Anti-derechos y pro-capitalista. Ocho años de Papa Francisco
Se cumplieron días atrás ocho años de papado de Jorge Bergoglio, o Francisco. Todos los políticos del sistema lo felicitaron con una carta colectiva y el Movimiento Evita hasta pegó carteles para rezar por él. Aquí, las razones de nuestra opinión crítica sobre el Papa y la milenaria institución que conduce: la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Escribe: Pablo Vasco, CADHU-MST
Lo primero a señalar es que, como socialistas, somos profundamente respetuosos de las creencias y las prácticas religiosas de toda persona: defendemos la libertad de cultos como un derecho democrático contra cualquier tipo de persecución.
Si bien no compartimos esas convicciones ya que sostenemos el pensamiento científico y por lo tanto ateo, sin creer en ningún ser superior a la humanidad, entendemos que la religión es un componente de la sociedad.
Al mismo tiempo, y sin entrar aquí en polémicas sobre cuestiones de fe, sí nos corresponde señalar que la Iglesia como institución no se limita a una simple acción de catequesis sino que incide de manera permanente en la vida política y social.
A esa injerencia clerical en todo lo que es público, que consideramos muy negativa, van dirigidas las críticas que desarrollamos a continuación.
De cartas, firmas y contenidos
La amplia lista de firmantes de la reciente carta de felicitaciones al Papa abarca a políticos peronistas como Axel Kicillof, Sergio Massa, Máximo Kirchner, Jorge Taiana, Verónica Magario, Andrés Larroque, Fernando Espinoza y Santiago Cafiero, o que integran el Frente de Todos como Itaí Hagman; a los ministros Nicolás Trotta, Wado De Pedro, Daniel Arroyo, Claudio Moroni y Matías Lammens; y a gobernadores como Jorge Capitanich y Raúl Jalil.
También la firmaron referentes del macrismo como María Eugenia Vidal, Carolina Stanley, Esteban Bullrich y Cristian Ritondo; capos sindicales como Hugo Moyano, Hugo Yasky, Ricardo Pignanelli y Víctor Santa María, jueces, figuras como Adolfo Pérez Esquivel, los obispos Oscar Ojea y Gustavo Carrara, empresarios como Eduardo Eurnekian y José Urtubey, y periodistas como Daniel Hadad, Jorge Fontevecchia y Eduardo Feinmann…
Como vemos, semejante abanico incluye a toda la representación del poder político, económico, sindical y mediático del país. Iglesia y poder, poder e Iglesia. ¿Pero qué une a toda esta gente, que al menos en público a veces suele disputar entre sí, para felicitar y agradecerle tanto al Papa?
«La admiración y cercanía» que sienten por su obra «a favor de la humanidad, en particular de los excluidos» y su «firme defensa de la Tierra frente a la devastación que sufre», su «tenaz trabajo por la paz y la justicia en todo el mundo», su denuncia de «la cultura del descarte». «Nos unimos a tu clamor por tierra, techo, trabajo y desarrollo humano integral», dice la carta, en la que los firmantes por supuesto le piden al jefe del Vaticano que visite la Argentina.
Las contradicciones saltan a la vista, en primer término, por el alto grado de hipocresía política de las y los firmantes que ejercieron o ejercen lugares de poder. ¿Hablan de «los excluidos» los aplicadores seriales de planes de ajuste y hambre? ¿Hablan de «defensa de la Tierra» los mismos que la devastan y la contaminan con la megaminería, el fracking, los agrotóxicos y la sojización? ¿Apoyan el concepto de «cultura del descarte», eufemismo del Papa contra el derecho al aborto? ¿Hablan del «clamor por tierra, techo y trabajo» los mismos que reprimieron en Guernica, los gobernantes que no construyen viviendas, los empresarios que despiden o los burócratas sindicales que dejan pasar esos despidos todos los días? ¿Acaso se creerán que protegerse bajo la sotana del Sumo Pontífice, del Santo Padre, los exime de sus responsabilidades?
Un párrafo merece la conducción del Evita, que afichó todo el microcentro porteño con un cartel con la imagen del Papa y que decía «los movimiento sociales rezamos por él». La pifian doblemente: desde ya no todos los movimientos sociales rezan por él y ni siquiera tampoco lo hace todo el Evita, en donde hay militantes de otros cultos, ateos, LGBTI+ o que simplemente descreen cada vez más de la Iglesia y su líder.
Pero más allá de quienes literalmente buscan ser más papistas que el Papa, vayamos al grano de las posturas suyas y de la Iglesia, y a las razones por las cuales las consideramos perjudiciales para la clase trabajadora, la juventud, las mujeres, disidencias y demás sectores populares. Aunque están vinculadas entre sí, podemos sistematizarlas en dos grandes rubros: cuestiones de género y cuestiones de clase.
Siempre antiderechos
Si bien ya no vivimos en la época medieval en que la Inquisición católica quemaba mujeres bajo la acusación de ser «brujas», la tradición de la Iglesia en los últimos siglos ha sido siempre la de obstaculizar en forma tenaz todo avance en materia de derechos de género y civiles.
En el caso concreto de nuestro país, ya en 1853 la Iglesia se había opuesto a abolir la esclavitud y a incluir la libertad de cultos en la Constitución. En 1884 se opuso a la Ley 1.420 de educación pública, gratuita, laica y obligatoria, así como en 1888 al matrimonio civil. Y hacia fines del siglo XIX se opuso a la secularización o estatización de los registros civiles y los cementerios, que hasta ese momento eran administrados en forma exclusiva por ella. La Iglesia no sólo pretendía mantener esclavos y ser la religión oficial del Estado, sino además que en la escuela pública se impartiera religión católica. Y al ser el nacimiento, el casamiento y la muerte acontecimientos importantes en la vida de toda persona, también tenía sumo interés en conservarlos bajo su monopolio.
Ya en estas últimas décadas, los sucesivos Papas -incluido el actual- y la Iglesia Católica en su conjunto, , militaron activamente en contra de todas las leyes, conquistadas con luchas sociales, que reconocieron derechos de género y civiles: el voto femenino (1947), la responsabilidad parental compartida (1985), el divorcio vincular (1987), el programa nacional de salud reproductiva y procreación responsable (2003), la educación sexual integral (2006), el matrimonio igualitario (2010), la identidad de género (2012), la muerte digna (2012), la reproducción médicamente asistida (2013) y el aborto legal (2018 y 2020).
En todas estas ocasiones la Iglesia, a menudo junto a sus socios de las iglesias evangélicas, desplegó verdaderas cruzadas. Organizaron marchas, misas, vigilias y apelaron a argumentos anticientíficos, discriminatorios e inclusive groseros insultos hacia las mujeres y disidencias, así como hicieron lobby de todo tipo para presionar a las cámaras legislativas.
Desde luego, no le reconocemos a esa vieja institución íntegramente masculina, verticalista, dogmática y cuyos miembros no se casan, ni tienen sexo ni construyen familias, pero en cambio sí protegen a pedófilos, ni la más mínima autoridad ética para opinar sobre cómo, con quién, cuándo y por qué nos vamos a la cama ni sobre qué hacemos con nuestros cuerpos. ¿Pero por qué la Iglesia y el Papa se oponen al uso de profilácticos y anticonceptivos, a la masturbación y las relaciones prematrimoniales, a la diversidad sexual y a todos los derechos de género? ¿Por qué defienden a muerte el caduco modelo familiar patriarcal? Porque el patriarcado y todo su andamiaje de prejuicios, estereotipos y violencias forman parte intrínseca e inseparable del sistema capitalista, que el Papa y su Iglesia también defienden. Veamos.
Paz social y reconciliación
Todas las veces que pudo y puede, el Papa y la Iglesia como institución siempre apoyan a los Estados, regímenes y gobiernos opresores contra los sectores oprimidos. Cruz y espada son una constante. Lo hicieron por ejemplo siglos atrás en la conquista de América, contra los pueblos originarios. Apoyaron a la realeza francesa cuando aplastó a la Comuna de París. Apoyaron al zar contra la Revolución Rusa. Le dieron apoyo al régimen nazi, desde antes de asumir hasta poco antes de que cayera. Y también bendijeron a la última dictadura militar argentina, incluidos los vuelos de la muerte.
Pero cuando los trabajadores y los pueblos se despiertan, luchan y está muy mal visto respaldar tan abiertamente a los opresores, entonces la Iglesia desempolva su plan B, su relato alternativo adecuado para esas circunstancias: paz social y reconciliación.
¿A qué llaman paz social la burguesía, el gobierno, la burocracia sindical y la Iglesia? Al no conflicto, o sea a la conciliación de clases entre capitalistas y trabajadores. Pero resulta que aun en plena «paz» como la entienden ellos, los empresarios siempre están en guerra para despedir, suspender, reducir los salarios, flexibilizar las tareas, cambiar los horarios o ajustar los ritmos de producción con tal de aumentar o preservar sus ganancias. Ésa también es lucha de clases, no sólo la respuesta obrera. Por eso cualquier medida de las y los trabajadores en defensa de sus salarios, sus condiciones de trabajo u otros derechos laborales y sindicales es, a los ojos de los poderosos, conflictiva. Y más todavía si desborda a las conducciones sindicales tradicionales.
De allí que a la clase capitalista y a sus gobiernos siempre les viene bien contar con un aliado, que parece superior, ecuánime y desinteresado: sí, la Iglesia y sus cuadros, los obispos y curas. Su discurso religioso de resignación ante los males terrenales en pos de ganar un paraíso eterno va en ese mismo sentido. Eterna mediadora para apaciguar a la clase explotada y evitar la pulseada abierta contra la patronal, en realidad la Iglesia es pastora de rebaños… pero en favor de los lobos. Es por esto que Alberto Fernández ha integrado a la Iglesia en el Consejo Económico y Social, junto a empresarios, burócratas y funcionarios del gobierno. Nada saben de salario los curas, que nunca trabajaron. Pero sí saben de calmar las luchas sociales.
Esto no impide que a veces, ante situaciones de mucha movilización y bronca social, el Papa critique tal o cual aspecto parcial del capitalismo: la sed de ganancias infinitas, el endiosamiento del dinero, los altos niveles de contaminación ambiental, las guerras, el hambre y la pobreza. Pero a lo sumo dirá que son «excesos». Jamás señala la causa de fondo de la desigualdad y la miseria, para no poner en cuestión esa fábrica permanente de pobres que es el sistema capitalista. Es más: si no hubiera pobreza a la Iglesia se le acotaría bastante el relato y además se quedaría sin una de sus fuentes de ingresos, que proviene de las donaciones, herencias y hasta subsidios públicos para sus obras de caridad.
Y si la lucha social provoca grietas, el Papa nos propone la re-conciliación. Con los genocidas de la dictadura a quienes les envió rosarios bendecidos, con el FMI, con las patronales o con el enemigo que sea. De ese modo, sosteniendo desde el púlpito y sus oficinas el mismo discurso tramposo de paz social y de reconciliación, el Papa y la Iglesia trabajan a diario por la continuidad de este sistema capitalista y patriarcal, tan desigual e injusto, padre de la explotación de clase, la opresión de género y todas las violencias.
¡Basta de privilegios!
Por supuesto, la Iglesia no milita gratis en favor del sistema. Su matrimonio con el Estado capitalista es una relación estratégica de conveniencia mutua: éste la banca económicamente y aquélla lo justifica ideológicamente. En función de esta última tarea, la de «comer cabezas» desde la niñez para inculcar la conciliación de clases, la Iglesia tutela con uñas y dientes su injerencia en el sistema educativo. Por ejemplo en Tucumán todavía se dicta religión católica en las escuelas públicas y en San Juan la formación docente está a cargo exclusivo de la «Escuela de la Familia», instituto estatal dependiente de la Universidad Católica.
El estrecho vínculo entre dictaduras y clericalismo se evidencia en que, en general, durante los gobiernos militares se avanzó fuertemente en dictar normas en favor de la Iglesia. Por eso asombra que quienes defienden las prebendas católicas invoquen la Constitución para justificarlas, ya que en su mayoría fueron impuestas mediante decretos-ley o tratados realizados bajo dictaduras.
Si el propio Vaticano es un Estado teocrático privilegiado, dueño de inmensos tesoros en oro, bancos, empresas y propiedades, los privilegios a la Iglesia Católica por parte del Estado argentino son de tres tipos: económico-fiscales, jurídicos y de injerencia en tareas asistenciales e instituciones públicas:
. La Iglesia recibe en forma directa del Estado nacional $ 241 millones al año. Y de las provincias recibe unos $ 45.000 millones anuales en subsidios a sus colegios, en donde aparte de difundir su culto incumple la ley de educación sexual integral. Obviamente toda esa plata sale de los bolsillos del pueblo, que sí paga impuestos empezando por el IVA. Además la Iglesia está exenta del Impuesto Inmobiliario por sus 18.000 propiedades, tampoco paga Ganancias ni ningún otro impuesto nacional, provincial ni tasa municipal.
. Según el Código Civil, la Iglesia es una persona jurídica pública, como un Estado, lo que hace inembargables sus bienes. Además el concordato Vaticano-Argentina le reconoce jurisdicción propia, de modo que en los juicios utilizan el derecho canónico para proteger a sus curas y obispos pedófilos. Y el Papa los ampara. Al ex obispo salteño Zanchetta, abusador de menores, lo pasaron de Quilmes a Orán, luego a Salta, luego a Corrientes, luego a Madrid y luego a la Santa Sede, en donde el propio Bergoglio le creó un cargo de asesor de la inmobiliaria vaticana.
. Asimismo la Iglesia Católica recibe fondos públicos porque desempeña «tareas» tercerizadas en la salud, hogares infantiles, recuperación de personas con adicciones y otras funciones asistenciales que debería cumplir integralmente el Estado. También es el Estado quien solventa los arreglos de las catedrales e iglesias. Y todas las Fuerzas Armadas y de seguridad tienen sus propios vicariatos y capellanías financiados con fondos públicos. ¡Hasta las «vírgenes patronas» de las fuerzas militares reciben un subsidio estatal!
Toda esta larga serie de privilegios, inaceptables en una sociedad realmente democrática, debería ser anulada para que el Estado argentino sea laico.
Después de la marea verde, la OLA naranja
En estas últimas semanas viene tomando forma un nuevo espacio unitario de alcance nacional, con unidad en la diversidad, de agrupaciones sociales, feministas y LGBTI+, culturales, políticas, de derechos humanos y de pueblos originarios en torno a una reivindicación compartida: la total separación de la Iglesia y el Estado. Entre más de 30 organizaciones, se integran allí la Campaña Federal por la separación Estado-Iglesia (pañuelo naranja) y la Campaña Nacional por un Estado Laico (pañuelo negro).
Potenciado por la marea verde por el aborto legal, a dicho espacio nos hemos incorporado desde el inicio como CADHU-MST, aportando a la declaración política y al programa de demandas. Con fecha 24 de Marzo, y no casualmente, se termina de consensuar el texto constitutivo de la OLA, Organizaciones Laicistas Argentinas, que se dará a conocer en un evento público a fin de mes.
Junto a esta positiva unidad de acción, como socialistas insistimos en la necesidad de informar y denunciar el rol reaccionario del Papa y la Iglesia en materia de género y de clase. Habrá quien argumente que el actual Papa tiene buenas intenciones, que hace todo «lo posible» y que incluso enfrenta a otros sectores católicos aún más dinosaurios, que por cierto los hay. No es así: Bergoglio es el jefe supremo e internacional de la Iglesia Católica y, como tal, nada se hace sin su consentimiento. Tal como lo dice el título de nuestro libro y como lo cantamos en las movilizaciones: ¡Iglesia y Estado, asuntos separados!