Memoria, verdad, justicia y soberanía. Malvinas, a 40 años de la guerra
Los actos oficiales se llenaron de discursos hipócritas sobre la soberanía, justo cuando se acaba de formalizar una nueva entrega con la firma del pacto con el FMI. No es casual entonces que intenten esconder el carácter del conflicto: una guerra antimperialista justa, a pesar de la conducción y los intereses de la dictadura.
Escribe: Emilio Poliak
En 1982 la dictadura genocida crujía. El plan económico hacía agua por todas partes. La crisis se reflejaba en una alta inflación, caída del PBI, quiebra de empresas y una deuda que trepaba a los U$ 35 mil millones. La dictadura había perdido el apoyo de los sectores medios que fueron base de sustento del golpe de 1976, y los partidos patronales formaban la Multipartidaria buscando una salida electoral negociada con los militares, reflejando un cambio en sectores de la burguesía.
El paro y movilización del 30 de marzo
A su vez, la resistencia obrera y popular crecía. Con quites de colaboración, huelgas por lugar y tomas de fábricas, la clase obrera empezaba a recomponerse. El punto culminante del ascenso fue la movilización de miles de trabajadores (en el marco del paro de la CGT) que ocuparon el centro de Buenos Aires y enfrentaron durante horas la represión policial. La jornada también se expresó en el interior y marcaba una dinámica de crecimiento en el enfrentamiento a la dictadura.
Una salida aventurera e improvisada
Para canalizar la crisis y desviar el ascenso, el 2 de abril el gobierno de Galtieri ejecutó el desembarco de tropas en Malvinas, nombrando al Gral Benjamín Menéndez Gobernador del archipiélago.
Su plan nunca fue llevar adelante un enfrentamiento armado con Gran Bretaña, lo que explica en parte la improvisación y el desastre en la conducción de las operaciones militares, que ni siquiera tuvieron un mando unificado. La Junta Militar confiaba en obtener el apoyo de EEUU y así lograr algún tipo de negociación que revirtiera su desgaste y desprestigio.
El imperialismo responde
El error de cálculo fue mayúsculo. El gobierno británico de Margaret Thatcher envió una poderosa flota para recuperar las islas, apoyada por todo el imperialismo, empezando por el yankee. La Comunidad Europea aplicó sanciones económicas a la Argentina, la ONU se pronunció contra la recuperación de las islas. Austria y Canadá congelaron el envío de equipos militares comprados por Argentina mientras Francia, Bélgica, Holanda y Alemania Federal prohibieron la venta de armas al país.
No podían permitir que un enfrentamiento victorioso de una nación semicolonial pudiera alentar levantamientos en otras partes del mundo, sobre todo cuando por la crisis económica mundial necesitaban aumentar la explotación y expoliación de las colonias, y todavía estaba fresco el triunfo vietnamita frente a los yankees en 1975.
Una causa justa
El 12 de abril las tropas inglesas llegaron a Malvinas. Más allá del carácter genocida de la dictadura, sus intenciones y su conducción, se trataba de una guerra entre un país semicolonial que partía de una causa justa (la soberanía territorial) y un país imperialista. Por eso para nuestra corriente la única posición política correcta era la de impulsar todas las medidas tendientes a ganar la guerra; el enfrentamiento a la dictadura se ubicaba en ese nuevo marco. En cambio, no pocos sectores, en nombre de la “paz”, fueron funcionales a los intereses británicos, comenzando por el Vaticano. En esa línea se ubicaron desde la UCR y el PJ hasta el Partido Comunista. El PJ, autodefinido como un movimiento nacional, brilló por su ausencia en el enfrentamiento con el imperialismo más importante del último siglo (ver artículo).
La movilización antimperialista
La guerra desató un profundo sentimiento antimperialista en nuestro país y en Latinoamérica. Al punto que EEUU no logró encolumnar a la OEA detrás de su condena a la Argentina, y naciones como Perú, Venezuela, Nicaragua o Cuba ofrecieron apoyo en armas y combatientes. El pueblo argentino, a su vez, protagonizó masivas movilizaciones (que no implicaban apoyo a la dictadura como nos quieren hacer creer), colectas para los combatientes y otras acciones. Pero la movilización popular y el heroísmo de los soldados y pilotos argentinos contrastaron con la impotencia y la cobardía de las cúpulas militares.
“No sirven para el gobierno, no sirven para la guerra….
….los milicos asesinos no sirven para una mierda” se transformó en el canto que expresaba el sentir popular frente a la rendición firmada por Menéndez el 14 de junio. Quienes habían desatado un genocidio contra su propio pueblo se mostraron incapaces de enfrentar la invasión extranjera. Se robaron lo que el pueblo argentino recolectó en las campañas solidarias para los soldados y sometieron a los pibes a maltratos y torturas. Tras la traición en Malvinas, la marea obrera y popular que se había manifestado el 30 de marzo volvió con fuerza redoblada contra los milicos. Dos días después cayeron Galtieri y la Junta. Asumió el general Bignone, ya con la dictadura en retirada, y pactó con la Multipartidaria las elecciones generales para octubre de 1983.
Una causa vigente
Existe un hilo de continuidad entre quienes ayer ponían el acento en la “irresponsabilidad” de la Junta Militar para justificar su posición de no enfrentar al imperialismo inglés y quienes hoy apoyan o facilitan el acuerdo con el FMI en una nueva entrega de soberanía con la excusa de que “no se puede hacer otra cosa.” Ese hilo de continuidad es la incapacidad para enfrentar consecuentemente al imperialismo. Hace 40 años, para ganar la guerra se requerían medidas no sólo militares sino políticas y económicas contra los intereses británicos y de sus socios norteamericanos (ver artículo). Pero eso ponía en riesgo el propio régimen capitalista del país y por eso las FFAA, la burguesía, la Iglesia y los partidos patronales prefirieron la claudicación. Hoy, salvando las distancias, la situación se repite: para enfrentar al FMI es preciso tomar medidas que atenten contra la propiedad capitalista atada a los intereses imperialistas. Nuevamente se pone en cuestión que la lucha por nuestra soberanía y una verdadera independencia nacional, en esta época histórica, es posible sólo si la encabeza el único sector social que no tiene ningún compromiso con el imperialismo: la clase trabajadora, terminando con el sistema capitalista e imponiendo el socialismo.
Una de piratas
Las Malvinas fueron ocupadas a principios del siglo XVI por España aunque hubo intentos, ya entonces, del Reino Unido y de Francia por establecerse en el archipiélago. En 1766 se nombró el primer gobernador de la corona española, que mantuvo la posesión del territorio hasta la Revolución de Mayo y el proceso independentista, cuando pasaron a pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Desde 1815 se estableció una pequeña colonia argentina y en 1820 el gobierno de Bs As creó la Comandancia política y militar de las islas nombrando a su frente a Luis Vernet.
La riqueza de sus recursos marítimos y su ubicación estratégica (por su cercanía al corredor bioceánico y a la Antártida) la hicieron un botín codiciado por las potencias imperiales.
El 2 de enero de 1833 el capitán inglés John Onslow, a bordo de la corbeta Clío ocupó las islas dejando en manos de un colono irlandés, William Dickson, la administración del archipiélago.
Unos meses después, el 26 de agosto de 1833, los peones, encabezados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero, se sublevaron por la explotación y las malas condiciones de vida a las que eran sometidos por los estancieros aliados de los ingleses. Durante el levantamiento mataron al capataz de la estancia, al propio Dickson y a otros extranjeros, arriaron la bandera inglesa e izaron nuevamente la bandera argentina. Controlaron la isla durante cinco meses sin recibir ninguna colaboración de Bs As hasta que en enero de 1834 arribó el teniente Henry Smith para asumir como gobernador británico en las islas. Rivero y el resto de los peones resistieron durante dos meses, hasta que fueron capturados el 18 de marzo y enviados a Londres para ser juzgados.
Durante su gobierno, Rosas realizó un intento de cancelar la deuda contraída por Rivadavia con la Baring Brothers cediendo las islas, propuesta que fue rechazada por Gran Bretaña ya que significaba reconocer la soberanía argentina sobre el territorio en disputa.
Muchos años después, durante el gobierno de Illia, se realizaron gestiones diplomáticas ante el comité de descolonización de las Naciones Unidas y el 16 de diciembre de 1965 la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 2065 que dejaba constancia del conflicto de soberanía planteado y disponía entablar negociaciones entre los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña “a fin de encontrar una solución pacífica al problema”
Las negociaciones nunca avanzaron. Diecisiete años después, comenzaría la guerra.