Nuestro ecosocialismo
Hace pocas semanas en Argentina el calentamiento global fue parte de la agenda del G20. Anteayer en Polonia, la COP24 (la Conferencia de la ONU para el clima), cerró en función de las necesidades del capital, no de la crisis socioambiental. Se multiplican en nuestro continente alertas sobre las derivas en materia de salud humana del modelo extractivo: las enfermedades vinculadas a la alimentación y el agronegocio; el agua comprometida por la megaminería y la cementación urbana que asfixia, literalmente. En este cuadro, nuestra respuesta.
Los socialistas tenemos que incorporar la agenda socioambiental a nuestra plataforma de acción política. Porque transformar el mundo, emancipar social, económica y políticamente del capital a la humanidad, supone revertir con medidas transicionales la herencia desastrosa que está acumulando el actual modo de producción. Las luces de alarma son muy grandes, y es clave tener dimensión de la escala del problema. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (dependiente de la ONU), del mes pasado se preparó como insumo para la cumbre en Polonia que mencionamos antes. Los científicos reafirman en esos documentos datos gravísimos:
- Un calentamiento del 1.5 C° (grados centígrados) derivaría consecuencias muy difíciles de contrarrestar en términos sociales: desplazamientos de millones de personas, sequías, calores insoportables e inundaciones por la alteración en el comportamiento de las lluvias.
- El objetivo de la Cumbre pasada de París de reducir a menos de ese guarismo el calentamiento ya aparece difícil de lograr, casi utópico ante las nulas medidas de mitigación y cambio radical urgentes.
- La mayor amenaza de este tipo, sin duda, es el temido retroceso de los gigantescos glaciares Thwaites y Tottenen en la Antártida: ellos solos podrían hacer subir el nivel de los mares alrededor de cuatro metros.
El informe utiliza una consigna que es “cada tonelada de CO2 cuenta”. Y efectivamente es así. Solamente para mencionar el impacto del militarismo imperialista digamos que la industria militar estadounidense envía a la atmósfera todos los años alrededor de 80 millones de toneladas de CO2. Hay que añadir 70 millones de toneladas emitidas por el Departamento de Defensa de EE. UU., sin contar las emisiones de centenares de bases en el extranjero. Vale decir: los contaminadores reunidos en Polonia hace 36 horas volvieron a actuar como aprendices de brujo y, por lo tanto, a contramano de la urgencia por tomar medidas de fondo para salir de la matriz basada en hidrocarburos, aprobaron una declaración que sigue retrocediendo de ínfimos compromisos anteriores. La salida a la crisis socioambiental, es política y anticapitalista. Ese es el dictamen de la realidad. Y los tiempos apremian.
El capital, precipicio irreversible
El sistema no produce cosas necesarias socialmente, sino valores para maximizar el beneficio privado de los propietarios. Estos últimos libran entre sí una guerra de competencia implacable para aumentar la productividad del trabajo. Para conseguirlo recurren a maquinaria cada vez más avanzada. Por lo tanto, el producir por producir (que supone “consumir por consumir”) no es un efecto contingente del capitalismo, sino un rasgo congénito. Este modo de producción requiere acumulación y acaparamiento privado. En su más famoso libro, La teoría del desarrollo económico, el economista burgués Schumpeter lo resumió de forma tajante: “Un capitalismo sin acumulación es una contradicción en los propios términos”. Marx planteó que “el único límite del capital es el capital mismo”. Con esta formulación quería decir que el capital, no como “montón de dinero”, sino como relación social que implica que una cantidad de dinero se transforma en más dinero gracias a la extracción de una plusvalía correspondiente al trabajo no pagado, deriva en la “explotación de sus dos fuentes principales de riqueza: la fuerza laboral y la naturaleza”. Entonces, como primera conclusión de fondo: en los marcos de la actual economía-mundo no hay salida al panorama de catástrofe que se aproxima.
El productivismo estalinista, un desastre
Por derecha e izquierda (ideológicamente hablando), se combate al marxismo en el debate socioambiental. Se utiliza para eso el balance indefendible de la experiencia del “socialismo real” del siglo XX, vale decir: la deriva burocrática en la URSS y Europa del Este. Sería muy largo de detallar en este artículo algunas de las reales barbaridades ecológicas de esa distorsión:
La desecación del mar de Aral por la construcción burocrática de un canal de riego de 500 kilómetros que provocó una catástrofe en la región.
La explosión nuclear en Chernobil en 1980.
Alemania del Este y Checoslovaquia superaban en emisiones de CO2 a países capitalistas centrales, medidas per cápita.
Este balance del “socialismo real” se explica por la contrarrevolución burocrática de Stalin. El productivismo estatal era el resultado de un sistema de primas que se le daba a los jefes de las empresas nacionalizadas para estimular a superar los objetivos del plan productivo y superar en PBI a EE.UU. Por motivación económica, estos directivos utilizaban y despilfarraban el máximo de materiales y de energía por unidad producida. Ninguna preocupación por las consecuencias sobre la calidad de lo producido ya que los consumidores no tenían libertad de elección, ni libertad de crítica, ni posibilidad de discutir los efectos sociales y medioambientales de una producción que no estaba sometida a ningún control social. Sin embargo, lo importante para remarcar en la lucha de ideas por nuestra salida es que mientras que el productivismo insostenible es intrínseco al capitalismo, estas derivaciones desastrosas son consecuencia no del “socialismo en general”, sino de su negación estalinista, burocrática y distorsiva. Esta tesis es crucial en la disputa de perspectivas pos-capitalistas.
Cambiar todas las reglas: nuestro modelo socialista
Nuestro programa como respuesta a la crisis socioambiental no es ni capitalismo verde, ni productivismo de izquierda: es un programa de transición ecosocialista. Implica asumir la relación del modo de producir/consumir con la naturaleza como metabolismo gestionado de forma racional no-capitalista. Es decir: la racionalidad del 99 %, la de producir/consumir en base a una planificación democrática de las cosas necesarias socialmente; no la del 1% que consiste en producir valores de cambio para el beneficio y acaparamiento privado. Ese punto de referencia reorienta todo: la matriz de energía, la modalidad de producir comida, el uso del espacio público. A la vez, se articula con una propuesta global que incluye desmantelar toda la superestructura del capital: el patriarcado, por ejemplo; la democracia de castas, oponiendo un sistema político para la movilización/participación permanente de la mayoría social: la democracia real, obrera. Incluye, además, el desmantelamiento del aparato de represión que preserva la propiedad de la minoría. Es decir: nuestro proyecto global integra el ecosocialismo como respuesta de transición y revolucionaria a la catástrofe socioambiental, y a la vez, despliega una amplia gama de medidas para reorganizar todo. Somos como identidad y proyecto, socialistas anticapitalistas, feministas, anti-burocráticos y en materia ecológica, ecosocialistas. Y por supuesto, como en todo proceso desigual de revolución, habrá que asumir las tensiones y contradicciones de la superación pos-capitalista y antiimperialista en semicolonias atrasadísimas como nuestros países de América Latina. Las necesidades de la estrategia revolucionaria y las dinámicas de la lucha de clases determinarán los ritmos para aplicar nuestro programa integral en perspectiva internacionalista. Este, entonces, es nuestro aporte al debate en la izquierda y la vanguardia.
Mariano Rosa