Derrota oficialista, polarización y batacazo de la izquierda. El país después de las elecciones
El gobierno recuperó una franja de votos y no hubo catástrofe, pero no pudo evitar una clara derrota que lo deja mal parado. Juntos ganó, pero sin clima de festejo. El régimen bicoalicionista se demuestra agotado. Lo nuevo es la polarización por derecha con los liberales, que defienden el mismo modelo capitalista y el Frente de izquierda que se consolidó como tercera fuerza. El desafío es fortalecer esta alternativa anticapitalista para responder con una salida obrera y popular a la perspectiva de crisis, confrontaciones y estallidos a la que se encamina el país.
Escribe: Guillermo Pacagnini
Las elecciones confirmaron la derrota del gobierno nacional. El tremendo operativo de movilización del aparato clientelar que desplegó el Frente oficialista para reducir la abstención y recuperar una franja de votantes, amortiguó el cimbronazo y evitó la catástrofe del día después. No hubo lunes negro ni corrida cambiaria. Pero la derrota es clara y se ratifican las tendencias críticas que marcaron las PASO. Después de ese cachetazo, pese a algunas tímidas medidas de corte social, no se modificaron las malas noticias económicas que son la base estructural de la derrota. Y se sucedieron las disputas internas, hubo cambios de gabinete que derechizaron al gobierno y siguió primando el ajuste que se venía aplicando.
Logró achicar la brecha en la estratégica provincia de Buenos Aires a casi dos puntos de Juntos por el Cambio. Pero volvió a perder y mostró que el otrora sólido dique de contención del peronismo y sus barones, se está requebrajando. Salvó la primera minoría y la presidencia en diputados (117 a 116 de Juntos) pero de conjunto la derrota se consolidó. Pese a que hizo una fuerte campaña en La Pampa para sumar senadores, no pudo evitar el duro golpe que le ocasiona la pérdida de quórum propio en el senado que conduce Cristina Fernández de Kirchner. Sobre 72 bancas, el Frente de Todos descendió de 41 a 35. Volvió a perder en la mayoría de las provincias del país, que abarcan más de los dos tercios de votantes del país, incluyendo las cuatro más importantes.
El peronismo terminó sacando el 33% de los votos nacionales llegando 7. 678.354 votos, habiendo perdido cerca del 40% de la base social que lo apoyó en las presidenciales. Haber quedado terceros en Santa Cruz, donde gobiernan desde 1991, es otro dato de calidad. Que muestra expresiones electorales de una crisis histórica y estructural que tiene un gran significado de cara a la pelea por la dirección política del pueblo trabajador y la oportunidad que se empezó a manifestar para la izquierda.
El presidente Fernández debió mostrar un perfil conciliador. Convocó al diálogo nacional no solo para amortiguar el impacto de la derrota sino por necesidad: preparar un nuevo plan que tenga el consenso de la oposición burguesa. Dicho plan, que luego anunció como «plurianual», comienza por cerrar el acuerdo con el FMI para pagar la escandalosa deuda usuraria, la estafa urdida por el macrismo, avalada por el Frente de Todos y que pretenderán que se pague con el hambre del pueblo y nuestros bienes comunes.
Juntos gana, pero sin festejo
Si Alberto para cohesionar a los suyos debió apelar al «perdimos ganando», Juntos por el cambio también apeló a un eufemismo en boca de Larreta: «no es una noche de festejos». Por varias razones. Pese a alzarse con el 42,19% (9.735.745 votos) y ganar en 13 provincias, comenzando por las cuatro más importantes: Buenos Aires, CABA, Santa Fe y Córdoba, no logró un crecimiento significativo.
Al igual que lo sucedido en septiembre, su triunfo es esencialmente una consolidación de su espacio y base social, con un aumento en votos respecto de las PASO, pero ningún crecimiento cualitativo. Pese al fuerte apoyo de grandes multimedios en estos dos meses de campaña y a su millonaria campaña. A este espacio, le cuesta avanzar más allá de estos números, porque una mayoría de la población los repudia y tiene grabado en la memoria reciente el desastre del macrismo en sus cuatro años de gobierno.
Por otro lado, en Juntos por el Cambio no emerge un liderazgo claro. Arrecian las disputas internas que amenazan con incrementarse al colocarse como una posibilidad más cierta, la posibilidad de ganar las presidenciales de 2023. No es casual por eso que el propio Macri haya salido a hablar de iniciar una «transición ordenada». Mientras otro bloque del PRO de Larreta y Vidal busca encabezar el espacio y lo mismo desde otro lugar Patricia Bullrich, que tejió lazos con Milei y su sector. Mientras a la vez el radicalismo utiliza ya a Facundo Manes, para intentar recuperar espacio y disputar la próxima fórmula presidencial.
Polarización y crisis del régimen
La novedad de esta elección no ha provenido de las dos coaliciones mayoritarias, que demostraron que ya no enamoran, acumulan un sinnúmero de problemas y elementos de crisis y esencialmente son dos caras del mismo modelo que hundió el país y generó miseria.
Los dos fenómenos dinámicos y que han crecido incluso en comparación a las PASO, son las fuerzas ubicadas más a la izquierda y más a la derecha. De conjunto estos espacios se llevan nueve diputados nacionales y aparecen con destacadas votaciones en distritos estratégicos.
Aunque la prensa nacional le dio excesivo espacio y apoyo a las fuerzas de los llamados libertarios, finalmente fue otra vez el Frente de Izquierda Unidad quien se ubicó como tercera fuerza nacional, creciendo alrededor de un 20% los votos respecto de las PASO de septiembre. Mientras las listas de Milei y Espert también crecen esencialmente en el área metropolitana aunque también crecieron listas similares en otras provincias, igualmente no logran superar los números del FIT-U.
Carlos Pagni, en La Nación, editorializó claramente sobre esta caracterización: «aparecieron dos fenómenos, que los venimos viendo evolucionar desde las Primarias. Uno es la expansión en términos relativos muy importante de (…) la derecha. No el centro derecha, que es la versión culposa del término. La derecha. Javier Milei y José Luis Espert. Y por el otro lado, un ascenso de la izquierda trotskista, la izquierda más dura y antisistema, que quedó tercera a nivel nacional.»
El crecimiento de estos dos polos, coloca también a nuestro país en sintonía con los procesos que se viven en el mundo. Donde el desgaste, la crisis de fuerzas tradicionales en el gobierno y el mal humor social, dan lugar al surgimiento de nuevos fenómenos hacia la izquierda y la derecha, que ganan importante peso y que en perspectiva podría crecer en el marco de esta polarización política y social que irá en aumento.
Las fuerzas ultraliberales que se presentan como antisistema, son en realidad una versión del modelo capitalista ideal al que se aspira desde el establishment y van a tender a confluir y a tratar de insuflarle nuevos aires al rejunte de «centroderecha» del macrismo y sus amigos. Es el FIT Unidad quien tiene una propuesta de verdadero cambio de modelo y la oportunidad de avanzar y postularse ante los próximos cambios bruscos y confrontaciones políticas y sociales a las que nos encaminamos. El mismo Pagni relaciona el crecimiento de la izquierda con un futuro estallido social: «… ¿Nos dice algo el 2001? Hay una asociación entre un estado de ánimo de desacople de la política y la radicalización de una parte de la sociedad.»
Gran elección del FIT Unidad
Nuestro frente ha salido de estas elecciones ratificando el ser tercera fuerza nacional y avanzando bastante más de lo logrado en las PASO, pasando de 1 millón a casi 1.300.000 votos.
Con estos importantes números, dentro de los cuales hubo a su vez provincias más destacadas, nos permiten obtener cuatro diputados nacionales, dos diputados provinciales en Buenos Aires, dos legisladores en CABA y un importante número de concejales en distintos municipios del gran Buenos Aires como Matanza, Moreno, Merlo, José C. Paz, y peleando voto a voto por obtener también en Varela y Morón, entre otros.
La votación obtenida, alrededor del 6% de votos nacionales, no solo es importante por su volumen y crecimiento cuantitativo, sino expresa un fenómeno que es de calidad. El ingreso de compañeros a los Concejos Deliberantes del conurbano refleja, como señaló nuestro compañero Alejandro Bodart desde el búnker del FIT-U, «se empezó a romper ese dique de contención que es el peronismo y cientos de miles de trabajadores y jóvenes decepcionados del gobierno nacional vienen con la izquierda»(…) la casa de los trabajadores no es la que equivocadamente habitaron durante décadas los trabajadores, la casa de los trabajadores es la que estamos construyendo desde la izquierda, que propone un programa de medidas duras contra el imperialismo y los grandes empresarios. De los que les propondremos un camino de lucha, lucha y lucha para enfrentar el ajuste que se viene de la mano del acuerdo con el Fondo».
Las profundas grietas que existen en el peronismo, dirección histórica de los trabajadores generan mucho más espacio y oportunidades para la izquierda anticapitalista y socialista. Una grieta entre ese viejo partido y las bases que se agiganta en cada fábrica, lugar de trabajo, barriada popular, entre millones que ya no soportan las condiciones de hambre y miseria que el gobierno del Frente de Todos ha impuesto en nuestro país, para pagar la fraudulenta deuda externa y privilegiar la ganancia de los grandes empresarios.
Lo que se viene
El llamado a un acuerdo político social, convocando a toda la oposición es no solamente una política para apuntalar la gobernabilidad, sino en función de las necesidades de la «nueva etapa» como dijo el presidente, signada de punta a punta por el acuerdo con el FMI. Para el mismo la condición necesaria que impone el organismo es la conformidad del parlamento, la oposición, las fuerzas sociales y que se presente un plan de gobierno. La unidad de la CGT va en ese sentido. Sin embargo, como dijo Rosendo Fraga, un lúcido analista burgués, «la falta de liderazgos consolidados tanto en el oficialismo como en la oposición, aparece como el escollo más importante para el logro de un acuerdo efectivo». Es la crisis del régimen, sin dudas. Pero los intentos se van a profundizar.
El envío al parlamento de un «programa económico plurianual de desarrollo sustentable», incluiría las mejores condiciones que Guzmán obtenga del FMI. Con el apoyo de Cristina y Massa, y solicitando el apoyo de la oposición, este anuncio muestra la premura del gobierno por avenirse al fuerte ajuste que reclama el Fondo para cerrar un nuevo acuerdo para el pago de la deuda. Se avecinan tiempos de importantes ataques a los derechos de los trabajadores y de grandes luchas para impedirlos. No solamente ajuste. Sino las reformas reaccionarias pendientes comenzando por la laboral, que tienen en Toyota y los ataques a los convenios, sus primeras expresiones. Completar la reforma previsional y fiscal. Son otros jalones. Así como el paquete de leyes que se pergeñan. Ya lo hicieron con la de hidrocarburos que consagra el extractivismo y se prepara un paquete más global.
Entre esas medidas, como es clásico en las recetas del Fondo, se espera una reducción aún mayor del gasto social para lograr metas cada vez más exigentes de reducción del déficit fiscal. Esto significa un recorte aún mayor del presupuesto de jubilaciones y pensiones (que representan el 60% del gasto); seguir licuando los salarios estatales, las asignaciones y la asistencia social, ante la continuidad de una alta inflación; reducir al máximo la obra pública; aumentar brutalmente las tarifas (se habla de entre un 30% y 45%); devaluar el peso para achicar la actual brecha cambiaria, hacer más «competitiva» la economía, para mejorar las reservas que están en un punto muy bajo y seguir juntando dólares para pagar los tremendos pagos que deberán realizarse en los próximos años entre los vencimientos del fondo y de los acreedores privados.
Esta perspectiva augurará nuevas confrontaciones, ya que el movimiento de masas vienen con actividad creciente en las calles y en los procesos de organización independiente de los aparatos burocráticos. La combinación con la debilidad política, el desgaste del gobierno y la crisis más general del régimen pueden abrir a nuevas crisis y cambios bruscos en la situación general que desemboquen en un estallido social. A 20 años del argentinizo de 2001, sus fantasmas sobrevuelan otra vez. Esta vez con el peronismo en el poder y en proceso de desgaste y crisis. Esta vez con el movimiento obrero en ascenso y ganando terreno a fuego lento pero sostenido a la burocracia cuestionada con nuevas direcciones combativas en distintos sectores. Esta vez con una izquierda pujante que vuelve a tener la oportunidad y la necesidad de ganar peso de masas y disputar la dirección política como alternativa de gobierno para que cuando las masas levanten el «que se vayan todos», no vuelvan reciclados como ocurrió luego de 2001.
Ser la tercera fuerza con casi 1.300.000 votos provenientes de la clase trabajadora y de la juventud, ponen al FITU ante el gran desafío de aprovechar este resultado, las bancas obtenidas, la fuerza militante creciente de la izquierda, al servicio de que triunfen las peleas de ahora y la perspectiva de disputa de masas que se avecina. Para todo esto, y como lo planteamos desde el MST a lo largo de toda la campaña, hay que partir de este espaldarazo electoral para fortalecer el frente e ir por más. Precisamente la crisis del peronismo, el descontento y la notoria búsqueda a izquierda de una franja de la población, nos colocan ante el desafío de dar un salto: algo que solo se puede hacer teniendo una actitud sólida y firme en el programa y el proyecto socialista que defendemos, y a la vez abierta para convocar a miles y miles de decepcionados, a trabajadores y jóvenes, a las bases de las organizaciones en crisis. Ahora más que nunca, cuando vamos a una situación de inestabilidad política, de mayores luchas sociales, de posibles giros bruscos de la situación y de una perspectiva dinámica y apasionante, no exenta de posibles convulsiones y acciones revolucionarias, es cuando el Frente de Izquierda Unidad tiene que postularse con todas sus fuerzas.