Calentamiento global y COVID-19: hijos sanos del capital

Ambos fenómenos tienen puntos convergentes. Los dos se podían prevenir. Uno y otro se multiplican porque la prioridad bajo el capitalismo radica en la privatización de los beneficios y la competencia, no en las necesidades sociales mayoritarias. En fin: están hermanados por la misma matriz. Nuestra visión y propuestas.

Escribe: Mariano Rosa

Es evidente que, aunque la dinámica de la economía mundial venía ralentizada desde 2019, la aparición del Coronavirus no nos puede llevar a minimizarlo en dos sentidos: por un lado, en sus consecuencias económicas (parate industrial, interrupción de cadenas de suministros, impactos sobre el transporte aerocomercial, el turismo, etc.); ni por la amenaza socio-sanitaria real que constituye. Rigurosamente hablando, el COVID-19 amplifica la crisis económica y social. Contener la epidemia hubiera planteado tomar una serie de medidas muy potentes de control sanitario de las personas provenientes de las regiones afectadas, identificar y aislar a los posibles infectados, limitar el transporte y reforzar los servicios de salud. Rehenes de la lógica capitalista, los gobiernos en la mayoría de los países actuaron tarde, improvisadamente, minimizando la escala del problema y, aunque tomaron algunas decisiones más tarde, nunca dejaron de correr detrás de la propagación del virus. A la vez, es categórico que tanto la crisis capitalista como esta pandemia confluyen en un panorama con una triple complicación:

  • Desfinanciamiento de los sistemas de salud.
  • Desinversión en investigación estatal, independiente de las corporaciones.
  • Niveles de flexibilización y precarización laboral en el sector salud impresionantes.
  • Es decir: estuvieron dadas todas las condiciones para una convergencia explosiva y socialmente destructiva como la que estamos empezando a transitar.

 

La cuadratura del círculo

Hablemos del cambio climático, de sus parentescos con la pandemia actual. El calentamiento global no es una interpretación, es un dato rigurosamente empírico. Su dinámica, en espiral, reatroalimentándose, también es indiscutible. Volvamos a explicarlo: la emisión de gases de efecto invernadero (por la quema de combustibles fósiles y la agro-ganadería a escala industrial) satura la atmósfera, concentra calor y aumenta la temperatura media del planeta. Hay alertas desde la década del 70 del siglo pasado enunciada por científicos independientes. Ese fenómeno provoca sequías, desertificación y favorece incendios, y derretimientos de hielos árticos y antárticos. ¿Qué tienen los bosques, las selvas y los hielos que revistan importancia? Gigantescas cantidades de dióxido de carbono (CO2) concentrado, que al quemarse vegetación o derretirse hielos, son liberadas emisiones adicionales de esos gases a la atmósfera. Esta secuencia refuerza el ciclo de calentamiento, saturación y aumento de temperatura. ¿Cómo bloquear este circuito no-natural, sino consecuencia de una matriz específica de producción? Sustituyendo esa matriz, por otra que sea pilar de un modo de producir/consumir basado en otra lógica, que reduzca el volumen material de lo que se genera y que trace un intercambio con la naturaleza, regulado por una racionalidad sustentable, no depredatoria. Así de simple, así de desafiante, la perspectiva urgente. Para el capital, sin embargo, es la cuadratura del círculo. Imposible, incompatible con sus leyes esenciales.

El efecto Titanic

Ante el COVID-19, el poder político y económico de las corporaciones actuó con pánico, improvisación, darwinismo social, etc. Es decir, las respuestas del capital son clasistas, racistas, patriarcales, burguesas.
De alguna manera, de forma concentrada esta pandemia anticipa a escala reducida, lo que puede pasar si los actuales contaminadores y negacionistas del calentamiento global, conducen la sociedad frente a las consecuencias crecientes del cambio climático en los próximos años. Opera una especie de “efecto Titanic”. Recordemos. Ese enorme transatlántico, hundido a principios del siglo pasado, reportó entre sus fallecidos, un 85 % de pasajeros de 3° clase. Los primeros en huir a los botes escasos y de privilegio, fueron los pasajeros de élite, de la clase privilegiada. En este barco que se llama mundo, de pandemias que se propagan y temperatura que sube, la mayoría viajamos en 3° clase. Por lo tanto, la clave, antes de que se empiece a hundir, es que hay que reaccionar a tiempo y arrebatarles el timón a los capitanes de la tragedia segura.

Lo humano antes que las cosas

La frase es de Marx, de los “Manuscritos” y dice algo así como que “la valorización del mundo de las cosas es directamente proporcional a la desvalorización del mundo de lo humano”. Esa definición, de la naturaleza del sistema que produce por producir, con el objetivo de asegurar ganancia privada a los dueños de todo lo fundamental, impone desafíos como generación. Y traducido en tareas de conciencia, lucha y organización, significa sobrepasar, necesariamente, los límites del capitalismo y de forma revolucionaria, antisistémica:

  • Frente al COVID-19 es indispensable socializar la infraestructura de salud privada, de farmacéuticas y laboratorios. Con el calentamiento global, cambiar la matriz de energía por renovables y limpias, y de producción, para un consumo re-educado sobre nuevos parámetros.
  • Expropiar a los propagadores del ajuste y los contaminadores del planeta. Tomar el control de la situación, gobernar con los de abajo, reorganizar la economía, las relaciones sociales y el modelo político. Con la gente que trabaja, la juventud precarizada, los movimientos sociales, empezando por el feminista/disidente y todos los sectores populares como convergencia social transformadora, revolucionaria.
  • Proyectar esa estrategia a escala internacional, para barrer la disputa inter-capitalista de patentes o por nichos de mercado. Sustituir todo eso, por la colaboración internacionalista de los pueblos, para una vida humana, amigable con la naturaleza.

Al final se trata de defender lo elemental, las causas básicas a favor de la mayoría social.