Ilusión progresista, realidad conservadora. No se puede hacer tortilla sin romper huevos
Carlos Carcione
Una franja muy importante de los votantes del Frente de Todos acompañó la experiencia con la expectativa de que el gobierno de Alberto Fernández fuera una versión progresista del peronismo. Incluso es posible que aceptara un sesgo más de centro con el objetivo de revertir la crisis profunda a la que llevó al país el macrismo. Tal vez pensaron que se podría revertir la fuerte tendencia al aumento exponencial de la pobreza de una población ya suficientemente castigada, aunque fuese solamente apelando a la ampliación de medidas sociales. Es probable que aceptaran que en el camino de una orientación progresista se respetara a todos los sectores del poder concentrado en el país apelando al sentido común de estos. Sin embargo, a más de un año de las PASO, elecciones que demostraron que era un hecho la derrota de Macri, y a diez meses de gobierno, es necesario debatir si la realidad se corresponde con esas expectativas. Desde la izquierda alertamos sobre el curso que tomaría el gobierno y presentamos un programa anticapitalista para la solución de la crisis. Pero lo que hoy queremos debatir es en qué quedaron las expectativas progresistas.
Alberto y el método Vicentin
La comedia de enredos de la expropiación de Vicentin, una empresa que desfalcó al principal banco argentino, el Banco Nación, y que pone en riesgo la subsistencia a miles de trabajadores, y cooperativas. Encierra la extranjerización de la sexta exportadora más importante entre las agroindustriales, muestra en sí misma la forma de gobernar de Alberto Fernández, los sectores ante los que cede y el contenido de sus políticas. Todo un método que va desde el anunció inicial de expropiación de ese grupo económico, al recule, hasta dejar en manos de los estafadores la solución del problema que ellos crearon. Lo mismo sucede con las negociaciones de la deuda, de la oferta final inicial a la oferta final número 4 que conformó a los bonistas. Igual con la promesa de campaña de legalización del aborto, hasta el argumento actual de que este no es el momento para eso. Desde el anuncio de un impuesto a las grandes fortunas hasta convertirlo cinco meses después en un simple aporte por única vez. Este método incluye el manejo de la pandemia. En este último caso va desde la afirmación de que para el gobierno la prioridad es la vida por encima de la economía, hasta su última afirmación de que la salud pública depende de la conciencia y responsabilidad social lavándose las manos en pleno crecimiento de contagios y muertes. La apertura de la contención de la pandemia para cumplir los deseos de las corporaciones y los empresarios. El mismo método hay que esperar con las negociaciones con el FMI, una muestra: mientras el ministro Arroyo señala que “no hay más espacio para el ajuste”, el nuevo “Messi” de la economía, Martín Guzmán, ya afirmó que el gasto público en 2021 será la mitad del actual, o sea un ajustazo. Así gobierna Alberto Fernández, amagando con medidas progresistas y reculando ante la presión de los que se sienten dueños del país.
La parábola de los “miserables”
Al inicio de la pandemia Fernández, señaló como “miserables” a empresarios como Paolo Rocca del conglomerado Techint, que despidió centenares de trabajadores, paralizó obras e inversiones, suspendió gran parte de sus trabajadores. Presionado por estas decisiones el gobierno emitió un DNU prohibiendo despidos que fue invariablemente desconocido. Y, al contrario de sancionarlos por violar esa disposición legal, los premió con un sustancial apoyo del estado para pagar la mitad de los sueldos de sus empresas vía el instrumento conocido como ATP. Pero no sólo recibieron este apoyo estatal entre otros, sino que basado en el mito de impulsar la producción, benefició las inversiones de estas grandes corporaciones. Un ejemplo es la producción petrolera, el restablecimiento del llamado barril criollo que garantiza a quienes perforan en Vaca Muerta un precio mínimo de 46 dólares el barril de petróleo, cuando el precio internacional no llegaba a 30. De esta manera garantizó una rentabilidad extraordinaria a los “miserables” que mientras tanto continuaron despidiendo, suspendiendo y reduciendo salarios, todas medidas que contaron con el acompañamiento del gobierno y la colaboración inestimable de la CGT. Alberto se conformó con una promesa de inversiones. De la parábola de los “miserables” surgió el elogio poético al “capitalismo productivo”.
Ni progresista ni de centroizquierda
A esta altura va quedando a la vista para aquellos que sinceramente esperaban una evolución más o menos progresista, de centroizquierda o si se quiere popular del gobierno de Alberto Fernández y de la alianza del Frente de Todos, que no es así. Cada medida que los ilusiona no demora volverse en su contraria, o en el mejor de los casos, se transforma hasta convertirse en inocua para mejorar la vida de los sectores populares. Algunos ejemplos que no es un gobierno progresista ni de centroizquierda como Alberto intenta mostrarlo:
La profundización de un modelo productivo extractivista, ecocida, contaminante y depredador, para exportar comodities agroindustriales, minerales, petróleo, gas y la última iniciativa “novedosa” de las producción industrial de porcinos para china. Todo al servicio de juntar dólares para pagar deuda fraudulenta.
Giro represivo con voceros claramente de derecha como Berni. Protección de las fuerzas policiales como en el caso de Facundo Castro para solo mencionar uno. Amenazas de meter presos o criminalizar a los que ocupan tierras para intentar no quedar viviendo en la calle con sus familias. Inclusive aunque su jefe, Kicillof presente una posición con visión social, queda simplemente como una declaración periodística, mientras su subordinado amenaza, criminaliza y habilita la persecución a los sectores más vulnerables. Y todo en el mismo sentido que el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, una de las estrellas del Frente de Todos. Ni progresista, ni de centroizquierda: simplemente conservador.
El posibilismo y la receta para hacer tortilla
La ilusión de los que esperaban un gobierno progresista del peronismo está atada a una ideología de lo posible, pero que la realidad muestra que es un largo camino que no lleva a ninguna parte. Buscar una redistribución de los recursos pagando una deuda que en su mayor parte fue fugada, sin un verdadero impuesto a la riqueza, incentivando con subsidios como el del barril criollo a los grandes fugadores seriales, dejando correr la reducción salarial y las suspensiones y despidos, y repartiendo simplemente lo que queda después de las ganancias de las corporaciones, es simplemente hacer cargar el costo de la crisis al pueblo trabajador. Es una forma de capitular a las presiones de aquellos sectores del poder, plegarse al método Vicentin del gobierno. Es en definitiva, pretender hacer una tortilla sin romper huevos. No solo es insuficiente, es imposible.