las manifestaciones voltean en 1970 a Gomulka. No obstante, estas grandes olas de protestas y marchas que arrancaban ciertas reivindicaciones, no lograban terminar con el régimen totalitario del PC. Los cambios de nombres, las movidas superestructurales que practicaba la burocracia para normalizar la situación, tenían como contracara, una vez disminuido el volumen de rechazo por el movimiento de masas, el castigo con altos niveles de represión.
El nacimiento de un sindicato de masas
Enmarcado en el contexto mencionado, Polonia vivía tiempos de convulsiones. De todas formas, los ’80 van a representar un salto en lucha por la revolución política al interior del país. Ya con Edward Gierek al mando de la burocracia del PC los conflictos van tomar otro carácter, al punto de que en agosto de 1980 mandatarios del Estado son obligados a confrontarse con la organización obrera cara a cara. Los ministros del Partido Comunista, tras la huelga desatada en los grandes astilleros Lenin, que se extendieron a toda la ciudad de Gdansk, tuvieron que ir a discutir personalmente ante los comités obreros que recién se había conformado.
El pliego de reivindicaciones de 21 puntos, de los trabajadores, era lo que se trataba y para garantizar aún más la democracia de la discusión, como lo relató la prensa del viejo MAS, Solidaridad “…los micrófonos que estaban sobre la mesa de negociación estaban conectados con parlantes distribuidos en todo el astillero, de modo que la base escuchaba directamente la discusión”.
La pelea siguió y se expandió, de Gdansk a Szczecin y de ahí a fábricas de Varsovia. Los siguientes paros y manifestaciones hicieron que, la burocracia, el 31 de agosto de 1980 tuviera que firmar los acuerdos de Gdansk en donde se conquistaban reivindicaciones económicas y recuperaban libertades democráticas como: el derecho a huelga, el fin de la censura en los medios de comunicación, la liberación de los presos políticos, la libertad de reunión y la posibilidad de conformar sindicatos totalmente autónomos de la dirección política del Estado. Ante este hecho la desafiliación de los trabajadores de los sindicatos pertenecientes al PC fue masiva y se llegó a registrar un número de 10 millones de afiliados de Solidaridad. Un sindicato independiente que funcionó, en sus primeros años, como una herramienta organizativa de la clase, practicando la democracia obrera, que permitió la discusión y deliberación democrática de quienes lo conformaban.
Las luchas de Solidaridad contra el golpe de la burocracia
Ante el gran ascenso de masas que se produjo durante 1980, en el año siguiente, la burocracia del PC respondió entregándole el mando al general Wojciech Jaruzelski, una suerte de golpe bonapartista destinado a aplastar la rebelión. El nuevo régimen de dictadura burocrática – militar de Jaruzelsky de todas formas no logró estabilizar el clima político en Polonia, la resistencia de Solidaridad fue tal que en el primer mes y medio de mandato el dictador no pudo controlar la organización obrera.
El mundo entero discutía el fenómeno. Desde el imperialismo estadounidense, conducido en aquel momento por Ronald Reagan, hasta el Kremlin que ya se estaba bajo la dirección de Leonid Brezhnev. El primero con una retórica contra el avasallamiento de los derechos humanos, pero con ayuda económica hacia el gobierno de Jaruzelski y el segundo con amenazas de ubicar tropas de la Unión Soviética en territorio polaco, buscaban normalizar la situación. Necesitaban mantener el status quo derivado del acuerdo de Yalta y Postdam y ahogar el proceso de revolución política al interior de un estado obrero.
Las acusaciones sobre Solidaridad, en los primeros años del sindicato independiente, de funcionar como agente imperialista, se caían por la borda cuando la misma burocracia del PC era la que solicitaba préstamos con el FMI para tratar de reactivar una economía que había sido despedazada. Otro elemento, perjudiciales para la estrategia del socialismo, era la demostración de un modelo de sociedad, bajo el nombre del comunismo, que vivenciaba el aumento del bienestar de las capas dirigentes en contraposición del empobrecimiento extremo de las mayorías de las masas.
De todas maneras, al hacer alusión al fenómeno de Solidaridad, no se puede pasar por alto su proceso de burocratización. Producto de la ausencia de una dirección revolucionaria, sufrió la influencia reaccionaria de dirigentes conciliadores con la burocracia, pro restauracionistas y ligados a la iglesia católica como el caso de Lech Walesa, el principal y líder visible. Dirigente que, años más tarde, sería presidente (1990 – 1995) utilizando el caudal político forjado en un sindicato de base, pero en una dirección contraria a los intereses de la clase. A tal punto de ser uno de los responsables principales de la vuelta al capitalismo en Polonia.
El trabajo de Walesa no fue hecho en soledad. Merece mención el rol de la iglesia católica, comandada en aquel entonces por el Papa Juan Pablo II, ferviente anticomunista. Un dato de color para reflejar su carácter contrarrevolucionario se expresa en unas declaraciones que dio el 1979, en México, donde sentenció al marxismo como “un error antropológico”. Como quien se convirtió en el líder de Solidaridad, no tenían como enemigo principal la burocracia soviética si no a la revolución política que germinaba en el seno del movimiento de masas.
Enseñanzas para los nuevos desafíos
La revolución desatada en Polonia fue parte de los procesos de lucha que por varias décadas sacudieron al estalinismo y representan en un sentido el preludio de lo que ocurrió en el 1989 con el resto del bloque del este hasta la implosión de la URSS. Esa revolución desatada al interior del país del este europeo, provocó el fin del aparato contrarrevolucionario más grande de la historia. Pero el saldo de estos procesos, además de acabar con el estalinismo, trajo como consecuencia contradictoria la desaparición de las conquistas de los estados obreros.
Como conclusión, de cara a los sucesos que se presentan en la nueva situación pre-revolucionaria, es indispensable para los revolucionarios dar pasos hacia la construcción de herramientas revolucionarias para intervenir en los procesos que actúa el movimiento de masas. Sólo, de esta manera, ya sin el chaleco desmovilizador del estalinismo se podrá resolver el quid de la cuestión de las masas explotadas “la crisis de la dirección del proletariado, que se ha transformado en la crisis de la civilización humana” (2).
(1). La revolución traicionada. Leon Trotsky
(2). Programa de Transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacioanal. León Trotsky