Caso Nahir o el amor en tiempos del patriarcado
El caso Nahir Galarza nos obliga a repensar sobre los formatos que el amor adolescente hoy encuentra, respondiendo a los viejos mandatos del patriarcado en crisis. Lejos de cerrar los debates que circulan, intentaremos aportar abriendo nuevos y posibles caminos de reflexión y acción.
En general, la primera reacción mediática fue desvalorizar la lucha feminista. La foto de Nahir se difundió por los medios masivos de comunicación. Y todos conocemos la totalidad de los detalles de su vida: qué hacía, qué le gustaba, cuáles eran los mensajes que enviaba o las frases que decía. En este caso, a diferencia de los 300 femicidios que hay por año, la muerte no es de una mujer… pero la mujer involucrada recibe un similar trato mediático. El hecho adquirió una centralidad en los medios abrumadora, que muchos utilizan para instalar falsos debates o para reafirmar una posición demonizante hacia las mujeres.
Nahir Galarza tiene 19 años y está presa desde el 29 de diciembre, después de confesar que mató a su novio, Fernando Pastorizzo, de 21 años, con el arma reglamentaria de su padre policía. Según su propio relato, lo mató y se fue a dormir, tras lo cual escribió un mensaje amoroso en Instagram. De más está decir que acompañamos el reclamo de justicia por Fernando y castigo a quien sea culpable de su asesinato.
“Por algo será…”
En la Argentina aproximadamente cada 29 horas un varón asesina a una mujer por el solo hecho de ser mujer. De alguna manera hay un vergonzoso acostumbramiento a esa violencia machista que nos arrebata casi diariamente a una mujer, muchas de ellas adolescentes y jóvenes, y otras tantas madres, quedando sus niños casi siempre en total desamparo.
Cada vez que hay un femicidio, la víctima se convierte en el centro de todos los cuestionamientos, como pasó hace muy poquito con la pequeña Abril Sosa, desaparecida y asesinada para ocultar una violación. Una niña de tan sólo 5 años, de la que sabemos todo, hasta el detalle más morboso. Los medios y opinólogos difundían esa “información” a modo de cuestionamiento hacia la familia, en primer lugar, y por elevación, hacia todas las mujeres.
Esta situación se repite ante cada femicidio: ¿qué vestía?, ¿por qué estaba allí?, ¿era necesaria la pollera tan corta?, ¿por qué estaba sola? Y podemos seguir con una larga lista de críticas e interpelaciones que recaen sobre la conducta de las mujeres víctimas de femicidios, revictimizándolas y ubicando en ellas toda la culpabilidad. Recuerda a cuando bajo la dictadura genocida algunos sectores justificaban las desapariciones con el argumento cómplice de que “por algo será…”
El hecho es que poco o nada se cuestiona del agresor. Casi nada se sabe sobre su vida privada, sobre sus expresiones y deseos. Y en muchos casos, ni su nombre se recuerda. Los “casos” de femicidios se difunden y se conocen por los nombres de ellas: caso Anahí Benítez, caso Lola Chomnalez, caso Gabriela Parra, caso Gabriela Fassio, solo por citar algunos de los cientos que ocurren cada año. Y ellas, las mujeres, siguen en el centro de la discusión, inclusive después de asesinadas.
Nahir Galarza es la nueva referencia, el nuevo “caso”. Pero esta vez ella no es la víctima. Según su propio relato, es la agresora, la autora, la asesina. Pero al ser mujer, entonces le caben las generales de la ley en esta sociedad capitalista y patriarcal. Se invierte la centralidad del caso y se desnuda a la supuesta agresora, pero más que por ser responsable de cobrarse una vida… ¡por ser mujer! Y como suele suceder en la escena pública cada vez que trasciende un homicidio cometido por una mujer en el marco de una relación afectiva, se comenzaron a relativizar, una vez más, los reclamos feministas.
Poniendo en cuestión el concepto de violencia de género, algunas voces intentan resaltar que las mujeres “también matan al hombre por ser hombre”, que hay “violencia de género de los dos lados”, que “en vez de Ni Una Menos hay que reclamar Nadie Menos”…
Es una confusión interesada: “Querer equiparar cualquier tipo de asesinato intergénero a los reclamos de la lucha feminista es algo tan vil y distractivo que no hace más que desnudar posturas reaccionarias de quien pueda esgrimir un argumento tan endeble”.[1] En esta sociedad, la desigualdad de poder entre los géneros, que es la causa de la violencia, no es a veces en perjuicio de la mujer y otras veces en perjuicio del hombre, una de cal y otra de arena: la desigualdad estructural es centralmente en contra de las mujeres.
Por eso en promedio las mujeres ganamos menos salario, sufrimos más la desocupación y la precarización laboral, nos adjudican “naturalmente” el trabajo doméstico no remunerado, se nos considera como objeto sexual y somos las víctimas en 9 de cada 10 abusos, en 9 de cada 10 violaciones y en 9 de cada 10 asesinatos por “violencia doméstica”, esa ambigüedad patriarcal para eludir la palabra femicidio.
Y utilizar el caso Nahir para tratar de restar valor a la lucha feminista antipatriarcal es reforzar todos los engranajes de este sistema perverso, que establece los roles y estereotipos para mujeres y varones, constituyendo para nosotras la doble opresión. Por eso luchamos para que se caiga. Y si bien hay varones que sufren violencia en sus relaciones de pareja, por su magnitud esto no constituye un problema social ni afecta a un grupo poblacional históricamente discriminado y subordinado, como en cambio sí lo somos las mujeres. Además, esos hombres vulnerados en sus relaciones sufren, viven atormentados y hasta avergonzados, sobre todo, por no cumplir el estereotipo asignado de hombre fuerte y “macho” con poder. Estamos a favor de que sean acompañados, siempre y cuando ni por un segundo olvidemos que el eje, el pilar del sistema capitalista y patriarcal, es el avasallamiento generalizado de los derechos de la mujer.
¿Amor del bueno?
La violencia de género es una problemática mucho más amplia, que tiene como punto más grave y preocupante el femicidio, pero que engloba desde micromachismos hasta el acoso callejero, el abuso, las violaciones, la brecha salarial, el acceso al trabajo o las imposiciones que una sociedad patriarcal carga sobre el cuerpo y el comportamiento de las mujeres.
Desde chiquitas, a las mujeres se nos enseña que no podemos ni debemos vivir sin un hombre. Se nos educa incapaces de sobrevivir sin una pareja masculina. Hasta se nos inculca la fidelidad absoluta, con la idea de que debemos estar junto a nuestro hombre hasta la muerte, tener hijos y dedicarnos íntegramente a la familia. Que sólo las mujeres en pareja y con hijos se sienten “completas”. O que ante la amenaza de una violación, de última, debemos “relajarnos y gozar”. Así es que se reiteran fenómenos perversos, en especial entre los adolescentes, como los noviazgos violentos, el amor romántico o posesivo que justifica todo, la cosificación femenina. Estas relaciones luego resultan perturbadoras, poco sanas e infelices.
En este marco, el tratamiento patriarcal que se le da desde los medios al dramático suceso de estos dos adolescentes, a su relación previa, las reacciones de cada uno y los mensajes entre sí vulnera la propia investigación judicial con valoraciones anticipadas y sin sustento: “los actos de la adolescente mostrarían una conducta perversa”, “Nahir no demostró empatía con el dolor” y otras pavadas por el estilo.
Cada vez es más habitual ver relaciones adolescentes con componentes tóxicos, incluidos juramentos de amor que terminan siendo sentencias contra la vida de nuestra juventud. Educar para una vida sexual plena y responsable, para un amor en libertad, sin ataduras y sin el sentido de propiedad que este sistema le asigna al vínculo con la otra/el otro es todo un desafío.
La mujer buena que habita en nosotras
Es necesario también repensar algunos debates que se han ido instalando y que, lejos de revertir o contrarrestar el machismo social, terminan reivindicando posturas equivocadas. Por el abordaje que muchos le dan al tema en medios y redes, a veces el asesinato de un hombre por una mujer parece casi un caso deseado, una forma de revancha frente a los femicidios, un acto de supuesto “heroísmo femenino”, una venganza urdida en la madeja mujeril que a gritos reclama #NiUnaMenos. En muchas ocasiones, incluso, corriendo el riesgo de alimentar la demonización hacia las mujeres.
Esas posiciones deben ser debatidas. Colocar nuestra lucha en términos polarizados hombre versus mujer es no entender el profundo entramado del patriarcado, que es una construcción social y cultural hoy inseparable del capitalismo. Como si plantearnos un país o un mundo de mujeres fuese la salida alternativa para el movimiento de mujeres…
No es así. El machismo no es exclusivo de los hombres: son los modos, actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la subordinación femenina al poder masculino, la mujer-objeto y el hombre-sujeto. Ese conjunto de elementos no sólo está presente en el comportamiento y pensamiento de los propios varones, sino también entre las mujeres. Y además no es individual, sino institucional. Sin mujeres machistas y sobre todo sin gobierno, parlamento, Iglesia, justicia, policía, grandes medios y educación machistas, el sistema patriarcal no se sustentaría ni un minuto.
La educación de ambos géneros contribuye a que cada uno y cada una cumplan un papel dentro de la sociedad e inculca determinados patrones de comportamiento bien diferenciados. Es necesario deconstruir estos mandatos y reeducarnos con una perspectiva diferente. Sin embargo, estas no son tareas individuales, personales, sino colectivas, es decir tareas de cambio social. Solo en una sociedad de nuevo tipo, sin explotación ni opresión, será posible construir relaciones más justas e igualitarias entre hombres, mujeres y demás géneros. Por eso esta lucha tenemos que encararla juntas, juntos y sin falsos antagonismos que diluyen el eje de la batalla.
Hay quienes también, en defensa irrestricta del género femenino, ponen en duda la propia veracidad del relato de Nahir sobre los hechos. Como negando la absoluta posibilidad que así fuera ¿Quiso despegar a su familia, especialmente a su padre, de la autoría del hecho? ¿Con su versión del crimen está protegiendo a otra persona? Estas preguntas pueden ser tentadoras a la hora de desplegar hipótesis, pensando en el rol policial que juega el padre. Obviamente, tampoco es posible descartarlo de plano o negar la posibilidad de un maltrato machista sistemático que haya dado paso a ese desenlace. Pero asegurarlo de antemano es descuidado e irresponsable.
Es necesaria una investigación seria, independiente y con perspectiva de género, que no demonice a la mujer y que permita llegar a la verdad, sin escudarse en falsos estereotipos sociales ni en la marca registrada #NiUnaMenos, que no es infalible. Una verdad que lleve a lograr justicia para la víctima, esclarezca la culpabilidad y establezca la pena correspondiente. A la vez, ese reclamo no resuelve las causas de fondo del patriarcado ni nos libera de sus ataduras, batalla que va más allá de cada caso puntual.
Algunas propuestas para despatriarcar
- Educación Sexual Integral (ESI), con perspectiva de género y diversidad sexual. La Ley 26.150 fue votada por el Congreso en 2006, pero aún no se aplica en todas las provincias. Ahora hay nuevos obstáculos, como las reformas educativas que desbaratan los espacios institucionales de ESI. También el acuerdo del Ministerio de Educación con CONIN y el Dr. Albino, retrógrados en esta materia. Exigimos la implementación de la ESI en todo el país, en todos los niveles, en todas las escuelas, y con capacitación a toda la docencia.
- La Ley 26.485 de “protección integral” para combatir y erradicar la violencia de género se aprobó en 2009. Pero una ley sin plata para aplicar sus dispositivos es papel mojado. Por eso exigimos un presupuesto de emergencia que garantice asistencia integral a las mujeres víctimas de violencia; patrocinio jurídico y atención psicológica gratuita; refugios transitorios para las mujeres y sus familias; campañas masivas de prevención; tobilleras con control social, y personal suficiente y especializado en las áreas de género. Sin presupuesto no hay “protección integral”.
- También hacen falta importantes cambios a nivel del sistema judicial, machista además de clasista. Por una verdadera democratización de la justicia, con elección de los jueces y fiscales mediante el voto popular, por mandatos limitados, sin privilegios y revocables en caso de mal desempeño, así como juicios por jurados populares, con vecinas y vecinos sorteados del padrón electoral.
Entre otras, estas propuestas las hacemos en la perspectiva, insistimos, de un cambio social de fondo para terminar con el sistema capitalista y patriarcal, padre de todas las violencias, y abrir paso a una sociedad socialista.
[1] La Primera Piedra, 2/1/18.
Andrea Lanzette,
Juntas y a la Izquierda-MST