Debates. Si no es extractivismo… ¿qué es?
Escribe: Maris Lombardi
Las movilizaciones en rechazo a la explotación petrolera en las costas bonaerenses son contundentes. La fuerza del Atlanticazo inspirado en el triunfo popular del Chubutazo, genera alarmas en los defensores del extractivismo de todo pelaje. Pero en especial nos queremos referir al Gobierno, responsable de la entrega, que desesperado en justificar el ecocidio comenzó una ofensiva sirviéndose de muchos argumentos
La Agencia Paco Urondo publicó el 15 de enero un extracto del libro Geopolítica de la Amazonía de Álvaro García Linera (ex vice de Bolivia y teórico del posibilismo) en donde se justifica el uso extractivo de nuestros bienes comunes. En el mismo, el autor explica por qué terminar con todo extractivismo contaminante es inviable en un mundo capitalista globalizado. Es una verdad en abstracto. Utiliza una máxima con lenguaje marxista para justificar el sometimiento al extractivismo en los países periféricos. Eso es lo concreto. Porque al no proponer cómo llegar a liberarnos del extractivismo mundialmente, por omisión está diciendo que es imposible hacerlo.
El autor a través de un reduccionismo concluye que extractivismo es “extraer materias primas”. Con esta lógica, iguala al imperialismo y a los países dependientes mágicamente. El imperialismo sostiene su hegemonía en la dependencia económica sobre los países más pobres sobre los cuales aplica el extractivismo, los mantiene en una división del trabajo beneficiosa para los imperialistas: que solo generen materias primas de exportación que luego utilizan los países industrializados para exportar al mundo entero, y así América Latina, África y parte de Medio Oriente no tienen capacidad de subsistencia propia ya que necesitan importar gran parte de los productos industrializados y esa relación de intercambio desfavorable profundiza la dependencia. Entonces, extractivismo implica destruir el medio ambiente de los países pobres directamente, empeorando la calidad de vida de millones de personas, además de extraerles las riquezas naturales y someterlos a una dependencia más profunda.
Ahora bien, lo que Linera también elige omitir es que los llamados progresismos tuvieron su oportunidad histórica para modificar “la correlación de las fuerzas geopolíticas del mundo’’. Gobernaron durante una década casi toda América del Sur. Lula en Brasil, Evo en Bolivia, Chávez en Venezuela, los Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay. Pero, más allá de las diferencias entre ellos, en vez de aprovechar la conciencia antiimperialista que los llevó al poder y el enorme apoyo social que exigió cambios de fondo, todos estos gobiernos sostuvieron y profundizaron una estructura económica dependiente del imperialismo fomentando la industria hidrocarburífera, agroindustria y la megaminería. En nuestro país, la soja transgénica ingresó de la mano de Felipe Solá y desde los 90 las hectáreas cultivadas con agrotóxicos aumentaron un 1000%, Cristina Kirchner impulsó el acuerdo YPF-Chevron introduciendo el fracking en Neuquén y entre 2003 y 2013 los proyectos mineros activos pasaron de 18 a 614. Es decir, no es que no se pudo, no se quiso. Y tampoco se va a poder nunca si no se quiere.
El capitalismo es extractivista
No hay posibilidad de una transición energética en el marco de este sistema. Quien diga lo contrario niega la etapa histórica que atraviesa el capitalismo. Según un informe de Oxfam, el 1% más rico de la población mundial ha sido responsable de más del doble de las emisiones de carbono que las 3100 millones de personas que conforman la mitad más pobre de la humanidad. De seguir en este camino, será imposible limitar el calentamiento global a 1,5 °C antes de 2030. Y entonces, el cambio climático será irreversible. Por lo tanto, es irreal pensar que las corporaciones que hoy fomentan el extractivismo más adelante financien una transición energética. Porque les requiere más inversión y menos margen de ganancia. Y es falso también que los gobiernos quieran ir en ese sentido. La única política económica del gobierno de Alberto Fernández es más extractivismo para conseguir los dólares para pagar la deuda trucha que tomó Macri con el FMI y volver al mismo cuento de siempre para entregar todas nuestras riquezas a las multinacionales.
Linera afirma: “Detrás del criticismo extractivista de reciente factura en contra de los gobiernos revolucionarios y progresistas, se halla pues la sombra de la restauración conservadora.” Falso es poco, canallesco es más apropiado. Quienes le dieron continuidad al modelo neoliberal fueron ellos. No es casualidad que la pobreza estructural en Argentina haya aumentado. En 1992 era del 33,2%, y ahora es del 44,2%. ¿De qué distribución de la riqueza hablan?
Sin romper con la acumulación extractivista y resolver los problemas estructurales, los parches de mejora social serán sólo parches y ni siquiera. El 2021 fue récord en exportaciones con 40.000 millones de dólares, sin embargo 7 de cada 10 chicos son pobres en la provincia de Buenos Aires. Los funcionales a la derecha no somos los anti-extractivistas, sino quienes en nombre de un falso progreso, le garantizan riquezas a las corporaciones y atacan aún más esta limitada democracia, impidiendo que las comunidades decidan. Y cuando los pueblos se rebelan contra sus planes, como en Chubut y Mendoza, responden con represión y con nuevos intentos de avanzar en más extractivismo. Así, la derecha festeja las consecuencias prácticas del posibilismo.
¿Cómo superar el extractivismo?
Para reconvertir la producción en base a energías renovables es fundamental planificar democráticamente la economía al servicio de las necesidades sociales. Sobre la base de anular todas las concesiones de explotación offshore, prohibir el fracking, la megaminería, los agrotóxicos, la especulación inmobiliaria. Y luego, para empezar a decidir, hay que tener información clara. Es necesario democratizar la comunicación, eliminando la publicidad engañosa. Garantizando una educación con perspectiva socioambiental en todos los niveles educativos. Financiando proyectos de investigación científica sobre energías limpias y renovables. Y a la par, que el conjunto de la población decida qué, cómo, dónde y cuánto producir.
Hay que recuperar y nacionalizar todo el transporte público con control de sus trabajadores y usuarios, para disminuir la contaminación. Realizar una reforma agraria integral con agroecología para recuperar nuestra soberanía alimentaria, expropiando a los grandes pooles de siembra y que millones de familias se radiquen en el campo. Proponemos modificar la gestión de residuos urbanos, separándolos desde su origen, con plantas de recolección y reciclaje estatales. Utilizar una minería tecnológica para recuperar y reciclar el material ya extraído. Financiar proyectos de energía solar, eólica, biocombustibles con plazos y objetivos concretos. Toda esta inversión estatal es posible si rompemos con el FMI y dejamos de pagar la deuda externa, nacionalizando la banca y el comercio exterior para evitar que lo que se recauda se lo lleven afuera.
Esto solo será posible con gobiernos que tengan la voluntad política para encarar estos desafíos. Pero se demuestra que ni este gobierno y menos la derecha, la tienen. Hasta cajonean la ley de humedales, necesaria para evitar nuevos desastres ecológicos. Por eso, la movilización y la organización son la clave para derrotar sus planes extractivistas. Y a su vez, para ir a la ofensiva y poder aplicar esta agenda necesaria, esa fuerza social movilizada tiene que ir acompañada de una alternativa política que impida que las corporaciones sigan tomando las decisiones y se pueda abrir paso a una democracia del 99%, a una sociedad socialista. Y para eso, creemos que las y los trabajadores juegan un rol clave, ya que son los que dominan la producción social. Por eso, en Chubut fue determinante el paro que realizaron portuarios y marítimos para derrotar la zonificación.
Sigamos la pelea, este próximo 4 de febrero tenemos que ser miles en las calles de todo el país para decir bien fuerte que No es No.