Centenario de la Revolución Rusa | 9ª Nota. Las jornadas de julio

En julio de 1917 estalló el precario equilibrio de poder que surgió de la revolución de febrero. Parecía que los bolcheviques salían derrotados de la contienda, pero la fuerza de la revolución y la solidez del partido de Lenin perseveraron.

Petrogrado fue la vanguardia de la Revolución Rusa. Ahí estalló la revolución de febrero que volteó al zar. Ahí el Soviet obrero concentró más firmemente el poder, aunque su dirección trasladaba esa potestad al Gobierno Provisional capitalista. Ahí se politizaron y radicalizaron más rápidamente cientos de miles de soldados que organizaron su propio soviet y lo fusionaron con el de los obreros. Ahí se libró la disputa central por el poder entre el gobierno burgués y el Soviet. Y ahí, antes que en el resto de Rusia, los obreros y soldados hicieron su experiancia con el Gobierno Provisional.
Las demandas centrales de la revolución iniciada en febrero eran la salida de la guerra mundial, la reforma agraria y los derechos democráticos, todas vistas como necesarias para acabar con la aguda carestía que padecía la inmensa mayoría de la población. Por su carácter burgués, el Gobierno Provisional no podía satisfacer ninguna de esas exigencias. Pero solamente los bolcheviques, tras la reorientación que impulsó Lenin en abril, proponían un camino claro hacia ese fin, a traves del traspaso del poder estatal al Soviet.
Los socialrevolucionarios (SR) y mencheviques, que dirigían el Soviet apoyaban al gobierno. Pero los bolcheviques, desde una ubicación minoritaria en el mismo, empalmaron con la creciente impaciencia de los trabajadores y soldados de Petrogrado. Hacia junio la posición bolchevique de que el Soviet asumiera el poder era mayoritaria entre los trabajadores de la ciudad y de la guarnición de 300.000 soldados estacionados allí.

La vanguardia impaciente

Surgió un peligro inesperado. Los obreros y soldados radicalizados veían que un asalto al poder ya estaba a la orden del día. Sectores del Partido Bolchevique, en particular la Organización Militar, que agrupaba a los soldados bolcheviques, impulsaban la línea de poner en marcha una insurrección contra el Gobierno Provisional. Para Lenin y el Comité Central del partido, eso hubiera sido una aventura prematura, ya que en el resto del país predominaba todavía la expectativa en el gobierno, y una insurrección en Petrogrado, aunque triunfara, hubiera quedado aislada y vulnerable a la reacción.
“Aunque pudiéramos hoy tomar el poder, sería ingenuo pensar que lo podríamos sostener”, aseveró Lenin en una reunión de la Organización Militar el 19 de junio.
Una sucesión de enfrentamientos agudizaron esta situación. Ante la hostilidad de las masas, la burguesía se escudó detrás de los SR y mencheviques, sumándolos al gobierno. Pero en lugar de ampliar la base de apoyo del gobierno, fortaleció el apoyo a los bolcheviques, en desmedro de los SR y mencheviques, que pasaron a hacerse cargo más directamente de las políticas del gobierno burgués.

El choque inevitable

A fines de junio, el ministro de Guerra, el SR Kerensky, anunció que lanzaría una ofensiva global en el frente contra el ejército alemán. El anuncio terminó de convencer a los obreros y, especialmente, a los soldados que aún apoyaban al gobierno a darse vuelta. Con la guernición al borde de la sublevación, la Organización Militar bolchevique convocó una movilización armada para el 3 de julio, que se dirigiría al palacio de gobierno a exigir la renuncia del mismo y el traspaso del poder al Soviet.
El Comité Central bolchevique primero intentó evitar la movilización, pero cuando vio que sucedería de todas maneras, decidió ponerse a la cabeza para intentar regularla.
Los objetivos de la movilización eran poco claros, ya que el Comité Central bolchevique pretendía limitarla a presionar al Ejecutivo del Soviet, mientras la Organización Militar bolchevique, los marineros de Kronstadt, y los anarquistas buscaban provocar la caida del Gobierno Provisional, pero no tenían un plan concreto para lograrlo.
El resultado fue tres días de enfrentamientos armados entre los obreros y soldados revolucionarios por un lado, y las fuerzas leales al Gobierno Provisional y al ejecutivo del Soviet y bandas de extrema derecha por el otro, en los que murieron cientas de personas. La consecuencia inmediata de las jornadas de julio fue un desmoralización de los obreros y soldados y un avance de la reacción.

La reacción kerenskista

El Gobierno Provisional y el ejecutivo del Soviet culparon a los bolcheviques de la revuelta y lanzaron una ofensiva política y física contra ellos. Sus locales fueron allanados, su imprenta destruida, sus principales dirigentes encarcelados. Lenin, bajo acusaciones de ser espía alemán, escapó y se escondió en Finlandia. Trotsky, que aún no había concretado su confluencia con el Partido Bolchevique, también fue encarcelado.
El ataque a los bolcheviques encubría una ofensiva más general contra la izquierda. El gobierno restauró la pena de muerte en el frente, que había sido abolida tras la revolución de febrero, y puso en marcha el envío al frente de los soldados activistas de la guarnición de Petrogrado. Prohibió las reuniones púbicas y decretó el desarme de los obreros.
Las jornadas de julio también provocaron una nueva crisis ministerial en el Gobierno Provisional. Los partidos burgueses retiraron a la mayoría de sus ministros, forzando la conformación de una nueva coalición con mayoría socialista y encabezada por Kerensky. La idea era que éstos, los representantes políticos de los campesinos y obreros, y no la burguesía, pagaran el costo político de continuar la guerra, postergar la reforma agraria y la asamblea constituyente; y que usaran el apoyo que les quedaba entre los obreros y soldados para aplastar a los bolcheviques.

El resurgimiento

Pero a fin de cuentas, la reacción duro poco. Los obreros se negaron a entregar las armas, los soldados se negaron a que enviaran a los activistas al frente, y los bolcheviques resaltaban como los únicos defensores consecuentes de estos reclamos y de la revolución. Por otro lado, el giro reaccionario del gobierno produjo una masiva ruptura de la base militante y social de los mencheviques y SR y sus adeptos se pasaron de a miles al bolchevismo. En el congreso partidario que celebraron el 26 de julio, los bolcheviques contaron 240.000 miembros, mientras que los SR y mencheviques comenzaron a desplomarse en Petrogrado.
De la clandestinidad a la que fueron forzados tras las jornadas de julio, los bolcheviques resurgieron y encabezaron, pocas semanas después, la defenza de la revolución del intento de golpe de Estado fascista del general Kornilov, y en septiembre lograrían la mayoría en el Soviet de Petrogrado. Esto fue posible, en primer lugar, porque los enfrentamientos de julio surgieron de un ascenso de la lucha de clases, una ofensiva de los trabajadores, prematura, equivocada, pero que no terminó en una derrota del movimiento de masas.
Pero fue posible, también, y en última instancia, porque el Partido Bolchevique estaba preparado para afrontar una situación semejante. Concebido para la acción revolucionaria, acostumbrado a funcionar en la clandestinidad, el partido no fue desmembrado por la reacción de Kerensky. Sus dirigentes fueron encarcelados, o se escondieron, pero sus cuadros, sus organismos, pasaron a la clandestinidad y continuaron funcionando, y lograron resurgir intactos cuando las condiciones lo permitieron.

Federico Moreno