Marcha Mundial contra Monsanto: Militar contra el capitalismo, construir alternativa
Como cada año desde el 2013, cientos de ciudades en el planeta van a tener protestas contra el emblema del agronegocio. La dinámica del capitalismo intensifica la agresión extractivista y el agronegocio. Tenemos un planteo para formular al movimiento socioambiental: la salida a ese panorama es política, activando contra el agronegocio, pero fundamentalmente construyendo en política una alternativa de identidad ecosocialista.
El sistema agrícola y la industria capitalista de la comida está en manos de un reducido grupo de corporaciones. Son ellas las que deciden qué comemos y cuánto cuesta. Este monopolio que termina en las góndolas, pasa por el transporte y arranca en el mercado de semillas donde en la actualidad unas 10 empresas controlan alrededor del 75 % del total. Nuestra alimentación hoy depende de Nestlé, Dupont, Cargill, Danone, Kraft, Carrefour y claro: Monsanto.
Según datos de la FAO en el presente a escala planetaria 2 de cada 7 personas pasan hambre. Lo curioso es que desde la década del 60 del siglo pasado, la capacidad de producción de alimentos a nivel mundial se triplicó y la población mundial no alcanzó a duplicarse. Entonces estamos ante un problema, no de disponibilidad, sino de acceso. Si no tenés dinero para comprar la mercancía/valor de cambio comida, pasás hambre. Y por lo tanto, si no disponés de dinero ni de medios de producción propios, entonces, el problema es doble. No tiene salida en los marcos del capitalismo.
El modelo industrial alimentario actual es contaminante -debido a su petrodependencia, usa aluviones de pesticidas y atenta contra la biodiversidad. Por lo tanto, entonces: ¿qué hacer?
Esta interpelación la hacemos aprovechando la coyuntura de una nueva jornada mundial de impugnación al emblema del modelo capitalista del negocio de la comida.
Agronegocio: ¿condena u opción política?
En este artículo queremos plantear una serie de comentarios, reflexiones, de carácter más bien estratégico. Repensar qué comemos y por qué, supone cuestionar la lógica básica del capital. El predominio de la ley del valor, de la lógica de producir cosas para ser vendidas y realizar ganancia privada, hace de la comida un fetiche mercantil más. Por lo tanto, comer ya no es cuestión de nutricionistas, médicos, ni un derecho social. Es un campo de disputa publicitario, de incentivo consumista y por lo tanto, un nicho de ganancia privada. Por lo tanto, la primera medida que nos planteamos es pensar la comida como derecho social y la orientación productiva integral del país desde el parámetro de la producción de valores de uso, vale decir: de cosas necesarias socialmente. La comida es un derecho, accesible, saludable, suficiente. En clave socioambiental, sería el principio de la soberanía alimentaria. Ahora bien: ¿cómo se hace para garantizar eso? ¿Es viable, hay un camino practicable distinto al agrobusiness?
Nuestra visión es enfática en este sentido: producir sin transgénicos, sin agrotóxicos, con planificación de circuitos cortos de distribución para morigerar la dependencia energética y además, acortar la cadena que encarece y aliena el producto final del productor directo, con parámetros agroecológicos, etcétera. Para este plan, esa orientación, no hay obstáculos técnicos. Hay escollos políticos, de decisiones del poder basadas en determinadas relaciones de fuerza y en la agenda estratégica de las fuerzas políticas tradicionales. Entonces, otra vez: ¿cómo hacer? ¿por dónde empezar?
Todo agrotóxico es político / Escenarios de transición
2017 es un año electoral en Argentina. Otra vez las agendas se instalan. La política tradicional no discute extractivismo, porque los acuerdos de fondo no se cuestionan. La izquierda tradicional tampoco se cuestiona el modelo en sus pilares estructurales: es productivista, por dogmática, conservadora y poco estudiosa del movimiento social y las mutaciones del capitalismo en el siglo XXI.
Nosotrxs tenemos una perspectiva diferente. Afirmamos la necesidad de prohibir glifosato y transgénicos. Estamos por declarar todo el territorio cultivable de más de determinada cantidad de hectáreas de utilidad social, sujeto a expropiación. Eso implica reforma agraria, dura confrontación, en serio contra los pooles. Y a la vez implica que como izquierda anticapitalista, feminista y socialista, asumimos identidad ecosocialista. Ser revolucionarix hoy y no ser ecosocialista es una contradicción profunda. Pero ser sensible y activista de las causas socioambientales, sin estrategia anticapitalista de ruptura y organización política y militante, también es una contradicción.
Nuestra concepción supone que la identidad ecosocialista perfila parte de nuestro proyecto. Desde esa ubicación damos todas nuestras batallas, incluyendo la de la sostenibilidad ambiental de un modelo opuesto al capitalismo extractivo y cualquier capitalismo.
Desalojar a los extractivistas del poder y construir una fuerza política que sea vehículo para el empoderamiento de mayorías es la clave del asunto. Por lo tanto, comer también es político. Y la reorientación global del absurdo sistema alimentario arranca por disputar el poder. Exigirle a los extractivistas que cambien es de efecto -a lo sumo- transitorio. Cambios duraderos, con reorganización de base de la economía, del sistema político. Esas son las claves del tema.
Mariano Rosa