La vigencia de la teoría de la revolución permanente
A 80 años del asesinato de León Trotsky (2da nota)
La teoría de la revolución permanente (TRP) es sin duda uno de los grandes aportes de Trotsky a la teoría marxista, indispensable para analizar y caracterizar las revoluciones, su mecánica y actores, así como las tareas planteadas para la clase obrera y lxs revolucionarixs. Formulada en 1929, no es resultado de una inspiración repentina, sino fruto de la experiencia histórica.
Escribe: Martín Poliak
En 1850, Marx balanceando las revoluciones europeas de 1848 escribe: “mientras la pequeño-burguesía democrática quiere poner fin a la revolución lo más rápido que pueda la tarea del proletariado es hacer la revolución permanente” hasta liquidar la sociedad de clases, para lo que debe mantener una lucha y organización independiente.
Trotsky va a enriquecer esta teoría a partir de la experiencia y las tareas que plantea la lucha de clases primero en Rusia, luego a nivel internacional.
Se trata de una teoría que avanza en su formulación a medida que avanza también la lucha de la clase obrera: de una teoría para la revolución en los países adelantados de Europa, se desarrolla incorporando a los países atrasados, para finalizar como una teoría de la revolución mundial, que incorpora también a los países coloniales o semi-coloniales.
En la Introducción a su libro La Revolución Permanente, Trotsky dice que esta teoría abarca tres ideas fundamentales:
1-Las tareas democráticas y la revolución socialista
Dice Trotsky, «En primer lugar, ésta [teoría] encierra el problema del tránsito de la revolución democrática a la socialista. No es otro, en el fondo, el origen histórico de la teoría.»
Efectivamente, la primera formulación de Trotsky hecha en 1906 buscaba responder al carácter de la revolución en un país atrasado como Rusia.
Marx había escrito en el Prólogo de El capital (1867) que los países adelantados mostraban a los países atrasados la imagen de su propio futuro. Así, la ortodoxia marxista creía que la revolución socialista sólo era posible en países como Inglaterra, Francia o Alemania. En países atrasados como Rusia se planteaba una revolución democrático-burguesa que, al estilo de la revolución francesa de 1789, derrocara el absolutismo, estableciera una república y realizara la reforma agraria, abriendo paso al desarrollo capitalista. Esa tarea le correspondía, igual que en Francia o Inglaterra, a la burguesía liberal.
La tarea de la clase obrera se limitaría entonces a acompañar a la burguesía en su lucha contra el zarismo y defenderla de la reacción. Sólo tras décadas de desarrollo capitalista habría condiciones para luchar por el socialismo. La revolución democrática y la socialista quedaban separadas en dos etapas bien diferenciadas.
Trotsky veía en esta concepción una traslación mecánica y equivocada del marxismo. Sostenía que la burguesía, como había planteado Marx, era incapaz de hacer una revolución, ni siquiera para cumplir sus propias tareas. La presencia de la clase obrera organizada la volvía temerosa y reaccionaria. A su vez, la burguesía rusa era muy débil y atada por múltiples lazos políticos y económicos a la monarquía zarista. Sólo la clase obrera, a pesar de su escaso número, era capaz de dirigir la revolución, transformando las potentes huelgas que venía desarrollando en insurrecciones contra el zarismo, y así dar cumplimiento a las tareas democráticas. La revolución de 1905, con el surgimiento del primer Soviet, confirmaba esa hipótesis.
Pero una vez en el poder, el proletariado no se limitaría a resolver las tareas democráticas, sino que abriría una dinámica revolucionaria que traspasaría los límites de la democracia burguesa y de la propiedad privada, abriendo paso a las tareas socialistas. La revolución adquiría un carácter permanente.
La revolución Rusa de 1917 fue la confirmación de la TRP. Entre febrero y octubre, los gobiernos provisionales de la burguesía liberal, apoyados por los socialistas reformistas no resolvieron ninguna de las tareas democráticas. Sólo con la conquista del poder por la clase obrera, encabezada por el Partido Bolchevique se decretó la reforma agraria, la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas y se conquistaron los derechos democráticos, a la vez que comenzaban las tareas socialistas.
A fines de la década del 20 del siglo pasado, el stalinismo retomó la concepción etapista propia del reformismo, impregnándola en gran parte de la izquierda mundial. Desde entonces impulsó revoluciones anti feudales, anti oligárquicas o antimpe-rialistas como etapa previa indispensable a una futura revolución socialista. La consecuencia fue la participación de los Partidos Comunistas en gobiernos y alianzas con sectores de la burguesía supuestamente progresivos y la traición de grandes procesos revolucionarios.
2- Una transformación permanente
Continúa Trotsky en la Introducción: «El segundo aspecto de la teoría caracteriza ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un periodo de duración indefinida y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis.»
Con la conquista del poder por la clase obrera se inicia una transformación interna que combina cambios pacíficos con convulsiones más o menos violentas y abarca toda la vida social: educación, cultura, familia, técnica, organización económica, etc.
De ahí la necesidad de la movilización permanente de lxs trabajadores, de impulsar sus organizaciones democráticas, alejadas de las dictaduras de Partido Único que intentaron mostrarnos como «modelo» socialista. Sólo la participación activa y democrática del conjunto de la clase trabajadora puede garantizar esta transformación.
Un debate actual
Los procesos revolucionarios en nuestro continente a fines del siglo pasado y comienzos de este, así como el fracaso de los gobiernos «progresistas» que emergieron de ellos reactualizan estos debates y confirman la vigencia de la TRP.
Las movilizaciones, revoluciones y revueltas en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, etc, marcaron el fin de la «década neoliberal» y de sus regímenes políticos, a la vez que plantearon la posibilidad de avanzar en una salida de fondo para nuestros países.
Con diferencias de país a país, hubo avances en medidas de distribución, y en casos como Bolivia o Venezuela del control de sus recursos naturales. Los procesos constituyentes en algunos países significaron conquistas democráticas muy importantes. El imperialismo yanqui perdió terreno y hubo de conjunto cierta «independencia» y «autonomía» frente a él. Sin embargo, ninguna de estas experiencias sobrepasó el capitalismo.
Venezuela, a pesar de la declamación de un Socialismo del Siglo XXI nunca avanzó más allá de los marcos capitalistas ni superó el rentismo petrolero, cada vez más asociado a grandes trasnacionales, base del surgimiento de una boliburguesia parasitaria que vive al amparo de los millonarios negocios del petróleo y las importaciones. El resultado está a la vista:
A casi 20 años, esas experiencias terminaron en fracasos o frustraciones, las conquistas logradas se perdieron. A pesar de las excepcionales condiciones políticas y económicas (pérdida de influencia del imperialismo yanqui, precios favorables de commodities, pueblos movilizados, proceso de carácter continental) en vez de avanzar en un cambio estructural se terminó retrocediendo, y en la mayoría de ellos permitiendo al regreso al poder de variantes de derecha.
La razón del retroceso está en las limitaciones insalvables de todo proceso nacionalista que se detiene sin transformar de manera anticapitalista las relaciones sociales y económicas. No hay reforma agraria sin tocar los intereses de los grandes pooles de siembra y el agronegocio. Sin el control de la banca y del comercio exterior es imposible pensar en un desarrollo productivo soberano. Y sin tocar los intereses de las grandes trasnacionales no es posible abandonar la primarización de nuestras economías.
La experiencia de estos veinte años demuestra, tal como plantea la TRP, que la resolución íntegra de las tareas democráticas sólo puede hacerse realidad como fruto de un gobierno de la clase trabajadora a través de la revolución socialista.
3- El carácter internacional de la revolución
Sigue Trotsky, «El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad […] La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas.»
El capitalismo es un sistema mundial, toda revolución que no se extiende y queda aislada está condenada a retroceder. Lenin y Trotsky eran conscientes de esto y por eso tras el triunfo de la revolución rusa fundaron la Tercera Internacional. Ninguna de las direcciones políticas que encabezaron revoluciones en el siglo XX repitió ese camino. Priorizaron la «coexistencia» con el imperialismo y el «socialismo en un solo país». Así, tanto en el Este de Europa como en la propia Cuba, lo que el imperialismo no pudo lograr por la vía de la agresión, lo logró a partir de la presión económica.
A partir de la combinación de estos tres aspectos, la TRP borra la distinción entre «países maduros e inmaduros» para el socialismo, transformándose en una teoría de la Revolución Mundial, en que cada revolución, es en última instancia parte de un todo internacional. Si los procesos de cambio no son cada vez más profundos hacia adentro, transformando toda la estructura económica, liquidando el estado burgués y reemplazándolo por las organizaciones democráticas de lxs trabajadorxs, si no se transforman culturalmente, educativamente; si no se producen cambios profundos y permanentes hacia adentro y hacia afuera, extendiendo la revolución, el proceso terminará retrocediendo. Es la esencia de la TRP formulada por Trotsky.
La necesidad de una dirección revolucionaria
Defensores y voceros del «progresismo» nos plantean que estas ideas son utópicas y le enfrentan un supuesto «realismo», lo que es «posible».
Emir Sader lo explica así: «La perspectiva ultraizquierdista: bonita teoría pero poco que ver con la práctica; demanda ruptura cuando no hay fuerza política suficiente. No se puede romper con el capitalismo sin la recomposición del trabajo, que se encuentra fragmentado y precarizado»
Se trata de una definición que justifica el «no se puede», detrás de argumentos sobre supuestas relaciones de fuerza desfavorables que no están ancladas en la realidad. La historia reciente muestra que hay una enorme fuerza social que enfrenta y derrota corporaciones, que frenó golpes y sabotajes, que alcanzó conquistas sociales con años de lucha.
¿No había fuerzas suficientes en Venezuela después de haber derrotado el golpe de estado, el sabotaje petrolero y el referéndum revocatorio impulsados por el imperialismo y la burguesía tradicional? ¿No había fuerzas suficientes en Bolivia luego de derrotar la arremetida secesionista de la burguesía de la «media luna»? ¿Y en Ecuador tras la derrota del golpe en octubre de 2010?
Lo que no hubo fue decisión política de las direcciones políticas que encabezaron esos procesos. Porque como dice uno de sus dirigentes, Álvaro García Linera, consideran como único horizonte posible el «pos-neoliberalismo», es decir, un capitalismo más «distributivo». Pero el capitalismo es un sistema de explotación que como afirmó Marx, se desarrolla destruyendo sus dos fuentes de riqueza, la humanidad y la naturaleza. Que asuma a veces un carácter más «salvaje» o más «civilizado» tiene que ver con sus propias necesidades de acumulación y los márgenes que le deja la lucha de clases.
Si no se enfrenta el corazón del capitalismo, se termina reproduciéndolo: por eso el PT terminó en los negociados con Odebretch, Correa impulsando el extractivismo, CFK privilegiando las relaciones con megamineras, agronegocios y acuerdos secretos con Chevrón. Y el gobierno venezolano entregando el 12% de su territorio a las trasnacionales para la extracción de minerales.
Sostenemos que hasta dónde se pueda o no avanzar, lo determina el carácter del proyecto político, si tiene un programa para hacerlo, si se apoya e impulsa la movilización popular, si utiliza cada medida para ir por más, si no tiene ningún compromiso con la corporaciones extractivas y financieras, si le da un carácter regional e internacional a esos objetivos.
Y eso está íntimamente ligado al carácter de clase de los proyectos y direcciones políticas. Si no se avanzó más es porque se trataba, en última instancia, de direcciones pequeño-burguesas o directamente burguesas, que evidentemente no estaban dispuestas a llevar hasta el final la lucha contra el capitalismo. Tal como lo afirmaron Marx, Lenin o Trotsky, sólo lxs trabajadores, organizadxs independientemente pueden llevar hasta el final la lucha por una transformación radical, socialista, sin ningún compromiso ni atadura con las grandes corporaciones.
Sólo a partir de ahí será el momento de medir las relaciones de fuerzas. Porque obviamente no se trata una lucha fácil y el resultado no está predeterminado. Como toda lucha política hay que darla, y para eso lo primero es tener la decisión política de hacerlo.
Este no es un debate académico, sino que hace a las perspectivas concretas de nuestras luchas. Como ya estamos viendo, las grandes movilizaciones revolucionarias no se detienen. Con EEUU a la cabeza, se extienden en el Líbano, Francia y Bolivia. Más temprano que tarde se retomarán en Chile, Ecuador y otros países. La brutal crisis económica mundial que atravesamos, sumada a los efectos de la pandemia de COVID-19 preparan un mundo en el que millones de trabajadorxs saldrán a las calles a evitar que la burguesía descargue el peso de la crisis sobre sus hombros. Toda la decadencia del sistema capitalista está quedando al desnudo ante los ojos de millones, la posibilidad de una perspectiva socialista, de una transformación real en beneficio de las mayorías volverá a plantearse con fuerza. Evitar que den lugar a nuevos fracasos y frustraciones pasa por construir fuertes alternativas revolucionarias en cada país y a nivel internacional, como estamos haciendo desde el MST y la LIS.