Miniserie Trotsky de Netflix. Narrativa histórica en tiempos de la post-verdad (contiene spoilers)
“Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz”. Rousseau
La frase “miente, miente que algo quedará” se le suele adjudicar –aunque no hay prueba alguna de que la haya pronunciado- a Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi. En esa frase se resume la utilización de la mentira y la calumnia, sobre la base de la repetición y difusión, como armas eficaces de propaganda política.
Esta breve referencia viene a cuento de la miniserie Trotsky, que se puede ver en Netflix: una superproducción filmada en la Rusia de Putin y que presenta una serie de groseras falsificaciones históricas acerca de uno de los mayores dirigentes de la Revolución de Octubre.
De escaso nivel artístico, pero con una gran factura técnica, la serie fue lanzada en Rusia en noviembre de 2017 para el aniversario de la Revolución Bolchevique. A lo largo de ocho capítulos el guión no ahorra esfuerzos para demonizar a Trotsky, echándole la culpa de las muertes de sus propios hijos, atribuyéndole junto a Lenin haber dictado la orden de fusilamiento del zar y su familia, cuando ninguno de los dos tuvo responsabilidad directa, y un largo etcétera que la convierte en un bodrio difamatorio y berreta.
El desbalance injurioso es tal que la figura de Stalin queda edulcorada. Si alguien que no sabe nada de historia ve la serie, toma partido por Stalin, ante el tamaño monstruo ambicioso, sangriento, cínico, mezquino y especulador que es Trotsky retratado por la ficción.
Pero si la falsificación histórica y la calumnia de mal gusto no fueran suficiente, la serie se esfuerza en presentar a la Revolución Rusa como un complot o golpe militar, donde no existen los trabajadores ni un Partido Bolchevique movilizando a las masas. El partido se presenta como un grupo de funcionarios sometidos a las coacciones de Trotsky y de Lenin. Con un excesivo énfasis en convencer de que la revolución no fue una acción donde lxs trabajadorxs y lxs oprimidxs se movilizaron masivamente.
La indigencia narrativa no se queda sólo en la propaganda anticomunista explícita. En su afán injurioso no ahorra lugares comunes misóginos, ubicando a todas las mujeres de la trama en un rol secundario social y político. Siempre al servicio del deseo masculino que encarna el macho voraz de Trotsky.
Para rematar el combo reaccionario, la serie destila un antisemitismo folclórico (típico del chauvinismo ruso) mostrando a Parvus (1) como un judío malévolo, oportunista y ambicioso agente de Alemania.
Un fantasma recorre el mundo
La industria cultural del capitalismo hace mucho que ha desplegado la eficaz táctica de convertir a las figuras revolucionarias en un objeto de consumo para la cultura popular, mercantilizando y banalizando sus ideas. Vaciando de contenido su evocación y lucrando del merchandising de su imagen. Tal es el caso emblemático del Che Guevara. Sin embargo, la potencia y peligrosidad de algunos revolucionarios para el poder es tal que la táctica escogida se centra en evitar nombrarlos y hasta borrarlos de la historia. Y cuando son inevitables, la evocación está sujeta a distorsiones históricas y a las acusaciones más vulgares.
La dimensión histórica política de Trotsky quizás explica por qué en su caso el método siempre ha sido la construcción de un relato calumnioso.
Es evidente que la serie está realizada según los intereses políticos de la era Putin. Lanzada al aire en octubre de 2017, a cien años de la Revolución Rusa, se ubica en la línea estatal oficial rusa de negar la gesta de lxs trabajadorxs rusos que lograron imponer por primera vez en la historia un gobierno obrero.
La serie se emitió originalmente por Channel One Russia, que es el núcleo de la propaganda del gobierno ruso y que fuera el principal canal estatal (2). El mensaje de la serie, según los directores, es que “no se debe forzar a la gente a salir a la calle” y que “toda revolución significa derramamiento de sangre” (3).
En tanto obra propagandista, la originalidad le esquiva hasta en eso. La figura de Trotsky es el paradigma de falseamiento y la difamación histórica. El régimen estalinista literalmente lo “borró” de la historia de la Revolución Rusa. Al punto de que, al día de hoy, la manipulación de los registros gráficos de diversos momentos de la revolución son estudiados como obras pioneras del fotomontaje.
En el mismo sentido se reescribió la historia oficial cambiando situaciones, tergiversando los textos, falseando lisa y llanamente los hechos para minimizar el rol de Trotsky y ensalzar a Stalin.
La difamación a Trotsky quizás no es en lo único en que Putin se equipara a Stalin. El gobierno de Putin asienta su poder y riqueza actuales en la apropiación de activos estatales tras la restauración del capitalismo. Se trata de un gobierno ejecutado con mano férrea y autoritaria, que recurrentemente levanta la reivindicación patriotera de la gran Rusia y cuyo actual himno nacional es una reversión del utilizado por el estalinismo.
En esas condiciones, necesita reciclar la narrativa histórica de odio a Trotsky. Las mentiras de Stalin de hace ochenta años siguen siendo la base de la historia oficial rusa. Sólo puede encontrar una pequeña diferencia con la argumentación de los Juicios de Moscú de fines de los años`30: la serie hace uso del antisemitismo explícito.
Pero la mayor similitud es, quizás, ese odio colosal que denota cuán grande es el miedo que las ideas del creador del Ejército Rojo provocan en los poderosos de ayer y de hoy. La elección de Trotsky para una serie cuyo lanzamiento coincide con los cien años de la revolución rusa indican una lectura histórico política del rol y las responsabilidades en el proceso revolucionario. Quizás en esto se encuentre uno de los pocos aciertos de la serie. Atacan y difaman con saña al que estiman el más peligroso de la revolución.
La época de la post-verdad
A diferencia de la difamación estalinista del siglo pasado, esta serie se inscribe en una época en que la fragmentación de fuentes de noticias ha creado un mundo atomizado en que mentiras, rumores, chismes se riegan con velocidad alarmante. Mentiras compartidas en las redes cuyos miembros confían entre sí más que a los grandes medios, toman la apariencia de verdad.
Ese fenómeno que algunos denominan post-verdad está signando las prácticas políticas de las expresiones más reaccionarias de la actualidad. Recientemente la construcción de post-verdad en Brasil por ejemplo, a través de la utilización de noticias falsas, fue vital para el triunfo del fascista Bolsonaro. La prensa de ese país difundió pasadas las elecciones los millonarios contratos a diversas empresas que regaron los grupos de Whatsapp de información falsa. Hace dos años el mismo recurso se había visualizado en la campaña electoral de Donald Trump.
Los discípulos contemporáneos de Goebbels tienen en la repetición de las mentiras un recurso privilegiado para generar adhesiones, fomentar y reforzar prejuicios.
Ahora bien, la serie tiene un ventaja respecto a las noticias falsas, a veces distribuidas artesanalmente en las redes, que reside en un gran poder persuasivo. La costosa producción y la buena factura técnica hace que resulte muy convincente para un espectador sin información histórica.
Lxs trotskistas hemos tenido históricamente una definición categórica en contra de la censura de cualquier expresión cultural. Defendiendo la independencia del arte frente a la regimentación artística y el “realismo socialista” impulsados por el estalinismo. Desde ese lugar reivindicamos el derecho a señalar las falsedades históricas que sobreabundan en esta ficción, diseñada con un objetivo político explícito de fomentar el pensamiento reaccionario.
Raúl Gómez
1) Parvus: teórico marxista y financista de la revolución con quien Trotsky llegó a producir los primeros ensayos sobre la Teoría de la Revolución Permanente, cuyo nombre real era Israel Lazarevich Gelfand.
2) Channel One Rusia aún conserva mayoría de acciones del Estado, con la compañía de Roman Abramovich, uno de los magnates más acaudalados de Rusia y a quien algunos señalan como testaferro de Putin mismo.
3) Aleksandr Kott y Konstantin Statskiy, los directores de la serie, y uno de sus guionistas, Oleg Malovichko, en varias entrevistas explicaron los objetivos de la serie.