Crónicas villeras: Villa Azul desde adentro

La pandemia, lejos de ocultar la miseria, acentúa y expone la república de la desigualdad. Los compañeros del MST «Teresa Vive» en Villa Azul nos cuentan cómo se vive en carne propia la desidia y la falta de voluntad política para avanzar por donde hace falta.

Escribe: Camila Vallejos

Hace apenas dos semanas atrás, Villa Azul formaba parte de una postal desconocida y olvidada al sur del Gran Buenos Aires, en el límite entre el primer y el segundo cordón industrial. Para ser más específicos dividida en dos zonas, Quilmes y Avellaneda respectivamente. Esta urbe duerme a orillas del Acceso Sudeste. Allí se levantan casas de un característico tono terracota por la presencia de ladrillos a la vista, señal de lo inacabado, combinado con el grisáceo y marrón de las chapas que cubren los techos. “Villa miseria”, “asentamiento”, “barrio popular”, sea cual fuere la denominación, en estas latitudes cohabitan la carencia y la esperanza de familias enteras, que la pelean día a día para ganarse el pan.

El coronavirus pasea sin demora sobre una población de 5000 habitantes. Los casos confirmados han sido 280 pero debido a la naturaleza del Plan Detectar, se cree que superan actualmente los 300, ya que los testeos se realizan únicamente a personas con síntomas. La respuesta de los municipios y del gobierno provincial, tanto en materia sanitaria como social, es insuficiente. Se pretende que con algunos bolsones de alimento, un poco de carne y unos cuantos testeos la situación no se desborde. Pero los vecinos, nuestros compañeros, alzan la voz para denunciar su criminal actuación. 

La piel del barrio

Magna de las Nieves es su nombre, pero preferimos llamarla simplemente “Nieves”. Ella vive en el barrio desde mediados de los ‘70 cuando junto a su familia se establecieron allí escapando de los años más oscuros de Chile, de la dictadura de Augusto Pinochet. Durante un año fueron inquilinos en el barrio de Wilde hasta que, finalmente, pudieron armar su casita trasladándose a la actual Villa Azul. En aquel entonces el barrio era apenas un pequeño asentamiento muy distinto de como es actualmente y ella, nos detalla, vivía en una pequeña casilla, muy precaria. No era época de cuarentenas, pero si de represiones, de requisas, de detenciones, de militares.

Más de 40 años han pasado desde ese primer momento. La población ha crecido, han llegado y han nacido nuevos vecinos, las casas se han multiplicado. Mucho ha cambiado, sin embargo hay algo que se mantiene: la desigualdad. En el corazón del conurbano se sitúa, de formas abruptas, sin infraestructura, Villa Azul. “Acá no entra Edesur”, nos dice Nieves con tono de resignación, “y menos con lo que está pasando”. La luz va y vuelve constantemente, y no es de extrañar porque el último mantenimiento fue en la década de los ‘90. Ahora, cada vez que se corta el suministro son los propios habitantes quienes trepan peligrosamente los postes podridos por el paso del tiempo, para devolverles algo tan esencial como la electricidad. 

“El lunes tenía un parcial y se cortó la luz […] por suerte el profesor contempló la situación”, nos relata Ezequiel quien también sortea desde adentro las dificultades cotidianas. Él, jóven de 29 años, vive en el barrio que lo vio nacer. Actualmente es estudiante de Abogacía en la Universidad Nacional de Avellaneda y nos cuenta que a la intermitencia eléctrica se suma la falta de servicio de internet. Utilizando únicamente un pack de datos de su teléfono celular asiste a tantas clases virtuales como puede, aunque no sea a todas claramente. Demostrando así su gran fuerza de voluntad y que, contradiciendo a la ex gobernadora, el orgullo villero también pisa las universidades.

Su cara más cruel, la de la desigualdad, se expresa en la falta de oportunidades y en un deseo, para algunos inalcanzable, de progresar. Nieves, con 50 años, hace dos que no trabaja. Solía ser niñera y su marido se desempeñaba en el sector de la construcción. Hoy, nadie en su casa trabaja formalmente, su único ingreso fijo es una Asignación Universal por Hijo y la tarjeta Alimentar. El caso de Ezequiel es muy similar, su madre y su hermana trabajan limpiando por hora, ganándose así el día a día. En la Argentina, familias enteras son desplazadas a la informalidad y son a quienes la pandemia, y sobre todo la cuarentena, los ha encerrado en la disyuntiva entre la posibilidad de infectarse de COVID-19 o morir de hambre ante un Estado ausente. Incluso entre aquellos que tienen un trabajo estable nada está dicho aún, pues la constancia que acredita su pertenencia al barrio no les garantiza ni el sueldo ni la estabilidad laboral.

Y cuando hablamos de ausencia, no nos referimos a ella como mero capricho, sino porque así lo viven y lo sienten los vecinos de Villa Azul. Algunos se fueron enterando de boca en boca lo que sucedía con el cerco del barrio, y de la misma manera Nieves se enteró que estaban entregando alimentos. Cuando llegó al lugar de reparto, reparó que quedaban los últimos bolsones y que, de no haber sido por el aviso de su vecina, se hubiera quedado sin nada en absoluto. Esa fue la única vez que recibieron algo del municipio, a partir de entonces sólo reciben solidaridad de la gente, de clubes, de organizaciones. Ella es militante de nuestro Movimiento Sin Trabajo Teresa Vive y a través de los compañeros recibió alimentos y medicamentos que compartió con otros vecinos. Indigna enterarse que al principio el cerco policial de Berni impedía ingresar esta solidaridad y tuvieron que hacerlo clandestinamente. Parecido es lo que nos cuenta Ezequiel, quien además recibe ayuda de sus hermanos y de compañeros de la facultad con quienes coordina para también dar una mano a los vecinos más vulnerables. 

Así es como les hizo llegar a pacientes de enfermedades crónicas sus medicamentos para poder continuar sus respectivos tratamientos. Porque lo normal es que en la salita, así como en los trailers o las carpas montadas por el operativo no cuenten con ellos y a veces, ni siquiera cuenten con insumos básicos. Nieves, por su parte, toma Enalapril por su problema con la presión, y sólo pudo conseguirlo a través de los compañeros del Movimiento. Si no fuera por la solidaridad de clase y las redes de apoyo, estarían al desamparo total.

La nueva normalidad, impuesta no solamente por la cuarentena sino por el cerco policial al barrio y la nueva fase de aislamiento “focalizado”, imprime a la situación características particulares que sólo se viven allí. Se vive con angustia y con la incertidumbre de no saber qué va a pasar. Se rumoreaba, nos cuenta Ezequiel, que el cerco se extendería en el tiempo, aunque vemos que esto es así sólo parcialmente. La realidad muestra imágenes nunca vistas: hombres y mujeres con mamelucos blancos, azules o amarillos que deambulan por las calles y pasillos de Villa Azul. Mientras se lava la ropa, mientras se cocina, se los ve escoltando a una familia y se sabe que son “positivos” a quienes se están llevando. Ahora, además, se confirmaron las primeras dos víctimas mortales del barrio, Roberto y Don Luis, quienes además de ser personas de riesgo por ser adultos mayores tenían problemas de salud como diabetes o enfermedades por la edad.

Pero no escoltan a todos los contagiados, sólo a una pequeña parte, a quienes presentan síntomas. Al respecto Nieves nos cuenta la experiencia de su nuera, Patricia. El día viernes le hicieron el test correspondiente, dado que tenía dificultades para respirar, seguido de eso la trasladaron a la Universidad Nacional de Quilmes donde sólo estuvo una noche. Entre otros motivos, porque allí no recibió la alimentación adecuada, no había calefacción en el lugar pero por sobre todo, porque estaba muy cerca de los casos ya confirmados. Por esto, le hicieron firmar un papel y volvió a su casa procurando permanecer aislada y aguardando el resultado. El día domingo finalmente volvieron por ella, el test había dado positivo. Sin embargo, ni su hijo, ni con quienes mantuvo contacto directo fueron sometidos a revisión. Esto nos lleva a considerar que, lejos de “haber controlado la situación” como afirman los intendentes, el virus, a través de los asintomáticos, seguirá propagándose si no se aplican todos los testeos necesarios. 

La sensación de desamparo e impotencia que viven los vecinos es total. La nueva noticia es que el barrio entrará en una nueva fase a partir del lunes 8: con cuarentena obligatoria, sin asistencia y con fuerte presencia policial. Muy similar a la situación de días atrás, sólo que ahora podrán ir a trabajar quienes se desempeñen en áreas esenciales. Pero a pesar de tanta adversidad y de tantas carencias, aún encuentran lugar para la esperanza. Cada día a las 20 hs. el barrio se funde en aplausos, en gritos y palabras de aliento. “Al principio eran pocos, ahora cada vez son más” nos aclara Ezequiel. El ritual de las ocho de la noche es para ellos mismos, para aguantarla el tiempo que dure la pandemia. Para demostrar que desde abajo hay una fuerza arrasadora que lo puede con todo y que no se deja vencer. A veces se escuchan fuegos artificiales y otras de fondo acompaña el ritmo de un surdo, que llega a los oídos de ellos como un susurro de aliento.