Resistir al opresor, ayer, hoy y siempre

Reproducimos un texto del compañero Carlos “Sueco” Lordkipanidse, sobreviviente de la ESMA, militante del Encuentro Militante Cachito Fukman (EMCF) e integrante del EMVJ, ante los hechos en Gaza.

Hay, marcado en nuestra historia como humanidad, un hecho que nos conmueve para siempre. Un Estado, militarizado y fanatizado en su pretensión de supremacía y expansión racista, invade a pueblos vecinos y se encarniza en particular con uno al que pretende llevar al exterminio. Lo desprecia, lo aísla, lo apresa, lo mantiene encerrado en un territorio ínfimo y hasta levanta muros a su alrededor. También lo priva de alimentos, agua, vivienda, le impone castigos corporales e incluso practica redadas de detenciones y asesinatos a mansalva. No le importa la edad, el género ni las condiciones de las víctimas: hombres, mujeres, niños, ancianos, todos son sometidos.

Algunos, ante la falta de reacción de los gobiernos vecinos y la indiferencia de los poderosos, comienzan a organizarse para tratar de defenderse de las matanzas. Reducidos a sobrevivir en una verdadera cárcel a cielo abierto, empobrecidos, bloqueados, transforman su propio encierro en el campo de enfrentamiento contra los opresores. Infinitamente inferiores en capacidad bélica, emprenden la resistencia con lo poco que cuentan: unas pocas armas viejas y algunas que logran construir ellos mismos, básicamente bombas. Conocedores de su terreno, cavan largos túneles y búnkers, desde los cuales aparecen, atacan y se vuelven a esconder.

El invasor, poco acostumbrado a que se rebelen los pueblos y sectores que somete, comienza una campaña propagandística intentando aislar aún más a los resistentes, incluso dentro de sus propios pares, y los acusa de que las penurias que atraviesan son producto del accionar de esos “terroristas” que se niegan a rendirse.

La lucha de esos hombres y mujeres es no sólo desigual y digna, sino heroica. Prefieren caer resistiendo al opresor armas en mano que abandonarse a un destino que igualmente apenas les garantiza poco más que la muerte. El objetivo del Estado racista es perseguirlos, acorralarlos y exterminarlos para apropiarse de todo lo que poseen, tierras, bienes, cultura, tradiciones, la vida. Es decir, limpieza étnica.

El levantamiento ante la brutal respuesta del ejército opresor, que puso en el campo de batalla todo su arsenal y sus tropas más crueles, dura todo lo que puede. La táctica del atacante es de tierra arrasada. Son demolidas con bombas de altísimo poder las viviendas, los hospitales, los lugares de culto, las escuelas, los túneles, los búnkers. Quienes sobreviven son fusilados o masacrados luego de ser tomados prisioneros. Decenas de miles. Otra vez sin distinción de condición, aunque con un especial ensañamiento contra los niños y niñas.

Cuando termines de leer estas líneas, quizás pienses que nos referimos a la barbarie genocida que hoy el Estado sionista de Israel comete en Gaza contra el pueblo palestino. Podría ser, pero no. Es el relato de la resistencia judía en el gueto de Varsovia en 1943 contra la persecución nazi. Resistir al opresor, resistir el genocidio, es un derecho humano de todo pueblo, ayer, hoy y siempre.