A 30 años del femicidio de María Soledad

Un crimen desde Catamarca conmocionó al país en 1990. Una adolescente desaparece y comienza una gran lucha contra el régimen político.

María Soledad cursaba el último año de la secundaria en el colegio del Carmen y San José en San Fernando del Valle de Catamarca, cuando los entramados de violencia sexual, corrupción y encubrimiento estatal le arrebataron la vida.

La provincia era gobernada por la dinastía de los Saadi, desde la vuelta de la democracia, con décadas de conducción del PJ en la provincia, eran una casta feudal ligada a las cúpulas de la Iglesia que usaba el poder del Estado para garantizar todos sus privilegios. Pero esta lucha vino a desnudar todo el entramado del poder.

El riesgo de ser mujer, joven y pobre

El deseado viaje de egresados es un sueño para el que se esfuerzan en juntar plata  muches adolescentes. Entre elles estaba María Soledad cuando la noche del viernes 7 de septiembre, les egresades organizaron una fiesta en el boliche Le Feu Rouge para recaudar fondos. Ella pidió permiso a sus padres para quedarse en la casa de unas compañeras en la ciudad y regresar el sábado. A la madrugada salió de la fiesta para encontrarse con Luis Tula, un treintañero empleado de Obras Públicas. Poco se sabe que habían hablado de ese encuentro mas que se dirigían a otro local: Clivus. Era el entregador, un ñoqui de la casta para engañar mujeres y llevarlas a las fiestas sexuales del poder político. Cuando el sábado no regresó a la casa, su mamá Ada y su papá Elías comenzaron la búsqueda. Fue abusada, drogada y su cuerpo sin vida hallado el 10 de septiembre de 1990, al costado de la ruta 38 por trabajadores de Vialidad. No era el primer caso, pero la impunidad era moneda corriente. Rápidamente, las jóvenes, las familias y el colegio supieron que sin repercusiones el final sería el mismo. Se rompió el miedo a la casta y las masivas “marchas del silencio” tomaron las calles.

Los hijos del poder

Fueron a lo largo de la investigación surgiendo diferentes nombres ligados a personajes de la política. Luis Tula fué condenado a 9 años por participación necesaria en el delito de violación y Guillermo Luque, hijo de Ángel Luque diputado del PJ y ahijado de Menem, fue condenado a 21 años de prisión por violación seguida de muerte. Sin embargo, otros sospechosos lograron evitar la imputación por el encubrimiento estatal. Entre ellos estaban Pablo y Diego Jallil, hijos del intendente; Miguel Angel Ferreryra, hijo del jefe de policía, y Arnoldo Saadi, primo del gobernador.

El entramado de complicidad alcanzó al conjunto del régimen político. Mientras las denuncias iban: desde los dos patrulleros que se vieron durante la madrugada del 10 en el lugar donde apareció el cuerpo; el accionar del médico forense Hugo David Gimenez que lavó el cuerpo y no recordaba quien realizó las pericias; la complicidad de los magistrados en el Juicio de 1996; tal fué el escándalo que hasta Menem envió a Patti a intervenir, pero para desviar toda hipótesis que afectara al poder, denunciando un crimen pasional para incriminar exclusivamente a Tula.

Después del #NiUnaMenos

El caso de María Soledad fue una demostración de la responsabilidad directa del Estado en la violencia hacia las mujeres. Los cuestionamientos a sus acciones y decisiones privadas tomaron la escena pública. Hoy 30 años después y como protagonistas de una revolución feministas, reconocemos la importancia de la movilización en la calle para lograr Justicia. Sin embargo, queda más que claro que para poder llegar a la verdad nos seguimos enfrentando a la misma complicidad policial y judicial. Con movilización y lucha conquistamos la carátula de femicidio, necesitamos profundizar y fortalecer esta orientación para enfrentar al poder político, la justicia, la policía y la Iglesia, garantes y cómplices de la violencia, hasta que tiremos juntos al patriarcado y al capitalismo.

Jeanette Cisneros