Chau Ginés. Hay que cambiar la política, no solo el ministro
Escribe: Sergio García
Se acaba de conocer que el presidente le pidió la renuncia a Ginés González García ante la evidencia de un “vacunatorio VIP” en la propia sede del Ministerio. Un ministro que hace largo rato viene siendo cuestionado por sus reiteradas declaraciones fuera de foco y por el evidente fracaso de la política sanitaria del gobierno
La indignante bravuconada del periodista Verbitsky en El Destape -que le hizo honor al nombre de la radio, por cierto- no es otra cosa que una muestra de impunidad de los amigos del poder. Hoy también saltaron Valdez y Taiana, pero antes llovieron las denuncias de intendentes, concejales y militantes de diversas fracciones del frente gobernante que, pese a ser gravísimo el cuadro de faltante de vacunas, fueron beneficiarios de un pinchazo fuera de libreto.
Es difícil de creer que el presidente no conozca de estas prácticas. El problema es que la buchoneada de Verbitsky hizo más evidente un escándalo que venía creciendo día a día. Con el fusible de Ginés, pretenden cortar una crisis que excede esta corruptela antisanitaria que trafica vacunas que les corresponden a los grupos de riesgo y a los trabajadores esenciales.
Párrafo aparte merece el oportunismo hipócrita de Juntos por el Cambio y toda la oposición de derecha, aperturistas anticuarentena de la primera hora y luego actores principales de una campaña contraria a las vacunas, que pretenden sacar ventaja de la crisis.
No acertó un solo pronóstico
Más allá del repudiable episodio de vacunar a los amigos, la salida de Ginés es el epílogo de un año de fracasos en el combate a la pandemia. No acertó en ninguno de sus pronósticos y sus medidas, como parte del gobierno, hicieron que hoy tengamos más de 50.000 muertos y sigamos en los primeros lugares del ranking mundial de contagios mientras nos encontramos muy lejos- por debajo del puesto 50- en cantidad de vacunados.
La lista de errores, idas y vueltas durante toda la pandemia lo hicieron caer en descrédito. Incluso varias veces desde el propio gobierno debieron contradecirlo y desautorizarlo para amortiguar el costo político de sus acciones u omisiones.
En enero de 2020 lanzó su ya célebre y temeraria afirmación: “No hay ninguna posibilidad que el coronavirus llegue a la Argentina”. Luego dijo “que no llegaría en verano” y enseguida que “estaba mucho más preocupado por el dengue que por el coronavirus”. A pocos días ya tuvo que admitir que “lo había sorprendido la rápida llegada del virus”. Este primer error llevó a no cerrar los aeropuertos, no aislar inmediatamente a quienes ingresaban de zonas afectadas y así entraron miles de personas contagiadas.
La segunda célebre pifiada fue sobre el pico de la curva y el famoso aplanamiento que fue libreto preferencial del propio presidente en aquellas clases magistrales ya pasadas de moda. La evolución claramente fue desfavorable y hoy estamos cursando un rebrote y esperando una muy probable segunda ola.
Ante la evidente decisión política del gobierno de exponer a la población al riesgo de contagio y en particular al equipo de salud que soportó enfermos y fallecidos sobre sus espaldas para evitar el colapso del sistema, fue Ginés también quien salió a trasferir la responsabilidad a la gente. Sustituyendo las políticas colectivas por la responsabilidad individual.
El fracaso de una política
La apertura prematura de la cuarentena cediendo a los empresarios y la falta de apuntalamiento con medidas económicas y sociales que salvaguarden el trabajo y el salario fueron la causa indisimulada de la evolución de la pandemia.
La negativa a testear de manera programada y masiva fue sistemática a pesar de la evidencia mundial en su favor y el reclamo que hicimos público desde la izquierda. Ginés pasó de la ridícula postura de negar su utilidad y hasta criticar con sarcasmo a quienes lo impulsábamos, hasta sostener que los testeos se estaban realizando normalmente, cuando los números mostraban una tasa de testeo varias veces inferior a la media mundial.
No se hizo ningún cambio sustancial en el sistema de salud. También desde la izquierda reclamamos que se pusieran todos los recursos del país a disposición para atacar la pandemia. Esto significaba instituir un sistema único de salud estatal, universal y gratuito, bajo control de los trabajadores de la salud y la comunidad, para disponer de todas las camas y personal necesarios (recordemos que el muy parcial intento de “coordinación” de Ginés con los empresarios de la salud privada duró unos minutos, para ser desautorizado tanto por los privados como por el mismo presidente).
No hubo cobertura social para sostener una cuarentena, pero en contraste hubo un festival de subsidios y créditos para los empresarios de la industria y el comercio.
No alcanza con el cambio de ministro, hay que cambiar la política
Al momento de escribir esta nota, no sabemos si se mantiene total o parcialmente el gabinete del ministro saliente. Posiblemente opten por una figura con empatía mediática como Carla Vizzotti. Pero no se trata de un mero cambio cosmético o de descomprimir la crisis abierta. Está claro que, además de las evidencias que planteamos respecto del fracaso sanitario, hay una crisis con las vacunas. Más allá de la repudiable actitud de favorecer a los amigos, la realidad es que hay que dar un giro de 180 grados en una política sanitaria que nunca puso en primer lugar la salud popular, sino que viene priorizando las ganancias de los empresarios.
Se necesita un plan de vacunación universal, gratuita y obligatoria. La única oportunidad que tenemos para controlar la pandemia en nuestro país y el mundo es vacunar masivamente a más del 70% de la población para así lograr una verdadera inmunidad comunitaria que garantice bajar drásticamente la circulación viral y luego mantener un programa de inmunización para los próximos años. Esto se debe hacer con todas las vacunas disponibles. Para ello el gobierno debe garantizar los recursos económicos y la logística de vacunación para lograrlo. Con la plata de la deuda y un verdadero impuesto a la riqueza y las rentas, repudiando las patentes con las que lucran las multinacionales farmacéuticas; como también iniciando un programa cooperativo de producción y distribución, se podrá avanzar en ese sentido.