Guzmán y cuando los miserables marcan el rumbo
Carlos Carcione
En los últimos días de septiembre y los dos primeros de octubre volvió a crujir la economía argentina. Condenada al colapso recurrente por el saqueo de un grupo de grandes corporaciones, la salida que los políticos dóciles con esas corporaciones le dan a esa significa un salto en el empobrecimiento cada vez más grave de los millones que viven de su trabajo. Ese crujido esta vez relacionado con la escases de las reservas del Banco Central, está resultando en la imposición de las medidas que exigen las 6 compañías que manejan más del 35% de las exportaciones agroindustriales y del puñado que maneja la explotación minera y petrolera y como no podía ser de otra manera, los bancos como operadores del capital financiero. Las medidas tomadas en estos días no son coyunturales, por el contrario tienen alcance de mediano y largo plazo. Es todo un rumbo. El rumbo que marcan esos miserables.
Un chantaje de 300 millones de dólares
La producción acopiada de manera tradicional y guardada en silo bolsas por el agropower, alcanza más de 25 millones de toneladas que a los precios actuales, los más altos desde inicios de 2018, representa algo más 10.000 millones de dólares. Este acopio tiene claras razones especulativas, es decir que los grandes exportadores están esperando que se profundice la devaluación para que los dólares que finalmente decidan ingresas al país puedan cambiarlos por más pesos. El acopio por lo tanto significa claramente un chantaje, una enorme palanca de política económica con la cual fuerzan una redistribución de la renta nacional que los favorezca cada vez más decisivamente.
Las medidas anunciadas por Guzmán con el acompañamiento de todo el equipo económico del gobierno de Alberto Fernández, significan en concreto la transferencia de 300 millones de dólares hacia estos sectores súper concentrados, el equivalente a 3 millones de Ingreso Familiar de Emergencia que el presupuesto nacional directamente elimina. Sin embargo este chantaje al que cedió el gobierno no asegura que los exportadoras vendan todo el acopio, al contrario, la expectativa del gobierno es conseguir apenas unos 3.000 millones de dólares, el resto de los granos seguirán guardados y presionando hacia la devaluación junto con los recursos extraordinarios que obtendrán estas corporaciones que no fueron contemplados antes de estas medidas. A esta cifra hay que agregar lo obtendrán las mineras y las petroleras. Y esto solo para mencionar el chantaje de las retenciones que como en todo chantaje si no se corta de raíz se seguirá produciendo.
El otro camino
Pero no era inevitable aceptar esta presión para evitar la evaporación de las reservas. Desde la izquierda venimos insistiendo en que de mantener esta forma en la relación del país con el mercado mundial, cada una de las debilidades estructurales de la economía capitalista dependiente argentina termina en crak, del cual la crisis cambiaria de estos días es sólo un síntoma, como la temperatura para el coronavirus. Por eso nuestra propuesta se asienta en que el comercio internacional del país debe estar monopolizado por el Estado.
Pero entre nuestra propuesta de monopolio estatal del comercio exterior, y la actual de total libertad de mercado para las exportaciones y las importaciones, hay muchas maneras intermedias que incluso ya ensayaron gobiernos oligárquicos. Por ejemplo en la llamada década infame, con claros gobiernos conservadores integrados por representantes directos de la oligarquía agropecuaria con olor a bosta -como la llamó en algún momento Sarmiento-, la creación de la Junta Nacional de Granos que fijaba los precios para los productores y se ocupada de la venta al mercado mundial para que el gobierno manejara las divisas. Fue en ese momento también que se fundó el Banco Central. Hasta esa oligarquía que mantenía intimas relaciones con el imperialismo inglés era consiente que para poder tener un proyecto nacional y sostener el precio de la moneda nacional, las divisas que el país obtiene debe manejarlas en su totalidad el Estado.
Los descendientes de esos oligarcas y los políticos, abogados, economistas y partidos que los representan se han vuelto más depredadores y parásitos que sus antepasados. No solo chantajean con la fuerza que la apropiación privada de la renta diferencial de la tierra les otorga, sino que como lo que son, arrasan con el país entero, queman, desmontan, generan inundaciones, envenenan las gentes y las aguas, arruinan por siglos la casa común de todos nosotros. Y el gobierno, que para la tribuna los llama miserables, termina otorgándole poco a poco todo lo que piden.
Por eso la salida está por la izquierda y con medidas de fondo como el monopolio estatal del comercio exterior entre otras.