El miedo cambia de bando / Todo lo sólido se desvanece en el aire

Las jornadas en Congreso en torno a la aprobación de la contra-reforma previsional fueron postales concentradas del 2001. Pánico capitalista a la democracia real. Intelectualidad pequeñoburguesa y bonapartismo.

 Fueron días que conmovieron a los que mandan. Toda la volatilidad del sistema político quedó en evidencia. Las jornadas del Congreso revelaron todas las contradicciones de la etapa que transita nuestro país. El cálculo político del gobierno nacional suponía que con la colaboración superestructural de la CGT, los gobernadores y el PJ alcanzaba para aprobar sin mayores sobresaltos la contra-reforma. Este es un primer síntoma que corrobora una tesis: el sistema de partidos y la burocracia sindical ya tienen pocos vasos comunicantes con el movimiento de masas. El recurso para medir el pulso del ánimo social son las encuestas. Por eso, los sorprendió todo. Por eso, la movilización independiente de varios miles de trabajadorxs y jóvenes fue la protagonista. Y en el mismo sentido, ante la defección de todas las fuerzas tradicionales, la izquierda anticapitalista. Fue la imagen del jueves 14. La sesión se levantó porque no tenía margen para forzar una represión de consecuencias impredecibles. Pero si logró imponer su poder de veto (Pagni dixit) no fue por ninguna maquinación parlamentaria sino porque sintonizó con una mayoritaria simpatía social. El editorialista de La Nación arriesga un pronóstico, establece dos trincheras: hay una democracia que consiste en aceptar lo que se vota en el Congreso o decide el presidente, y otra, la de la violencia política que consiste en el “veto de la movilización”. Pagni imputa al kirchnerismo y la izquierda el segundo planteo, sedicioso. Con el kirchnerismo exagera.

Capitalismo y democracia real: incompatibles

El poder de la burguesía se sostiene como el centauro de Maquiavelo, mitad animal y mitad humano. Consenso de mayoría para naturalizar el poder del 1 % o coerción física cuando el 99 % reacciona y se moviliza, cuestiona, altera, “veta” en palabras de Pagni. Durante todos estos días el planteo uniforme de todas las empresas mediáticas fue que aunque se voten leyes perjudiciales para el pueblo hay que aceptar ese mecanismo. Porque “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Es decir, la casta de los partidos tradicionales. ¿Y si incurren en la impostura de hacer lo opuesto a lo prometido en campaña electoral? “Hay que aceptarlo”, nos dicen. La próxima vez, castigarlos con el voto. Eventualmente, “apelen a la justicia”, nos recomiendan. Leyendo eso, recordaba a Madison y Hamilton (los ideólogos de la democracia burguesa yanqui) que en El Federalista de 1776 explicaban la división de poderes como un medio “para descomprimir la presión social y último reaseguro de la democracia”. Volvamos entonces. Democracia hoy sería aceptar con obediencia debida lo que decida la casta política que manda. Esto es así aunque propicien medidas perjudiciales para la mayoría. Rechazarlo, movilizarse, procurar impedir que se consumen esas medidas anti-populares es violencia intolerable, barbarie.

Lo que ocurre es que el capital no admite escollos para su valorización. El conjunto de (contra) reformas en curso persiguen un objetivo: modificar las condiciones de realización de ganancia burguesa en esta etapa. El sistema del capital sale así de sus crisis recurrentes: ajustando las clavijas a lxs trabajadorxs. Por eso, la democracia que consiste en la voluntad mayoritaria del pueblo es un escollo para los negocios. A propósito de citas, recuerdo dos, que alguna vez escuché invocar a demócratas de la burguesía:

*Es un derecho suprimir toda forma de gobierno que conspire contra la felicidad de los seres humanos y la democracia (Declaración de independencia de los Estados Unidos)

*Cuando se violan los derechos del pueblo la insurrección es un derecho y un deber sagrado (Declaración de los Derechos del Hombre, durante la Revolución Francesa)

Parece, que los apologistas de la democracia burguesa hoy son marxistas, no de Carlos, sino e Groucho: Tengo principios, pero sino le gustan, tengo otros.

Nuestra democracia: cambiar todo lo que funciona mal

Nuestro modelo de democracia consiste en que el pueblo decida. Y si los que mandan confiscan derechos, la movilización no es una alternativa: es una obligación en defensa propia. En lo inmediato el régimen asume formas bonapartistas, reaccionarias contra la izquierda y la movilización. Los apremia el capital, pero los limita la relación de fuerzas. Vamos a nuevas confrontaciones, es inexorable. Los corporaciones mandataron a sus gerentes en el poder para cambiar las condiciones de valorización. Pero este pueblo acumula reservas de lucha intactas. Nos preparamos para ese escenario. Poulantzas dice que “la clase dominante unifica el poder por arriba, y trabaja para dispersar al pueblo por la base”. Por eso, la más revolucionaria de las tareas hoy consiste en luchar por unir a la izquierda. Nuestro partido, el MST, se fortalece para esa perspectiva. Nuestro propósito de crecimiento aspira a esa contribución. Y además de protestas, organizar la desobediencia y plantarnos, trazamos propuesta alternativa.

Nuestro paradigma de democracia implica facilitar la intervención social del pueblo para que gobierne sin castas, ni corporaciones. Y que la regla sea vetar siempre las decisiones que lo perjudican. Luchamos por un modelo de democracia donde mandemos los de abajo. Con funcionarios siempre revocables. Sin privilegios materiales. Dependientes sí. No del capital, sino de la mayoría que trabaja. El miedo de los ricos los vuelve más reaccionarios. La movilización los sorprende, les provoca incertidumbre de clase. Nuestra vocación es sumarles sorpresa, inestabilidad y echarlos. Porque son el pasado. Porque son todo lo que está mal. Efectivamente, cuando los de abajo intervienen en la vida pública todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado se vuelve profano.

Mariano Rosa