Basta de instituciones anti-derechos. Disolver el Senado feudal
Hay un antes y un después del 8A. El rechazo del Senado a la ley de IVE desnudó el verdadero rol de ese nido conservador y anti-derechos. A la lucha por el aborto legal le sumamos la de separar Iglesia y Estado, y la de disolver el Senado para democratizar a esta limitada democracia.
La “cámara alta” representa lo más vetusto de la política. Todos los personajes de la vieja política, con Menem a la cabeza, tienen allí un lugar y una dieta de privilegio. El debate del aborto mostró su rostro más real y desnudó la histórica mecánica del Senado: machista, anti-derechos y sostén del statu quo.
En la historia, los senados surgieron para garantizar el control de las clases dominantes sobre la decisión popular. En Inglaterra se constituyeron como el sitio del poder de los terratenientes y la Iglesia Anglicana, para quienes se reservaba la representación exclusiva. En Francia el Senado fue creado por una constitución reaccionaria en 1795 a fin de moderar el proceso revolucionario. Por eso esas instituciones se eligen bajo reglas que limitan adrede la representatividad y tienen el poder de vetar las iniciativas provenientes de las cámaras “bajas”, de diputados, integradas por voto proporcional o casi.
Con requisitos insólitos como tener 30 años cumplidos para ser elegido y con falsas premisas como la representación “federal” se digita la dinámica del Senado, que representa a los sectores más conservadores, atados a los gobernadores y a la Iglesia. ¿Cómo puede estar tan alejado de los reclamos populares? Muy sencillo: es totalmente antidemocrático por naturaleza al tener tres senadores/as por cada provincia, que se eligen por voto directo pero sin respetar ninguna representación proporcional de la población.
Por ejemplo, un senador o senadora fueguina representa a 44 mil votantes, pero su par bonaerense representa a 4 millones, casi cien veces más, en evidente perjuicio de estos últimos ya que cada senador tiene un voto. O sea, el Senado está diseñado para garantizar el control del Congreso por los partidos políticos del sistema y actuar de filtro a los derechos que el pueblo logra en Diputados, como la ley de aborto. Por eso hay que disolverlo, y cuanto antes mejor.
Una sola cámara y distrito único
Si hablamos de democracia indirecta, cuyo principio se supone es “una persona, un voto”, incluso la actual Cámara de Diputados no es realmente representativa. Según el artículo 45 de la Constitución Nacional corresponde un diputado o diputada cada 33.000 habitantes y su proporción se debe actualizar después de cada censo. Pero ésta sigue fija desde el censo de 1980, en dictadura. Por eso un reciente fallo de la Cámara Nacional Electoral ordenó al Congreso actualizar el número o el reparto de las 257 bancas de Diputados.
Además la Ley 22.847, del dictador Bignone, instauró tres diputados adicionales por provincia más allá del cálculo demográfico y un mínimo de cinco, deformando aún más la proporción en favor de las provincias chicas y en desmedro de las más pobladas: Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Si hoy se tomara el censo de 2010 habría que agregar 67 diputados, de los cuales 30 serían bonaerenses.
Ante esta falencia en la representación política, como un paso hacia formas de democracia directa tenemos propuestas para democratizar la democracia. La primera es disolver el Senado nacional y los senados provinciales que haya. Tiene que haber una sola Cámara de Diputados, tomando al país como un distrito único para repartir las bancas según los votos de cada partido o alianza. Lo mismo a nivel provincial: una legislatura única, sin la tramposa composición mixta como la de Córdoba (1).
A eso hay que sumarle la revocabilidad del mandato para quien incumpla sus promesas de campaña, la rebaja de las dietas legislativas al salario de una directora de escuela pública de jornada completa y la obligatoriedad por ley para los diputados -y todo otro funcionario político- de educar a sus hijos en la escuela pública y atenderse en el hospital público.
Las oleadas populares deben barrer a la casta política tradicional, privilegiada, clerical y patriarcal que sistemáticamente nos niega nuestros derechos. Nuestra marea feminista está cuestionando a esta democracia con olor a naftalina. Tenemos que organizarnos para seguir ganando las calles y también para construir una alternativa política, anticapitalista, feminista, laica y disidente que revolucione todo el orden establecido y tome la política por asalto!
Nadia Burgos
1. Una parte es proporcional y otra por departamento, en beneficio del partido ganador.