¿Argentina potencia nuclear? Si contamina no es progreso social

Macri viajó a China y firmó acuerdos para construir dos centrales nucleares. Este hecho presenta varias aristas: el endeudamiento del país a tasas de usura, el sobreprecio y los negocios corruptos de la intermediación como así también el sometimiento neocolonial como estrategia. Un aspecto más, saliente: la peligrosidad de la energía nuclear y la irracionalidad total de promoverla. Hay alternativas. La opción es política y de orientación social opuesta al capital.

En su sobreactuado papel de estadista, Macri visitó China y firmó -dicen- múltiples acuerdos de inversión. Entre ellos, el más difundido tiene que ver con la construcción de dos nuevas centrales nucleares. Una en la provincia de Buenos Aires y otra en Río Negro. El contrato implica un endeudamiento cercano a los 13 mil millones de dólares. Las licitaciones tienen perfume a Odebrecht, por cuanto se realizan de forma directa. No se conoce la letra chica del contrato, ni obviamente se sometió semejante decisión a debate social alguno. Como en el caso del acuerdo YPF-Chevron, hay confidencialidad capitalista que equivale a decir ocultamiento legal de una estafa mayúscula al interés público de la mayoría y el encubrimiento, de un negocio de grandes proporciones.

Se especula con obligaciones de todo tipo para el país: contratación de empresas chinas para la construcción, transporte de materiales e insumos; igualmente en lo relativo a personal capacitado, e inclusive otros compromisos de carácter comercial.
En esto, se expresa un primer aspecto negativo del acuerdo: la naturaleza neocolonial y dependiente del trato. Cuidado en esto: otra vez tenemos que ser intelectual y políticamente honestos: esta firma contractual no hace más que revalidar una negociación iniciada -y también festejada- por el gobierno anterior de CFK. Los cantos de sirena de la “Argentina potencia nuclear” son la versión, en este caso energética, de la “Argentina granero del mundo, productor de alimentos”, como falsa ideología legitimante del agronegocio en este caso. Vale decir: en el aspecto económico, el acuerdo con China tiene las marcas del sometimiento y el tufillo a negociados/sobreprecios de la intermediación política y empresaria que siempre se queda con un vuelto enorme. Por este cúmulo de razones, ya de arranque, rechazamos el acuerdo.

El lobby nuclear y las tecnologías de aprendices de brujo

Hagamos ahora un poco de historia y fundamentemos nuestro rechazo a la energía nuclear como opción para nuestro país.
La lista de desastres nucleares es larga, dramática. En Windscale, Inglaterra, 1957; Three Mile Island en Estados Unidos en 1979; Chernobyl en 1986; Tokai Mura en el año 2000; y después el más cercano, Fukushima, en Japón en 2011. No es casualidad esto, más bien es casi inevitable. Y no necesitamos ser ingenieros nucleares para discutirlo y sacar conclusiones.

Para simplificar, una central nuclear funciona como una olla. El calentador del agua serían las barras de combustible de la central. El agua es clave, no puede fallar, ya que el calentamiento y el vapor producido por la ebullición hace girar unas turbinas que generan electricidad. Se necesita una enorme y constante cantidad de agua. Y claro: que nada falle porque la reacción en cadena que desatan los desperfectos tienen las consecuencias de una bomba nuclear. La radioctividad que liberan los accidentes nucleares deriva del Yodo-131 y Cesio-137. Ambos son altamente cancerígenos. Pero el panorama no termina ahí: hay un elemento, el Plutonio-239, que es uno de los residuos que liberan las centrales convencionales. Su radioctividad es muy alta y su «vida promedio» –esto significa la cantidad de años que hacen falta para morigerar a la mitad su impacto– se calcula en 24.000. En Japón, por ejemplo, tienen bastante presente este elemento y sus derivas: la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial estaba basada en Plutonio-239.

Agregamos además que la construcción de las plantas es carísima -dada la ecuación del costo por energía producida-; su vida útil es de no más de 30 años y los residuos que provoca duran generaciones y son de peligrosidad mortal. Entonces, ¿cuáles son los beneficios sociales?. Ninguno para el 99 %, sí muchos para el lobby nuclear –encabezado por EEUU y Francia, y en el que se quiere colar China– y los intermediarios políticos y empresarios que son compensados por el negocio “a lo Odebrecht”.

Primero la vida, no el negocio capitalista contaminante

Nuestra opción energética es otra, distinta. Para empezar hay una primera cuestión del problema que es la democracia real para decidir. Ninguna decisión de semejante calibre se puede concretar sin previo debate social plural y decisión vinculante y soberana del pueblo. Hay que arrebatarle al 1% la soberanía secuestrada a la mayoría.
A escala planetaria, la usina intelectual de la política energética es la Agencia Internacional de Energía dependiente de la OCDE. Este organismo, recurso del lobby nuclear, se propone triplicar el número de centrales nucleares para el año 2050, lo que implicaría la construcción de una nueva megacentral cada semana. Dicen que es la alternativa a los combustibles de origen fósil. Una locura completa.

uestro planteo es opuesto por el vértice. Lo decimos de forma categórica: la opción política en materia de modelo energético es prohibir la energía nuclear –lo acaba de hacer Suiza por plebiscito y Alemania desinvierte en el sector– y salir de la matriz basada en petróleo y gas. Esa es la estrategia. La alternativa son las renovables y limpias como la solar, eólica, mareomotriz y biomasa. Para todas ellas, nuestra geografía regional tiene un potencial increíble.
Por supuesto, se requieren medidas de intervención estatal para garantizar ese rumbo: inversión en desarrollo de infraestructura e investigación; reducción del volumen de producción material y reducción la jornada laboral, como así también la propiedad pública sobre la banca y el comercio exterior.

Concretamente, se requiere una transición poscapitalista hacia un modelo de producción basado en la producción planificada de lo socialmente necesario y no en el circuito insostenible ambientalmente, suicida desde el punto de vista social de la ganancia privada. La sobreproducción incesante para incentivar el sobreconsumo es la clave de todo el problema. Nuestro enfoque y perspectiva estratégica tiene este anclaje: somos ecosocialistas, por lo que el desarrollo productivo tiene dos puntos de referencia ineludibles: las personas y la naturaleza. Esa es nuestra opción política. Por eso luchamos.

Mariano Rosa