Elecciones, militancia y estrategia socialista. Hay vida (y desafíos) más allá de las urnas
Las elecciones en los términos de este modelo político fijan límites a las expectativas sociales. Definen el campo de lo posible como ideología. Establecen un sentido común dominante. El rol de una organización socialista como la nuestra es detonar ese sentido común y desconocer la frontera de lo posible. En este artículo lo tratamos de explicar.
Después de la 2° Guerra Mundial en el siglo pasado, el capitalismo se anotó por varias décadas, algunos puntos a favor:
Logró identificar capitalismo a consumo, consumo a mercado y todo eso a bienestar.
También se apropió del concepto de democracia, que igualmente quedó asociado a capitalismo.
La democracia se transformó más bien en un procedimiento limitado a votar cada tanto.
La ayuda del estalinismo para esos logros burgueses fue importante. Ese proceso que degeneró hasta transformar en su directa oposición, la positiva experiencia original de la URSS de 1917, facilitó la propaganda anti-socialista y, así, autoritarismo quedó mimetizado con la izquierda y la revolución; y al final, la decadencia de ese experimento burocrático, además provocó un desplome económico y social.
Sin embargo, la crisis sistémica de 2008 y su impacto político – social, dinamitó la autoridad de la “democracia” así, a secas, sin apellido. La casta de políticos profesionales señalados por las protestas como responsable de la debacle, fue un rasgo repetido en los indignados de España, en el movimiento Ocupy Wall-Street o en la Primavera Árabe. Los partidos tradicionales reaccionarios y la socialdemocracia, los bipartidismos en el mundo entraron en declive, o casi se extinguieron. En Argentina, el 2001 marcó un punto de inflexión. Fue la explosión del pilar clave de la democracia capitalista del país: el bipartidismo tradicional. Los progresismos en Europa (tipo Syriza o Podemos), y en América Latina todo el diverso espectro del bolivarianismo, se construyeron para bloquear la evolución a izquierda anticapitalista de sectores amplios de la juventud y la clase obrera en el medio de la crisis. Sin embargo, su asimilación al capital y la democracia de castas, o el giro a posiciones conservadoras para dar “señales al mercado” como ahora el kirchnerismo en campaña electoral, no hacen más que reforzar el descreimiento y la apatía en los mecanismos ya desgastados de este modelo político. En todo caso, convencen sin entusiasmo con son lo “menos peor” de toda la oferta. Claro, siempre dentro de “lo posible”. Ese es el marco de esta discusión.
Los delirios de un loco
Cuenta en sus “Memorias” Nikolai Sujanov, testigo presencial de la revolución rusa de 1917, que un día mientras Lenin leía por primera vez en una conferencia de su partido “Las Tesis de Abril”, un menchevique lo interrumpió haciendo escándalo y gritando: “No puede ser, son los delirios de un loco”. En concreto, Lenin estaba planteando que la política posibilista de apoyar lo bueno del progresista Kerensky y criticar lo malo, era totalmente equivocada. Que había que replantear el carácter de la revolución, empezar por combatir implacablemente al gobierno del “mal menor” frente al zarismo y la restauración. Y que los trabajadores, campesinos y soldados tenían que gobernar. Traigo esta anécdota al debate porque repetidamente los socialistas nos encontramos con una barrera a superar que es el prejuicio alimentado hacia nuestra visión de las cosas, como si fuéramos “utópicos”. En general, esa imputación va acompañada de planteos “posibles” y “racionales”. Por eso, en lugar de etiquetas discutamos derechos sociales, causas y propuestas. Nuestro partido prefiere presentarse diciendo cosas muy simples para la clase obrera y la juventud de nuestro país:
Planteamos asegurar el trabajo, y levantamos medidas (prohibir despidos, estatizar con control obrero, repartir las horas de trabajo, etc.)
Proponemos estatizar las privatizadas con control social, para que sean eficientes y baratos los servicios.
Suspender el pago de la deuda externa e inyectar en presupuestos para salud y educación, y un masivo plan de obras públicas que reactive planificadamente la economía. Incluso no nos cerramos a mecanismos democráticos como auditoría independiente de su origen y consulta popular vinculante.
No vamos a repetir todas las propuestas que defendemos. El caso es que para aplicar las medidas de política pública que aseguren esos derechos, hay que cuestionar y suprimir privilegios de clase, capitalistas. En concreto: defender el trabajo en coyunturas de crisis significa avanzar sobre la plusvalía que se apropian los patrones. Es confrontación. Lo mismo en el caso de las otras propuestas que siempre cuestionan la gran propiedad capitalista, de las corporaciones. Simplemente porque esos derechos y el modelo de economía y política actuales, se contradicen, no pueden cohabitar. Por lo tanto, ser socialista no es ni religión, ni herencia, ni mandato fanático: es opción política consciente para asegurar derechos básicos. Así de sencillo.
El panorama en la izquierda: modelos en debate
La crisis de la política burguesa tradicional, es la contracara de los retrocesos que afectan también a organizaciones de izquierda. Y es un fenómeno que trasciende el país. En Argentina, el PO está en esa situación (hay una columna al respecto en esta edición), pero también hay crisis en la izquierda marxista europea. Es evidente que las décadas de democracia burguesa impactaron inyectando escepticismo en la revolución, veneno para los socialistas. Así las elecciones se transformaron en un eje, junto con los cargos y el parlamentarismo. Eso sumado a la estrecha visión nacionalista condimentada con algo de “internacionalismo declarativo”, más distintas formas de funcionamiento burocrático, están cuestionando un tipo de proyecto de izquierda definitivamente. No es un debate secundario, es clave. Responder bien a la situación nacional, anclados en una comprensión amplia de los fenómenos internacionales; centrar la energía en la lucha de clases; intervenir en el proceso electoral burgués, pero con política revolucionaria, no electoralera. Eso significa decir las verdades incómodas al sentido común dominante, que los partidos tradicionales protegen. Esto implica no rechazar el uso del parlamento o las elecciones, demostrando su naturaleza de clase y reforzar la paciente explicación de la estrategia insurreccional de poder. Vale decir: la concepción de que se requiere movilización social y partido de militantes profesionales para respaldar y concretar medidas de ruptura con el capital y el Estado que le administra los intereses y monopoliza la fuerza. Y que el funcionamiento de ese partido tiene que combinar siempre la más amplia democracia en los equipos colectivos de debate, y a la vez, no caer en el fetichismo anti-partido, que niega la necesidad política de centralizar toda la fuerza de la organización en cada orientación discutida para darle eficiencia a la acción común de lucha. La renovación político-cultural en la izquierda, incluye ser capaces de procesar matices y diferencias, sin expulsar burocráticamente a nadie por sus posiciones o críticas; y a la vez aceptar ser minoría temporal sin berrinches ni escandaletes en la prensa burguesa. Son puntos de referencia apenas, para profundizar este asunto, de vida o muerte para la izquierda que quiera ser alternativa de poder real. El MST, lo quiere.
Nuestras tareas en las próximas semanas
Ya lo escribimos en otros artículos. La conformación en Argentina de la unidad electoral de los principales partidos revolucionarios, es un paso positivo. A la vez, su carácter tardío y solamente limitado a ese campo, el electoral, no alcanza. El MST levanta una perspectiva: para que la izquierda sea opción de poder frente al escenario de tensiones agudas que se vienen, el frente único del FIT-MST hay que llevarlo a la lucha por los sindicatos, como centro. Después unificar en bloques políticos comunes la acción en el movimiento estudiantil y la disputa anti-privatista y burocrática en las universidades, profesorados y colegios; y hacer lo propio con una tendencia del feminismo socialista para derrotar la influencia del reformismo y el clericalismo en el movimiento de mujeres y las disidencias. Ese enfoque lo tiene, defiende, milita y multiplica, el MST. Nadie más en la izquierda argentina. Las próximas 6 semanas de lucha electoral, tienen que servir para fortalecer el voto al frente FIT-MST frente a los candidatos del FMI, las privatizadas y el clero. Pero esencialmente mucho más para sembrar estas ideas de fondo y anticipar con propuestas el escenario al que vamos, de intensa confrontación con el ajuste y el gobierno que asuma. Por lo tanto, no alcanza con votar. Hay que activar, organizarse políticamente y militar en el MST que lucha por toda esta orientación preparándose para ser una potente fuerza revolucionaria, de reorganización económica y social del país con la conducción política de un gobierno obrero y socialista. Ninguna utopía. Apuesta razonada (y apasionante) de futuro próximo, necesario y posible.
Mariano Rosa