Capitalismo y comida
El mapa mundial del hambre y la mala alimentación revela datos estridentes. Obesidad, desnutrición, enfermedades de todo tipo. La publicidad alimentaria es abrumadora: de comida rápida, de comida milagrosa para compensar las derivas de la mala alimentación. Ahora bien: ¿quién sabe lo que realmente está comiendo? ¿Realmente decidimos cuando elegimos en el supermercado qué comprar? ¿Hay que abandonar la carne definitivamente? En fin, son preguntas concretas, cuya indagación nos va a servir para discutir el sistema alimentario a fondo.
Hace poco descubrimos un libro excelente: “El detective en el supermercado”, de Michael Pollan, un periodista de investigación especializado en la industria de la comida en EEUU. En ese trabajo es categórico: la actual industria capitalista de la comida es responsable de muchas de nuestras enfermedades.
Cuatro de las diez primeras causas de mortalidad hoy día son enfermedades crónicas cuya conexión con la dieta está comprobada: cardiopatía coronaria, diabetes, infarto y cáncer. La “dieta occidental”, abunda en procesados, mucha carne, mucha grasa y mucho azúcar añadido, que nos enferma y engorda. En el libro Pollan demuestra que, a principios del siglo XX, un grupo de médicos observó que donde la gente abandonaba su forma tradicional de comer y adoptaba la “dieta occidental”, pronto aparecían enfermedades como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer. Estados Unidos es el máximo exponente de este panorama: el 75% de los estadounidenses tiene sobrepeso o son obesos; un 25% padece síndrome metabólico, con mayores probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares o diabetes y entre un 4% y un 8% de la población adulta tiene diabetes tipo 2. Los datos de la OMS ratifican esta tendencia a escala global: desde 1980 la obesidad se ha más que doblado en todo el mundo y el hambre triplicado.
La lógica del capital aplicada a la producción de comida, consiste en incentivar el consumo de calorías para vender más y lo hace multiplicando los azúcares, grasas y cereales refinados en lo que se come. Por lo tanto, la población sufre de malnutrición por partida doble: sobre-alimentados y desnutridos al mismo tiempo. Nuestro país presenta niveles parecidos en esta problemática, y crecen los que con suerte apenas comen mal.
Sobre penas, vaquitas, salud y cambio climático
Jurgis Rudkus se llama el personaje. Es un obrero inmigrante lituano, que consigue trabajo en un matadero en Chicago hacia el 1900. Este punto de partida le sirvió a Upton Sinclair para retratar en su novela “La jungla”, la terrible explotación obrera en la industria de la carne en Chicago. Sinclair, socialista, reveló la brutalidad capitalista con la clase obrera y también, en paralelo con los animales cosificados en esos mataderos. En un tramo dice: “Allí se sacrificaban hombres igual que se sacrificaban vacas: cortaban sus cuerpos y sus almas a trozos y los convertían en dólares y centavos”. Esta forma de producir con línea de montaje, resultó tan rentable y “eficiente” que Henry Ford lo adoptaría para la fabricación de autos. Para el capital, no hay diferencia entre un auto, un obrero o un ser viviente en general. Por lo tanto, hay varias aristas sobre el tema consumo de carne y sus efectos.
Los maximalistas del “consumo sí o sí”, traducen una adicción fomentada por el capitalismo y asocian consumo de carne a bienestar. Una exageración. Por otro lado, el veganismo militante, plantea que todo consumo de origen animal es directamente pernicioso. Así planteado, es también por lo menos, incompleto, unilateral. Es decir: la ganadería es una industria capitalista de alta rentabilidad, por eso se fomenta su consumo y está atravesado, como todo, por la distorsión de la ganancia. De hecho, la industria actual está desarrollando proteínas sintéticas para hacer carne, hamburguesas de esa forma. Así los monopolios del sector tratan de mantener el rubro rentable de la ganadería y a la vez, ampliarlo con una compensación “verde” para hacer más negocio con la carne sintética, artificial.
En ningún caso la variable “salud pública” está integrada en esta ecuación. Entonces, volvamos: ¿comer carne de cualquier tipo hace mal per se y por lo tanto hay que abolir su consumo? ¿Implica sí o sí unos niveles de maltrato animal aberrantes? Para poner en contexto, digamos que la industria cárnica capitalista produce de forma tal que enferma. Por ejemplo, se sobremedica a los animales a razón de 100 mil toneladas de antibióticos anuales en China y el 80 % de todos los medicamentos que se consumen en EEUU van a parar al ganado en la industria. Entonces, la carne bajo estas condiciones de producción –como el grueso de lo que comemos- está conectado con enfermedades y con el negocio de los laboratorios. Más todavía. El agua que se usa para producir el alimento que después engorda el ganado es enorme, e irracional. Y lo mismo sucede con la emisión de metano de la bosta animal que refuerza el calentamiento global.
Dicho de otra manera: el problema, una vez más, radica en la forma capitalista de producir, su lógica homogeinizante de pautar el consumo y de cosificar todo. Por lo tanto, nuestro planteo cuestiona el sistema que mercantiliza lo que comemos y, por lo tanto, propone una salida colectiva –no de culpa individual y contagio cultural- para una alimentación variada, saludable y social –no individualmente- consciente. Esa orientación a escala de masas, en el capitalismo es imposible.
Cambiar las reglas de la producción, reeducar el consumo social
Nuestra plataforma para la crisis alimentaria tiene parámetros y propuestas concretas:
- Comida suficiente, accesible, saludable y variada, como derecho social para todas las personas. Por lo tanto, la tarea es expropiar los resortes económicos de la producción y la comercialización alimentaria a las corporaciones del capital.
- Otro propósito es producir y consumir en un intercambio racional ecosocialista con la naturaleza entera. Esto supone abolir toda forma de depredación.
- Un tercer aspecto, sería que nuestra militancia tiene como perspectiva expropiar a los capitalistas, sus partidos, burócratas y empresas mediáticas, todos los mecanismos que hacen a la información, la educación y la politización social.
En resumen: otro modelo, masivo, de producción, planificando democráticamente lo que hace falta. Reeducar el consumo, adoptando medidas de política pública que incentiven comer saludable y suficiente, usando la escuela y el debate mediático para tomar decisiones conscientes e informadas a escala colectiva. Esto implica sustituir la industria capitalista de la publicidad distorsiva por el derecho a la información pública a favor de la mayoría. Y así, por ejemplo, qué comer pasaría a ser parte del debate colectivo, democrático y político para eludir una tentación: responsabilizar de las formas actuales de consumo a cada sujeto individual, que está económica e ideológicamente condicionado, como es el caso de la mayoría obrera que sufre la alienación de la superexplotación y bajos ingresos, por un lado, o la desocupación y la miseria por otro. Tener en cuenta esto último permite asumir que la conciencia tiene un desarrollo desigual según las condiciones materiales de vida y la propia experiencia.
Aterrizado en medidas más concretas, sería:
- Prohibir transgénicos y agrotóxicos, expropiar a los pooles y realizar una reforma agraria con formas de producción agroecológica a gran escala.
- Garantizar con intervención estatal, de los productores directos y los consumidores, una comercialización sin intermediación capitalista. Esto abarata, reduce los impactos ecológicos y agiliza la distribución de proximidad.
- Fortalecer la investigación científica y su aplicación técnica para mejorar las formas de alimentación, la salud pública y la relación no-depredatoria con la naturaleza.
- Declarar de utilidad pública los medios masivos de comunicación para ser utilizados como palancas de educación social y reorientar los planes de estudio del sistema público educativo, integrando educación socioambiental y alimentaria partiendo de la acumulación científica lograda.
Esa forma de enfocar el problema plantea organizar un proyecto anticapitalista que supere las fronteras nacionales, con la clase obrera como sujeto articulador y una fuerza militante que luche por el poder para esta salida de conjunto. Esta visión anima la construcción de nuestro partido el MST y su colectivo socioambiental, la Red Ecosocialista.
Mariano Rosa