Una mirada feminista de la crisis y el mercado de trabajo

Guadalupe Limbrici

El INDEC publicó el informe de Mercado de trabajo. Tasas e indicadores socioeconómicos del segundo trimestre de 2020. En un año marcado por la pandemia de coronavirus, se esperaba el impacto de la misma en el trabajo. Sin embargo, no se puede perder de vista que la crisis económica es previa al COVID 19 y que las estimaciones para este año eran -aún sin el virus- negativas.

La pandemia profundizó la crisis y desnudó los intereses de los gobiernos a la hora de tomar medidas para proteger a los diferentes sectores de la sociedad. Esas medidas tuvieron un fuerte impacto en los valores que se dieron a conocer.

Pese a la existencia de un Decreto de Necesidad y Urgencia presidencial que prohibía los despidos y suspensiones, la falta de controles sobre las grandes empresas tuvo como consecuencia el incumplimiento de la medida. Así, la tasa de empleo bajó de 42,2% en el primer trimestre del año, a 34,4% en el segundo, y la tasa de desocupación llegó al 13,1%.

En un marco político y social atravesado por la crisis, es imprescindible la perspectiva de género para que los análisis contemplen aspectos de la realidad que durante mucho tiempo han sido desplazados a un segundo plano o directamente invisibilizados. La ausencia de esta perspectiva colabora con la reproducción de la desigualdad estructural de género que atraviesa todos los ámbitos de la vida de las mujeres y las disidencias. Por eso, el análisis económico debe partir del reconocimiento de esta desigualdad. En primer lugar, porque hay que decir que las mediciones del INDEC sobre el mercado de trabajo no incluyen a las disidencias y sólo contemplan el binomio varón-mujer. Es una deuda pendiente la de incorporar otras identidades para tener datos oficiales, ya que el primer paso para transformar una realidad injusta, es identificarla.

En segundo lugar, porque los datos que se desprenden del informe del mercado de trabajo demuestran que la crisis y la pandemia golpean con mucha más fuerza a las mujeres.

La desigualdad en números

Mientras la tasa de empleo en varones es del 50,6%, el acceso de las mujeres al mercado de trabajo es mucho menor, de apenas el 35,6%. La desocupación en varones llegó al 12,8% y en mujeres al 13,5%.

La crisis que atravesamos afecta a todos, golpea a las mujeres con más fuerza y es realmente devastadora en los más jóvenes: la desocupación en varones de entre 14 y 29 años se eleva muy por encima de la media, hasta el 22,7% y en mujeres de entre 14 y 29 años llega al 28,5%.

Los roles estereotipados de género propios del patriarcado continúan limitando, en pleno siglo XXI, las posibilidades de las mujeres. No sólo hay mayores limitaciones para el acceso al mercado del trabajo, sino que cuando lo logramos, estamos mayormente representadas en los trabajos más precarizados e informales, con menores salarios y derechos, que en muchos casos son una extensión de las tareas del cuidado. La brecha salarial con respecto a los varones existe y se mantiene a lo largo del tiempo y en todo el mundo, al igual que el techo de cristal que limita el acceso a cargos de jerarquía.

La desigualdad en el mercado laboral es tan evidente que han sido necesarias políticas de discriminación positiva, pero mientras las causas sitémicas de la división del trabajo continúen vigentes, el cumplimiento de esas medidas es siempre conflictivo.

El trabajo invisible

Uno de los grandes cambios obligados por la pandemia fue el del trabajo remoto, que se refleja en la medición de la tasa de ocupados que trabajaron desde su vivienda, que pasó del 6,5% en el primer trimestre, al 22% en el segundo. Esta modificación lamentablemente no vino acompañada de la garantía de derechos laborales, por lo que en la gran mayoría de los casos se tradujo en sobreexplotación además de la obligación de las y los trabajadores de tener que garantizarse sus propias herramientas de trabajo. La docencia es un claro ejemplo de esta situación: sin capacitaciones, recursos ni sueldos dignos tuvieron que ponerse al hombro la educación.

A la sobreexplotación del trabajo remoto se sumó la larga lista de tareas del cuidado, ese trabajo que históricamente recae sobre las mujeres y no es reconocido ni remunerado. El masivo vuelco al home office dejó en evidencia, con más fuerza que nunca, el trabajo invisible que garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo necesaria para que la rueda del mundo siga girando.

La socialización de las tareas del cuidado es un debate que hay que volver a poner en el centro de la escena. Porque la invisibilización de esta gran carga de tareas es uno de los factores claves de la desigualdad de género, es el punto donde patriarcado y capitalismo convergen en la opresión y explotación sistémica de la mitad de la humanidad, y lo lograron convenciéndonos de que se trata de un acto de amor.

Con la fuerza de la realidad que -forzada por la pandemia- desnudó una vez más estas desigualdades, es hora de que la revolución feminista llegue a los rincones invisibilizados del hogar. Como dijo Silvia Federici, eso que llaman amor es trabajo no pago.