Sacco y Vanzetti: pruebas de la tenacidad característica de la clase obrera

“El enemigo nos quiere muertos y nos tendrá muertos para defender el privilegio y la tiranía, para humillaros, para acobardaos, para venceros, destruiros y encadenar los pueblos al carro de la esclavitud (…) Y este mismo enemigo clava sus mismos tentáculos en la carne de los pueblos de la tierra, prepara el más grande militarismo del mundo y se apresta a esclavizar la humanidad entera. Hay que aplastarle la cabeza”.

                                                     Bartolomeo Vanzetti

El 23 de agosto de 1927 Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fueron ejecutados en la silla eléctrica en el Estado de Massachusetts por el presunto asesinato de dos personas (un cajero de una fábrica de zapatos y un guardia de seguridad) y el robo de 15.776,51 US$, que jamás fue probado.

¿Quiénes eran y qué encierra este caso emblemático que sigue siendo noticia aún después de 93 años?

Nicola Sacco (1891- 1927) era un zapatero nacido en Torremaggiore, Italia, que llegó a EEUU a los 17 años.

Bartolomeo Vanzetti (1888-1927) pescador, nacido en VillaFallet, Italia, que emigró a los 20 años.

Ambos eran seguidores de Luigi Galleani: reconocido anarquista, también inmigrante italiano; promotor de sabotajes; y mentor de atentados con bombas de fabricación casera en EEUU. También editor durante 15 años del periódico escrito en su lengua natal “Cronaca Sovversiva” (crónica subversiva). Se decía que “al momento de escucharlo quedabas dispuesto a dispararle al primer policía que vieras”. Fue deportado en 1919 debido a la Ley de Residencia, destinada a deportar sin juicio previo a inmigrantes sospechados de tener opiniones anarquistas. Del mismo tenor era la Ley de Residencia argentina o Ley Cané promulgada en 1902 a pedido de la Unión Industrial Argentina y derogada en 1958.

¿Cuál era el clima que se vivía en aquellos momentos en EEUU?

La Revolución Rusa que había triunfado 3 años antes, había esparcido la esperanza de que otra vida era posible para la clase obrera. 1919 fue un año de grandes huelgas, en gran parte por las cifras de accidentes laborales, que ascendian a 25000 al año.

 La burguesía temblaba ante la posibilidad de que la chispa revolucionarias se propagara y la clase obrera se levantara contra sus opresores. Asi fue como la xenofobia, otra pata del sistema, cobró cada vez mayor protagonismo.

Los anarquistas italianos estaban organizados: lanzaban panfletos, iban armados y fabricaban bombas caseras que luego plantaban en lugares estratégicos. Por ello estaban en la mira del gobierno, eran peligrosos y había que exterminarlos. La policía fue la herramienta que permitió el disciplinamiento que la clase dominante necesitaba. Un caso emblematico de persecusion politica fue el de Andrea Salcedo, tipógrafo italiano, arrestado sin cargo en Nueva York por el FBI, torturado para obtener información sobre sus compañeros anarquistas. Apareció muerto frente al edificio del Ministerio de Justicia de Nueva York. Por supuesto, el gobierno alegó que se había tratado de un suicidio. No solo en Argentina o america latina el gobierno encubre los asesinatos de sus fuerzas represivas.

El 5 de mayo de 1920 en Buffalo Sacco y Vanzetti son arrestados por un policía que buscaba a otra persona. Se los interrogó acerca de sus actividades políticas:

Policia: ¿Eres ciudadano?

Sacco: No.

Policía: ¿Eres comunista?

Sacco: No.

Policía: ¿Eres anarquista?

Sacco: No.

Policía: ¿Crees en nuestro gobierno?

Sacco: Si, aunque algunas cuestiones me gustarian de una manera diferente.

Mintió porque sabía muy bien que la justicia le sería negada y serían deportados. No había conexión entre los crímenes y el movimiento anarquista pero surgió la hipótesis de que robaban para financiar el armado de bombas.

Los juicios

Uno por hurto, el segundo por asesinato; ambos tendenciosos y plagados de irregularidades. El juez Webster Thayer estaba más interesado en la ideología de los imputados que en su participación en los hechos. Dirigiéndose al jurado y señalando a Vanzetti dijo “este hombre aunque no haya en realidad cometido ninguno de los crímenes   que se le atribuyen, es sin dudas culpable, porque es un enemigo de las instituciones”. Con semejante pronunciamiento nos damos una idea de la seriedad. Pero hay más. Mucho más.

El 15 de abril, día del crimen, Sacco estuvo en el consulado italiano solicitando información para obtener el pasaporte. El funcionario que lo atendió lo recordaba perfectamente y aportó pruebas a su favor, que fueron desestimadas. Vanzetti había estado vendiendo pescado en el puerto. Dieciseis personas testificaron que ese día le habían comprado anguilas. Ningun testimonio fue considerado “creíble”. Un testigo que trabajaba en una fábrica de calzado vinculada a la que había sido robada, dijo no reconocer a Sacco y Vanzetti como autores del crimen. Fue amedrentado para que los identificara como culpables, porque de otro modo no mantendría su puesto de trabajo. Las balas homicidas no coincidieron con las de las armas de los acusados.

En tres horas de deliberación, tiempo record, el jurado los encuentra culpables.

En los años siguientes se presentaron seis solicitudes de apelación bien fundamentadas. El juez Thayer las denegó a todas. En 1925 un convicto portugués reconoce haber participado como apoyo en el asalto, exculpando así a Sacco y Vanzetti. La sentencia no es revisada, y este otro es condenado a muerte el mismo día y en la misma cárcel que Sacco y Vanzetti.

El caso tuvo repercusión mundial. Hubo protestas masivas, huelgas y actos en muchas ciudades exigiendo justicia. Infinidad de telegramas fueron enviados al Gobernador de Massachusetts, solicitándole clemencia. Era el único con poder para parar la ejecución.

El 8 de abril de 1927, acabado el tiempo de apelaciones, fueron condenados a la silla eléctrica.

La ejecución

La noche del 22 de agosto miles de manifestantes se congregaron en Charlestown, en la casa de la muerte, pero una multitud de policías se encargó de mantenerlos lejos de la prisión. Ametralladoras en las azoteas y reflectores, “cuidaban” e iluminaban la escena.

 Pasadas las 12 de la noche fue ejecutado Sacco, despidiendose con un “¡Viva la anarquía!” y luego Vanzetti, que no permitió que lo sentaran a la fuerza y mirando a los allí presentes dijo enérgicamente: “Quiero decirles que soy inocente. Nunca he cometido un crimen, pecados sí, pero nunca un crimen. Somos inocentes. Buenas noches señores, ¡Viva la anarquía!”

En el funeral hubo cientos de coronas, con una destacada por decir “Aspettando l’ora di vendetta” (esperando la hora de la venganza).

Un paquete bomba dirigido al gobernador Fuller fue retenido en la oficina de correo; explotaron bombas en el metro de Nueva York; en una iglesia de Filadelfia; otra destruyó el frente de la del verdugo y en 1932, el juez Thayer sufrió un atentado del que salió ileso, pero ya no pudo vivir sin custodia. Un año más tarde murió de una embolia cerebral.

Pocos hechos de este calibre tuvieron una repercusión semejante. Los trabajadores del mundo repudiaron el asesinato y se manifestaron de a cientos de miles en el mundo. Argentina no fue la excepción. Hubo un paro general convocado por las centrales obreras, con petardos sonando durante todo el día, enfrentamientos con la policía y un tranvía incendiado.  Se organizó una gran protesta que fue duramente reprimida por la policía.

Severino di Giovani escribe ese día para el periódico anarquista “Culmine”:

“…A su violencia opongamos la nuestra. A la silla eléctrica la bomba. A cambio de Sacco y Vanzetti que nos mataron sádicamente, persigámoslos en todo lugar y que sufran y sufran en carne propia su delito negro y monstruoso. Es hora de llevar a los hechos todo aquello que prometimos miles y miles de veces para esta casta de verdugos. ¡Por nuestra dignidad, por nuestra dignidad!”

Ingrid Fernández