Tercera ola, primera línea. Otra vez variable de ajuste
Escribe: Guillermo Pacagnini
Llegó la tercera ola y encuentra nuevamente al sistema sanitario en situación crítica y al equipo de salud agotado. Lxs trabajadorxs evitamos el colapso en las olas anteriores a costa de un alto desgaste psicofísico. La política aperturista indiscriminada y las características epidemiológicas de la variante dominante sobrecargan a un sistema que esta vez sí puede colapsar si se insiste en no reconocer salarial, laboral y profesionalmente a la primera línea.
A diferencia de las anteriores oleadas, el equipo de salud se halla con evidentes signos de agotamiento. Sin dudas la vacunación, por la que hubo que luchar sobre todo en el sector privado para lograr los esquemas completos, jugó un papel fundamental en la disminución cualitativa a niveles casi imperceptibles de la mortalidad que se evidenció sobre todo durante el primer año. Y se ha logrado un capital acumulado en experiencia de atención. Pero el hecho de no haberse modificado el rumbo con políticas de fondo como reclamamos desde los sectores sindicales y sanitarios combativos y desde la izquierda, colocan nuevamente al equipo de salud soportando una situación más compleja, por el agotamiento laboral y por la sobrecarga del sistema.
El desgaste prematuro
Las secuelas inmediatas de la pandemia en el equipo de salud no son un rayo en cielo sereno. Vienen a agravar cualitativamente el desgaste prematuro que genera la actividad laboral ejercida en el ámbito sanitario, en cuanto a exposición a riesgos psicosociales relacionados con el proceso de trabajo que producen estrés crónico y daños específicos en la salud de lxs trabajadorxs.
Este cuadro de desgaste laboral o agotamiento prematuro, lo venimos denunciando desde hace años desde CICOP y otros sectores y hemos estudiado profundamente sus características en el trabajo que publicamos con la UNLa denominado «La salud de los trabajadores de la salud». Del mismo surge que se experimenta pérdida de capacidades, y diversas enfermedades que tienen una incidencia mayor en el equipo de salud, superior a la media de la población. Por la gran exposición al riesgo, la maquinaria del cuerpo se gasta antes de tiempo. En las mujeres este proceso suele ser más evidente. En una síntesis de nuestra experiencia de lucha con trabajo mancomunado con investigadores de la Universidad de Avellaneda, fuimos delineando propuestas de salida.
Rechazando el arcaico concepto de insalubridad que desde la óptica de la burocracia sindical lleva a aceptar este status quo a cambio de alguna bonificación en negro, incorporamos al pliego de reclamos laborales la necesidad de disminuir la exposición al riesgo y mejorar las condiciones laborales. Luchando contra la naturalización de este daño crónico y transformándolo en acciones de movilización y reclamo. La reducción de la edad jubilatoria, el fraccionamiento de las guardias, el pleno reconocimiento salarial, profesional y laboral, junto al avance hacia un sistema único de salud, se implantaron en la matriz de este programa de avanzada.
La pandemia no solo desnudó los graves problemas estructurales del sistema de salud. También agravó cualitativamente el agotamiento del equipo de salud. La exposición al riesgo, primero absolutamente desconocido en una pandemia de rasgos inéditos, la muerte de compañeros de trabajo, la enfermedad y sus secuelas inmediatas y a mediano y más largo plazo, agregaron combustible a la situación de estrés psicofísico. La política de no cuidar a los que cuidan, de mantener salarios de hambre empujando al poliempleo, la no inclusión de la enfermería y otras en la carrera profesional en la mayoría de las jurisdicciones, el medio ambiente que desnuda una desinversión de años y daña la salud, la fragmentación del sistema, el caldo de cultivo para la violencia hacia lxs trabajadorxs de salud, entre otras cuestiones, tienen en el ajuste y las políticas oficiales la responsabilidad de agravar el desgaste.
Son varios los trabajos de campo que señalan esta preocupación. El crecimiento de los diagnósticos de Burn out o agotamiento demuestra el tremendo impacto que tuvo la pandemia en el rendimiento laboral, secuelas físicas y sobre todo en la salud mental de los trabajadores. El informe The COVID-19 HEalth caRe wOrkErs Study (HEROES) muestra que entre 14,7% y 22% del personal de salud entrevistado en 2020 presentó síntomas que permitían sospechar un episodio depresivo. «No estamos entrando en una fase endémica: estamos en uno de los peores momentos de la pandemia. Ahora no faltan camas ni respiradores, pero hay una fatiga terminal de los trabajadores de salud producto de una sobrecarga de trabajo brutal», advirtió el referente de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, Arnaldo Dubin refiriéndos e al sector privado donde la situación es peor aún (Página 12 19/1/2021).
Por eso es francamente antilaboral y antisanitaria, la política de los gobiernos (acá ya no hay grieta) de volver a someter al equipo de salud como variable de ajuste. La preocupación central de las autoridades no es el agotamiento de lxs «esenciales». Sino el «ausentismo». Según La Nación: Preocupa el ausentismo del personal de salud, que hace resentir la atención en plena tercera ola de Covid. El sistema de salud, público y privado, empieza a padecer el faltante de recursos humanos por estar contagiados o ser contacto estrecho.» Más claro imposible el pensamiento de patronales y gobiernos.
El recurso «crítico» necesita un reconocimiento pleno y ello implica la necesidad de invertir en salario, en planteles y fortalecimiento del sistema. Los presupuestos de ajuste y el mantenimiento de un sistema fragmentado sometido a una presión tremenda cuando se flexibilizan los protocolos y se mantiene una apertura absoluta por presión de las corporaciones, atentan más contra la integridad del equipo de salud. Y van a terminar repercutiendo en la atención y favoreciendo el colapso del sistema. Claro que la respuesta del equipo de salud no ha sido precisamente la resignación. Durante la pandemia estuvimos en la primera línea también de la lucha. En casi la totalidad de las provincias hubo luchas heroicas de enfermera, médicos y el equipo todo. Pese al inédito abandono de la dirigencia tradicional sindical, configurando una de las traiciones que van a hacer historia, se luchó con autoconvocatorias como la de Neuquén, con la fundación o consolidación de nuevos sindicatos combativos como el de Río Negro o la ALE de CABA. O con direcciones combativas al frente como la CICOP, AGIHM, la APYT del Garrahan. Por nombrar solo los más significativos. Abriéndose paso en medio de las restricciones y cuando los aplausos se apagaron se intensificaron los reclamos en las calles.
También se remó contra direcciones políticas como la del FdT que prometieron un cambio que, lejos de llegar, se tornó en ajuste y abandono de los que cuidan a la gente. El castigo electoral seguramente reflejó parte del cambio de humos social por ello.
Por eso, seguramente, pese al agotamiento, se retomará la pelea y con más fuerza. La marcha de antorchas conque la enfermería en CABA terminó el 2021 o el plan de lucha de CICOP en tierras de Kicillof son indicios de ello. La bandera del pleno reconocimiento salarial, profesional y laboral está más vigente que nunca. Recomposición salarial y no bonos en negro, pleno goce de licencias, cohortes con recambios en la primera línea, inclusión de todxs en la carrera, combate al poliempleo, inmediato refuerzo presupuestario, son los primeros pasos requeridos. Junto al sistema único de salud, son la salida que se necesita para una salud pública gratuita e igualitaria y trabajadores con plenos derechos.