Violeta Parra. La canción de la tierra
En la zona donde nació, el Chillán, hay bosque y variedad de arbustos y árboles. Uno de ellos, cuando florece lo hace con una delicada campanita blanca que se orienta hacia abajo. La patagua parece imitar las imágenes que nos quedaron de Violeta. Siempre acompañada de algún instrumento, en especial la guitarra con su cabello desprolijo, la mirada profunda y lejana, sobre el traste y las cuerdas o sobre la tierra, su elemento.
Somos producto de las circunstancias dicen por ahí, lo material nos determina, nos pone enfrente el desafío de tomar las riendas y dar pelea, sobre todo cuando esa materialidad nos resulta adversa, cuando hay escasez, dificultades, pobreza.
La limitación económica de una familia de trabajadores. Padre maestro de música, madre costurera, nueve hermanos, no coartó a la cultura, al contrario, la potenció. En casa de los Parra los ritmos, los recitados, las lecturas, el trabajo con las manos son lo único que puede morigerar la miseria. “Yo no estudié la guitarra, sólo de mirar cómo tocaban los grandes…se me cortaban los dedos, pero con el tiempo aprendí”. El padre muere joven, muchas penurias y el alcohol como escape. Con la costura la madre no llega a alimentar tantas bocas. Violeta y su hermana salen de pequeñas a ganarse algunas monedas para aportar. Cantando en la calle y en circos, y de adolescentes, en locales y casas quintas.
La irrupción para hacerse oír
La radio fue su medio de difusión. En 1949 junto a Hilda hacen una presentación en Radio Corporación, más tarde, entre enero y septiembre de 1954 consigue un espacio propio: canta Violeta Parra por Radio Chilena. Pasan los fragmentos grabados en exteriores o en lugares donde ella interpretaba su música, como el restorán de su madre. Hacia finales de ese año logra conducir un programa de folclore de alcance más amplio. Por todo este trabajo la galardonan con el premio Caupolicán, otorgado por la Asociación de Cronistas de Espectáculos, lo recibió el 28 de junio de 1955. Este reconocimiento llegó para hacerla un poco más conocida. Pero la ‘Violeta Chilensis’ necesitaba arrastrar su obra más allá de las fronteras del país.
Antropóloga de la música popular
En los inicios de su incursión en el medio radial, Violeta se acerca al entonces jefe de programación de la estación Chilena, Gastón Soublette. En primer lugar, para hacerle conocer su repertorio, pero la tarea que más le reclama es la escritura en partituras del trabajo que había hecho recorriendo pueblitos con las cantoras y cantores: los juglares que mantenían la tradición a puro interpretar lo que habían heredado de madres, padres, abuelas. Un tesoro para la cultura del país trasandino, sin el cual se hubiese perdido. Ese trabajo se tradujo en Cantos folklóricos chilenos, libro editado en 1959 por Zig Zag y 20 años después por Nascimento, que no solo reproduce versos completos y melodías recopiladas por la folclorista durante sus viajes por diferentes zonas del país, sino también los diálogos que sostenía con los antiguos cultores.
Esta labor la nutre para sus composiciones e interpretación, lo cual se ve en Arriba quemando el sol, de estructura llamada pentatónica y ritmo norteño:
“…Cuando vi de los mineros dentro de su habitación/ Me dije «Mejor habita en su concha el caracol/ O a la sombra de las leyes el refinado ladrón»
Y arriba quemando el sol/ Las hileras de casuchas frente a frente, sí señor
Las hileras de mujeres frente al único pilón/ Cada una con su balde y con su cara de aflicción/ Y arriba quemando el sol…”
Pero será la región central, su territorio, la que atraviesa su mayor producción. El uso de la décima en la cueca, casi su marca de estilo. La Jardinera es ejemplo de ello:
“…Para mi tristeza violeta azul/ Clavelina roja pa’ mi pasión/ Y para saber si me corresponde/ Deshojo un blanco manzanillón/ Si me quiere mucho, poquito o nada/ Tranquilo queda mi corazón…”
De la zona sur utiliza su base musical, incluso los expertos hablan de la recuperación del guitarrón.
Con el corazón en las manos
Corre la década del sesenta, la artista andina viaja a General Pico, provincia de La Pampa. “Descansa, se siente desestresada, pinta mucho” en un lugar definido como “casi un departamento de dos ambientes que tenía ocho por cinco metros”. El comedor de la casa “lo ocupa ella con sus pinturas, arpilleras, cerámicas. Con toda la luz que entraba por los ventanales del frente, trabaja y ahí parece que recupera fuerzas”. (Miguel de Machesich en La luciérnaga curiosa).
La ‘Violeta de América’ se entrega con las manos, con ellas rasga las cuerdas, pero también cose, pinta, borda. Durante su estadía en Francia en 1964 expone sus trabajos de tapices, pinturas y esculturas. El Museo de Artes Decorativas de París recibe cerca de sesenta trabajos, la mayoría creados en Buenos Aires. La poética se traslada a las telas. Los temas populares, el registro de su aldea, las costumbres se hacen metáfora con los símbolos que utiliza entre colores vivos, figuras estilizadas y curvas. La perspectiva plana y la yuxtaposición como recursos de la estética mapuche pueden verse en Contra la guerra y El árbol de la vida. Ella misma gestiona estas exposiciones visitando al mismo embajador chileno, con estos trabajos y algún recital en locales nocturnos se mantenía. Cuenta una anécdota al respecto, que una baronesa le quiere comprar una de sus telas y la artista le pone un precio descomunal, y al ver que la señora lo compraría de todas maneras, decide bajar el monto, comprendiendo que de verdad apreciaba su trabajo.
Denuncia y militancia artística
Su origen mapuche sumado al trabajo con las manifestaciones de los ancestros a través de sus costumbres, la acerca a una religiosidad más cultural que práctica, además su paso por el partido comunista chileno la aleja del dogma religioso. El Rin del angelito que había aprendido en la comunidad y que teatraliza en la radio, y el mismo tema que escribe sobre él, muestran este particular rasgo:
“…Cuando se muere en la carne/ El alma busca su sitio/Adentro de una amapola/O dentro de un pajarito
La tierra lo está esperando/ Con su corazón abierto/ Por eso es que el angelito
Parece que está despierto
Cuando se muere en la carne/ El alma busca su centro/ En el brillo de una rosa
O de un pececito nuevo..”
Muchas de sus canciones denuncian al poder y además de lo político reflejado en su maravillosa La Carta, otras estrofas evidencian el papel de la Iglesia. Toda su historia es una historia de lucha y esfuerzo, de rearmarse y reconstruirse desde la pobreza, la carencia, el dolor. En sus letras reflexiona acerca del sometimiento por parte de gobiernos e Iglesia sobre pueblo humilde:
“…Que dirá el santo padre/ Que vive en roma/ Que le están degollando
A sus palomas
Miren como nos hablan del paraíso/ Cuando nos llueven balas como granizo
Miren el entusiasmo con la sentencia/ Sabiendo que mataban ya a la inocencia
El que oficia la muerte como un verdugo/ Tranquilo esta tomando su desayuno
El trigo por lo sembrao/ Regao con tu sangre Julian Grimao
Entre más injusticia, señor Fiscal/ Más fuerza tiene mi alma para cantar
Con esto se pusieron la soga al cuello/ El sexto mandamiento no tiene sello…”
El legado de una artista
La producción de Violeta es inmensa. Ella misma lo es por toda la lucha que como mujer de un pueblo sometido hizo desde su poesía, su música, su arte. Sus últimos días intenta un proyecto integral, levanta su Carpa de La Reina para transformarla en una especie de reducto del folclore y la música popular.
Nació el 4 de octubre de 1917 y nos dejó por decisión propia el 5 de febrero de 1967.
En la pantalla grande, realizaciones como Violeta se fue a los cielos (basada en el libro homónimo de su hermano) bajo la dirección de Andrés Wood con el papel protagónico de la actriz Francisca Gavilán, o el corto animado Cantar con sentido, así como distintos documentales sobre su historia dan cuenta de lo profundo que sigue calando su bello trabajo, diciendo verdades que se actualizan al día de hoy.
Diana Thom