Cambiar el mundo, tomar el poder (y que él no nos tome)
Hay un debate central que queremos plantear en la juventud. La agresión del capitalismo se ensaña con nuestra generación. La respuesta sigue siendo de luchas muy potentes en todo el mundo. Crece el desprestigio de todas las instituciones conocidas. Se multiplica la desconfianza en la juventud. Militar para construir una organización revolucionaria es la tarea urgente. Las polémicas sobre este asunto y nuestra visión.
La agresión del capitalismo es sistemática sobre distintos sectores sociales. La necesidad de ciclos cortos de valorización económica, requiere aumentar la explotación obrera, las opresiones de género y raciales. La democracia de la burguesía en ese circuito se vuelve un obstáculo. El capital entonces trata de sortear ese escollo y por eso tiende al autoritarismo. El parlamentarismo (tan limitado, por otra parte) es un filtro que espanta a las corporaciones. Prefieren las decisiones rápidas, no perder tiempo. Esta naturaleza agresiva, inhumana, antipueblo del sistema burgués incentiva reacciones sociales. Las masas luchan, se defienden. En esas luchas por derechos, la conciencia y la experiencia crecen. Primero se dan parcializadas: en la fábrica, por salario, contra los despidos, contra el patrón y la burocracia de su sindicato; por presupuesto para educación en facultades o colegios; por el derecho a decidir y la ley de aborto; contra el tarifazo y así infinidad de ejemplos. Pero llega a un punto de acumulación espontánea tal de experiencia y sufrimiento social, que las masas explotan de forma abrupta contra el poder central y cuestionan todo. El 2001 en Argentina fue así. En nuestra visión estos procesos que desalojan gobiernos y alteran toda la estantería son revoluciones, aunque sin la conciencia de cómo sustituir el capitalismo. Pero sí de confrontación directa contra el sistema.
La revolución: deporte de equipo y entrenamiento previo
Estas revoluciones irrumpen de forma independiente, paralizan a los que mandan, los obligan a la improvisación. Dejan en evidencia que son minoría, que están en desventaja cuando las mayorías se mueven. Se pierde la centralización del poder, el control de las instituciones, la credibilidad de los medios, de sus partidos y burócratas. Es un desplome abrupto. Esa cualidad destructiva y revolucionaria de las masas en movimiento es indispensable para cambiar las cosas. Es un punto de partida, pero no alcanza. Para poder aplicar un conjunto de medidas con una orientación social que defienda derechos de mayoría, hay que centralizar un nuevo poder que garantice, con la fuerza de la movilización, neutralizar la resistencia de los rivales capitalistas. Por ejemplo, en una situación de crisis como la actual de Argentina, con la inflación del costo de vida, la devaluación de los salarios, la fuga de dólares y el aumento de tarifas, un plan de emergencia de un poder alternativo al de Cambiemos tendría que asegurar el ingreso suficiente de la clase obrera, retener dólares y congelar las tarifas. Para concretar eso habría que suspender el pago de la deuda, nacionalizar todo el sistema financiero para fijar un corralito a los grandes depositantes, aumentar de manera automática los salarios ajustados a la inflación real y estatizar todos los servicios públicos con control de trabajadores y usuarios. Decisiones básicas y de emergencia, pero que cuestionan intereses de bancos, privatizadas, grandes patronales y especuladores. La única manera de neutralizar su reacción es con la movilización consciente e informada de las grandes masas del pueblo. Para eso hay que apropiarse de todos los resortes del poder: el gobierno, el monopolio de la fuerza armada, los medios de comunicación y fomentar organismos de auto-gobierno obrero en las fábricas para controlar, planificar y decidir democráticamente todo. El impulso a esas decisiones lo puede dar un partido con miles de militantes insertos en esos lugares donde se define el curso de una situación en crisis. Para llegar con fortaleza a una situación así, e influenciar mayori-tariamente con estas ideas, un partido tiene que acumular peso previo, entrenar a sus militantes por anticipado, ir ganando credibilidad y fuerza orgánica antes para ser imparable apoyado en el ánimo de lucha de los pueblos en revolución. Hacer un partido así para tiempos de paz relativa y tiempos de guerra de clases, es nuestra razón de ser.
Revolución, lucha de ideas, burocracia y rebeldías
Hace pocos meses se cumplieron 100 años de la revolución rusa. Ese proceso tuvo factores desencadenantes objetivos (la guerra, la crisis social y económica) y un factor consciente decisivo para ganar: la existencia de un partido como el bolchevique de Lenin y Trotsky. Esa organización acumuló durante años experiencia, influencia en la joven vanguardia obrera, ajustó la teoría marxista y enriqueció el patrimonio político de tácticas y estrategia. Se probó en la clandestinidad, sufrió reveses, divisiones, cometió errores, se recuperó, creció a saltos por unidades positivas y llegó fuertísimo a octubre de 1917. Por la justeza de su política internacional y nacional, más la tenacidad de su organización militante logró tomar el poder con la clase obrera. Ese partido original, el que ganó el poder para la clase, el que motorizó una internacional de masas como fue la Tercera, era un ejemplo de lucha de ideas, de elaboración colectiva, y a la vez, de rigurosa disciplina militante a la hora de poner el cuerpo contra burgueses, milicos, burócratas y reformistas. La distorsión interesada de la historia estalinista de este partido, como una especie de ejército con obediencia debida, con pensamiento único, con mandamases autoritarios, es una construcción ideológica. No es el partido de Lenin, Trotsky y Kollontai, ni la Tercera con ellos y Rosa Luxemburgo. La rivalidad en la lucha de ideas tuvo en campos enfrentados varias veces a Lenin y Trotsky, el equipo conductor del proyecto colectivo. Nuestro punto de referencia es esa formación revolucionaria que replica a escala y anticipatoriamente, el modelo social que proponemos: choque de ideas, pensamiento colectivo, mecanismos de intercambio para decidir todo, ensayo y error como método y siempre lo individual puesto al servicio de lo colectivo. Se nos dice que el poder burocratiza y corrompe. Nosotros respondemos diciendo que las presiones conservadoras que terminan burocratizando procesos y organizaciones, son sociales y de la lucha de clases a escala regional e internacional. Ningún proceso está exento de sufrirlas. La clave es activar mecanismos que contrarresten esas presiones, antídotos contra la burocracia en el partido y en el poder. Para eso nuestra apuesta presente es a la politización militante de todas nuestras organizaciones, para poder ejercer una actividad de participación crítica, informada y consciente en el propio partido. Internacionalismo práctico, activo, constructor de organización internacional para ir montando una coordinación efectiva de militantes en la clase obrera, la juventud y el movimiento de mujeres de todo el mundo. Y finalmente, la centralización democrática de la organización para deliberar colectivamente y decidir, y después concentrar la energía en la acción de la lucha de clases de forma unificada. Así, politización, internacionalismo y centralización democrática, son recursos para darle solidez anti-burocrática al partido revolucionario y prepararlo para construir un poder así, también internacionalista y democrático contra todas las presiones sociales de la reacción. El MST, las organizaciones de nuestro proyecto internacional Anticapitalistas en Red, se construyen con esas pautas. Nuestra militancia es totalmente consciente de estas ideas y una verdadera forma de vida.
Mariano Rosa